Carolina Gómez-Ávila 21 de marzo de 2021
Dijo Ricardo Cusanno, presidente de Fedecámaras, que
la reunión que sostuvieron con el Gobierno fue iniciativa del propio gobierno.
Lo que no dijo es que estuvo precedida por meses de comunicados, con el apoyo
de la Conferencia Episcopal Venezolana, y de una campaña ejecutada por un
puñado de oenegés empecinadas en que haya un diálogo que privilegie lo urgente
en vez de lo importante, que es el regreso al orden constitucional.
El discurso de la crisis humanitaria nos bajó a la
base de la pirámide de Maslow, desde donde no se ve que sin cambio de gobierno
todo posible alivio será discrecional y espasmódico. A estos grupos no parece
preocuparles la estabilidad para el largo camino de reconstrucción que nos
espera sino la supervivencia en el corto plazo.
La falacia ad misericordiam es su
punta de lanza. Apelan a la desesperación del necesitado y a conmover a quien
teme estarlo. Eso no falla si la religión es apenas un barniz, pues ya se sabe que
más limosna se da por miedo a ser pobre que para ayudar al otro a dejar de
serlo.
En fin, que eso de que la iniciativa fue del gobierno
después de que hicieron muy visible sus intenciones, aliándose con Capriles
para ir contra Guaidó y contra la AN-2015, es poco creíble. Además, todos
salieron en defensa del dichoso diálogo económico, como si un entendimiento en
esa materia pudiera tener cabida fuera de un entorno de libertades políticas.
Apostar a la sensatez y a la responsabilidad de la
cúpula en el poder es una falta de sensatez y de responsabilidad de la cúpula
empresarial.
Si la legitimidad de las instituciones dependiera de
la generación de soluciones para la sociedad, como dijo Cusanno en esos días,
la dictadura podría relegitimarse fácilmente. Este razonamiento tan gerencial y
tan antipolítico —este prejuicio que pone a la gestión por resultados por
encima del Estado de derecho— es de los que me exigen rechazar que, a quienes
bendigo por producir riqueza y empleo, intenten siquiera poner un pie en el
ámbito político.
Hace cosa de un mes, el expresidente de Conindustria,
Juan Pablo Olalquiaga, respondía admirablemente a la noticia de la reunión de
marras con un
artículo que más bien parecía una carta a ese destinatario.
Olalquiaga pasó revista a los distintos tipos de
empresarios que conviven en la patronal, recordó los más altos valores del
sector, admitió la inevitabilidad de la conversación con el régimen de facto y
analizó los puntos que en ella sería conveniente discutir, con bastante mal
pronóstico general sobre lo que el gobierno podría hacer al respecto, de modo
que prefirió centrarse en un puñado de pequeñas medidas prácticas, casi todas
inmediatas, que podrían dar un leve impulso a nuestra menguada economía.
También Olalquiaga —igual que todos los analistas
económicos y políticos serios del país— percibe al régimen quebrado. Creo que
confunden al Estado con el régimen. Me temo que obvian que el gobierno tiene en
sus manos pingües negocios ilegales por explotar y en nada está disminuida su
economía, sino la oficial. Algún ajuste podrá querer hacer para simular que las
cosas mejoran y legitimarse a los ojos de los que miden por resultados, pero no
creo que dependa del dinero lícito para mantenerse en el poder.
Eso sí, a mi parecer Olalquiaga cerró con broche de
oro. Básicamente estimó que la dictadura busca levantar las sanciones y lograr
la legitimidad de toda la legislación que saque de debajo de la manga y, para
eso, le sirve de mucho el reconocimiento del empresariado.
Sabiamente advirtió lo volátil de cualquier alivio que
otorguen comparado con lo difícil que será desconocer la legitimidad que ya le
han dado y les recomienda proceder como los diplomáticos, actuar en grupo en
vez de ir por cuenta propia y dejar la foto para después de negociar y firmar,
no sea que den sin recibir a cambio.
Estas cosas que narro sucedieron entre el 27 de enero
y el 18 de febrero de 2021. ¿Por qué serían importantes hoy? Porque solo el
tiempo permite seguir el método Cusanno, que no aplico para asuntos políticos,
pero sí para empresariales y me permite evaluar que, a la fecha, después de la
foto, la dictadura ha echado para atrás los métodos improvisados de pago y
vuelto en un país en el que no hay papel moneda para no decir directamente que
no hay moneda. Ha arremetido contra, al menos, cinco grandes cadenas
comerciales y comenzado el ataque contra un rubro en el que se mantuvo al
margen —los bodegones— digo yo que para estudiarlo y determinar cómo
exprimirlo, además de proponer legislar sobre la nueva actividad informal en
auge que es el pandémico despacho a domicilio. Por si fuera poco, le dieron un
portazo descarado a las propuestas que hicieron ante la asamblea que
reconocieron y que, en retribución, los desprecia con un argumento que nunca le
ha importado al chavismo: no cumplir con el tiempo de entrega.
Estos son los resultados de Fedecámaras. No admitirán
que fue un error actuar en solitario ni que deben ponerse a la orden de la coalición
democrática. Les ha salido el tiro por la culata y el disparo no ha herido solo
a los empresarios sino también a nuestra ya precaria calidad de vida. Peor, ha
perforado la lucha prioritaria que debe dar el pueblo por el retorno a la
democracia y la legitimidad de la AN-2015, que es la única que puede
representarnos ante la comunidad internacional. No les puedo dar las gracias.
Carolina
Gómez-Ávila
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