Roberto Hung Cavalieri 28 de mayo de 2021
Hace
exactamente un año (29/05/2020) publicaba “Cómo dialogar con un imbécil” y
quién pensaría que hoy existen personas que tienen diferentes ideas respecto de
la necesidad de entablar diálogos que previamente no solo habrían fracasado
sino también agravado las tensiones, situación que pudiera a su vez
hacernos afirmar que en los múltiples lados del diálogo habría buenos ejemplos
de imbecilidad, el tiempo lo dirá… o volverá a hacerlo.
Se le
atribuye a Albert Einstein que una vez afirmara que existían dos cosas
infinitas en el mundo, la estupidez humana y el universo, y que de lo segundo
no estaba seguro.
Y es
que la estupidez, la imbecilidad, la nesciencia y tantos otros conceptos
similares siempre han desempeñado un importante papel en la humanidad, sea tanto
en el contexto eminentemente privado y personal, es decir, cómo a alguien
que sea un imbécil le afecta su desenvolvimiento en foros próximos; como en
otros más generales, como ocurre con muchos de nuestros países, donde las
tensiones cívicas y políticas se mueven al ritmo del grado de estupidez de sus
ciudadanos, niveles de estulticia que los actores políticos aprovechan tanto
para hacerse del poder como para permanecer en él; baste observar el reciente
tratamiento en muchos estados en materia electoral, poderes públicos en general
y hasta la propia idea de Constitución y justicia constitucional, pero estos
son temas que abordaremos en otra oportunidad.
Por lo
general, suele estudiarse sobre la inteligencia y el conocimiento, cuando lo
contrario, la ignorancia, la estupidez, el desconocimiento, rara vez es
investigado y casi no se escribe sobre ello, bueno, eso creemos. Es entonces
que, inspirado en muchos acontecimientos recientes, tanto locales como
foráneos, ante tanta estupidez e imbecilidad, tanto lejana como cercana,
natural o inducida, o cómo puede afectar a toda una sociedad, un país, una
generación, es por lo que he querido dedicar algunas reflexiones a esa fiel
acompañante como lo es la imbecilidad, y claro está, tratando en lo posible de
prevenir cualquier infección o contagio.
Antes
de continuar, y toda vez que hemos visto que recientemente se hace cada vez más
patente una particular forma de imbecilidad como lo es un exacerbado prurito,
un extraña sensibilidad, una ridícula propensión a una llamada corrección
política poco genuina, una enfermiza y falaz pudibundez, que no hace más que
generar abyección, debe advertirse que cuando se hace referencia a los
imbéciles y su imbecilidad, los estúpidos y su estupidez, idiotas y sus
idioteces, ignorantes y su ignorancia, en modo alguno son utilizadas esas voces
en calidad de ofensa, sino haciendo referencia a su más fiel contexto y
alcance, para adentrarnos de mejor manera y con más propiedad a las situaciones
de falta de inteligencia y capacidad de resolver problemas, torpeza en la
comprensión, desconexión de la realidad, ausencia e imposibilidad de retener
conocimientos básicos, entre otros, lo que además se hace de manera
despersonalizada, por lo que si existiera alguien que pudiera sentirse aludido
u ofendido, probablemente estemos ante un absoluto y genuino imbécil, y a quien
le sería más apropiado dejar hasta aquí esta lectura.
Adentrándonos
en estas aguas de la imbecilidad o nuestra ignorancia –término que preferiremos
utilizar para que los sensibles no se sientan tan mal–, observamos que así como
la mitología griega tenía presente la luz e inteligencia, la cual se
representaba en míticos dioses como Apolo y Atenea, existía también
–aunque no tan conocido– Coalemos, una suerte de dios de la estupidez,
con lo que vemos que al contrario de lo que muchos podíamos pensar, el interés
por estudio de la estulticia no es algo nuevo, sino que se retrotrae a tiempos
inmemoriales.
Así
como suele ocurrir con muchas cosas, si afinamos nuestra visión y prestamos más
atención, no será difícil darnos cuenta de que desde los inicios de la
humanidad, y en nuestro caso el pensamiento occidental, han existido personas
que se han dedicado a analizar con profundidad y a escribir sobre la
ignorancia, situación que también nos obliga a concluir que siempre hemos
estado rodeado de ignorantes y estúpidos.
Vienen
a nuestra mente casos como el de Sócrates, a quien lo condenaron por saber que
nada sabía, ¿lo condenaron a la muerte por lo que ignoraba que sabía? En este
caso me gusta pensar en la idea de una ignorancia filosófica, aquella que
invita a preguntarnos más, a saber más, a ignorar más, ergo, a ser más sabios
mientras menos sabemos.
Luego
de la gran cantidad de diálogos que se le atribuyen a Sócrates, encontramos
obras muchos más recientes que la de Erasmo de Rotterdam, quien se dedicó
a escribir y elogiar la estulticia, a la que llama “locura”, pero que no es
otra que la misma estupidez, de la que destaca su protagonismo en muchos
episodios de la humanidad.
Por su
parte, Mark Twain nos recomendaba que jamás discutiéramos con los imbéciles,
pues nos arrastrarían a su terreno y con su experiencia nos ganarían.
Y más
reciente aún, encontramos una muy completa obra como la Historia de la
estupidez humana de Paul Tabori, de la que podemos extraer precisiones
como:
“… poco
importaría si el estúpido solo pudiera perjudicarse a sí mismo. Pero la
estupidez es el arma humana más letal, la más devastadora epidemia, el más
costoso lujo.
El
costo de la estupidez es incalculable. Los historiadores hablan de cielos, de
la cultura de las pirámides y de la decadencia de Occidente. Tratan de ajustar
a ciertas pautas los hechos amorfos, o niegan todo sentido y propósito al mundo
y al devenir nacional. Pero no es barata simplificación afirmar que las
diversas formas de la estupidez han costado a la humanidad más que todas las
guerras, pestes y revoluciones.
Este
libro trata de la estupidez, la tontería; la imbecilidad, la incapacidad, la
torpeza, la vacuidad, la estrechez de miras, la fatuidad, la idiotez, la
locura, el desvarío. Estudia a los estúpidos, los necios, los seres de
inteligencia menguada, los de pocas luces, los débiles mentales, los tontos,
los bobos, los superficiales; los mentecatos, los novatos y los que chochean;
los simples, los desequilibrados, los chiflados, los irresponsables, los
embrutecidos. En él nos proponemos presentar una galería de payasos, simplotes,
badulaques, papanatas, peleles, zotes, bodoques, pazguatos, zopencos,
estólidos, majaderos y energúmenos de ayer y de hoy. Describirá y analizará
hechos irracionales, insensatos, absurdos, tontos, mal concebidos, imbéciles… y
por ahí adelante. ¿Hay algo más característico de nuestra humanidad que el
hecho de que el Thesaurus de Roget consagre seis columnas a los sinónimos,
verbos, nombres y adjetivos de la “estupidez”, mientras la palabra “sensatez”
apenas ocupa una? …”
Con
esa particular presentación, difícilmente escapemos de la tentación de hacernos
de un ejemplar, y bien vale la pena hacerlo, ya que entre tantos relatos de
verdaderas estupideces surgen grandes destellos de preclaridad para comprender
realidades que estamos hoy padeciendo en contextos personales, sociales,
políticos, económicos, y otros más.
¿Por
qué es importante estudiar la estupidez?
En
primer lugar, para percatarnos de nuestra propia imbecilidad, tanto individual
como colectiva. y es que la sola aproximación, la intención de acercarnos al tema,
lleva consigo grandes desafíos, por una parte, al tratar de contextualizar lo
que significa ser imbécil, idiota, ignorante o cualquier otra denominación
similar, y más importante aún, para saber si dentro de tal descripción cabemos
nosotros personalmente, nuestros allegados, los miembros de nuestra familia,
amigos, pero también muchos de los ciudadanos de nuestro país. Aquí podemos
adelantar un poco el diagnóstico, y es que todo aquel que sin someterse a una
sincera autoevaluación acerca de su propia propensión a la estupidez u otras
parecidas condiciones, muy alta es la probabilidad que en efecto lo sea.
Sobre
la idiotez, al igual que del tema de la toxicidad de la gente suele hablarse y
ser tratada en segunda o tercera persona, y extremadamente extraño es observar
que alguien de manera sincera se cuestione y examine su propia inteligencia,
algo así como imbecilidad en primera persona, incluso, los que por lo general
lo hacen, los que se autocuestionan suelen ser personas inteligentes,
preparadas y mostrarse generalmente reservados y de bajo perfil, por el
contrario, quienes se consideran a sí mismos habilidosos e inteligentes,
ufanándose de ello, por lo general son los típicos verdaderos imbéciles e
ignorantes, siendo los claros ejemplos del interesante efecto Dunning-Kruger
consistente en que aquellas personas ineptas e incompetentes no solo se sienten
superiores respecto de los demás, sino que aseguran contar con habilidades
especiales cuando representan todo lo contrario. Ya podemos hacernos una idea
de las consecuencias en algún país cuando estos personajes ocupan cargos
públicos.
Otra
gran importancia del porqué estudiar la estupidez humana es para hacerle frente
en los actuales momentos a los cada vez más recurrentes fenómenos de los bulos
o noticias falsas (fake news), las Deep fakes, la posverdad,
la infodemia, la desinformación, que vale destacar que suele utilizarse para
traducir del inglés dos fenómenos distintos la “disinformation” y la “misiformation”
y el abundante bombardeo de contenido estupidizante en múltiples medios y redes
sociales. Imbecilización masiva y generalizada que pese al desconocimiento o
negación de muchos de nosotros son utilizados con la intención de eliminar todo
pensamiento crítico sustituyéndolo por mentes dóciles, ciudadanos zombis
fácilmente dominables por agentes de poder político, ideológico y económico.
Aquí
es donde ahondando en el tema nos encontramos con que la necesidad de analizar
el fenómeno, o más bien pudiéramos decir el síndrome de la ignorancia, surge la
agnotología, que no es más que su estudio sistemático, más precisamente las
razones por las cuales desconocemos o ignoramos ciertas cosas y si de alguna
manera la ignorancia puede ser inducida por agentes externos.
Robert
Proctor, quien acuñase ese término de agnotología en un estudio del mismo
nombre, no duda en afirmarlo en casos como los de la manipulación de la
información y la generación de ignorancia como ocurriese con las tabacaleras o
el secreto militar, casos y reflexiones que perfectamente pueden extenderse a
la actuación de otros agentes. Destacamos del trabajo de Proctor sus
interesantes secciones en las que desarrolla su estudio, a saber: (i) La
ignorancia como estado nativo, (ii) La ignorancia como reino perdido o elección
selectiva (o construcción pasiva), (iii) La ignorancia como artificio
estratégico o construcción activa, (iv) ¿ignorancia virtuosa? “no saber” como
resistencia o precaución moral. [1]
Como
podemos sin mayor esfuerzo extraer de lo antes dicho, la tipología de
imbecilidad, o ignorancia es muy amplia y no podríamos quedarnos en solo
aquella idea de imbecilidad tradicional.
Tenemos
entonces en nuestro contexto y mi invitación es a la de ubicar evidentes casos
de diferentes tipos de imbecilidad y entre las que se enconarían la imbecilidad
oficial u oficialista, la imbecilidad radical, la flexible, la oposicionista,
la endógena o la exógena; también podríamos hablar, ya que mencionábamos a Sócrates,
sobre la ignorancia socrática o mayéutica, y de allí por qué no aprovechando la
puerta a la filosofía bien pudiéramos mencionar las posibilidad de la
ignorancia empírica, la estoica, la hedónica o epicúrea; la científica, la
digital, tenemos también la estupidez genuina o la ficticia y hasta la
camuflada, esa que llaman en el foro “hacerse el pendejo”.
Hay
igualmente casos de ignorancia o imbecilidad consciente o inconsciente,
involuntaria o voluntaria, como el de esas personas que son intencionalmente
prófugos de la inteligencia o ignorantes electivos, que son aquellos que pese a
que tienen varias opciones de conocimiento prefieren elegir mantenerse en las
oscuras aguas de la ignorancia dizque porque ese estadio es más tranquilo, y
así pudiéramos pasar largas horas pensando y listando tantas clases más de
imbecilidades, y las que ignoramos puedan existir.
Mencionaba
arriba que cuando se habla de este tema suele hacerse en segunda o tercera
persona, achacando tales condiciones a otros, pero muy difícilmente se hace en
primera persona y es ante ello, para no pecar de lo mismo, luego de hacer este
paseo general por los tipos de imbecilidad, creo que puedo considerarme un
imbécil ecléctico, más bien pseudoecléctico, ya que encuentro en mí
características de muchas clases de imbecilidad mencionadas y sería no solo
mentira sino insensato afirmar que hayamos llegado a este momento de la vida
sin haber incurrido unas cuantas veces en ellas.
¿Y tú?
¿Qué clase de imbécil eres?
[1] Proctor, R. N y Schiebinger, L. (2008).
Agnotology. The making and unmaking of ignorance. Stanford, Ca.: Stanford
University Press.
Disponible
en: https://revistas.uexternado.edu.co/index.php/ecoins/article/view/6253
Roberto
Hung Cavalieri
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico