SJ. Luis Ugalde 28 de mayo de 2021
Este
20 de abril empezamos la celebración de los quinientos años (1521-2021) del
trascendental cambio de vida de Iñigo de Loyola, el cortesano y “soldado
desgarrado y vano”, que se convirtió en peregrino en búsqueda de Dios hasta
lograr en Roma la fundación de la Compañía de Jesús con la aprobación
papal (1540); orden religiosa que ha despertado tantos admiradores y seguidores
como enemigos, detractores, con mitos, persecuciones y centenares de
expulsiones.
En los
últimos años en ambientes de relación jesuita ha tomado fuerza inspiradora el
lema precioso de “en todo amar y servir”, que hace 30 años no se conocía. ¿Será
invento de alguna agencia de publicidad para difundir la franquicia jesuita y
posicionarla en el mercado en sustitución del tradicional “a mayor gloria de
Dios”? Varios amigos me han sorprendido con la afirmación de que les gusta el
lema de los jesuitas. “Yo no soy religioso -me decía uno-, ni me considero
creyente, pero comulgo con ese lema de ustedes que para mí es fuente interior
de inspiración y vida”.
No es
ningún invento nuevo, sino frase de Ignacio en el corazón mismo de los
Ejercicios Espirituales. Hace cuarenta años (1991) algún jesuita tuvo la feliz
idea de levantar esta joya oculta como inspiración renovadora.
El
aporte principal de S. Ignacio (1491-1556) es su profunda encuentro con Cristo
que lo transformó y lo llevó a recoger en el librito de los
Ejercicios Espirituales, con centenares de ediciones y millones de ejemplares
en las más diversas lenguas una guía para recibir el don de transformar su
vida para “en todo amar y servir”.
Ignacio
no era poeta, pero sí conocedor y médico de almas. Luego de sus primeros
años de vanidad y de glorias efímeras, herido gravemente en batalla a los
29 años se sintió tocado por Dios para cambiar radicalmente. En ese camino
descubrió que no basta una voluntad férrea, sino que la vida la mueve la
profunda experiencia de amor, con el “conocimiento interno de Jesús para que
más le ame y le siga”. Nos cuenta Ignacio que, a causa de su gran
ignorancia espiritual, Dios le llevaba en ese camino de la mano corrigiéndolo
como un maestro de escuela a un niño de primeras letras.
La
piedra de bóveda del edificio de los Ejercicios Espirituales es la última
meditación llamada “contemplación para alcanzar amor”. En una
breve cuartilla Ignacio nos da la guía para hacer esa contemplación, con la
advertencia previa de que “el amor se debe poner más en las obras que en las
palabras”. Para transformar la vida la clave es contemplarla como un don
amoroso, ver todo el bien recibido y “sentir y gustar internamente” como Dios
actúa gratuitamente en el mundo y en nosotros de manera silenciosa y múltiple.
Esa omnipresencia amorosa que parece bordear el panteísmo se transforma en
coloquio entre amado y amante; el amor no es una fuerza telúrica impersonal,
sino es Dios que se entrega en Jesús y suscita la respuesta de gratitud. A los
dioses mundanos del poder, del dinero y de ritos religiosos y de leyes
sin Espíritu, Jesús contrapone el Dios-amor que rompiendo barreras se
hace hermano, que sirve y da vida. El Nazareno se atreve a decir que a
Dios nadie lo ha visto nunca, pero que quien lo ve a él, ve actuar al Padre que
es Amor. También nos dirá que quienes se compadecen y se hacen hermanos del
herido, los que dan de comer al hambriento y liberan al oprimido, se encuentran
con Dios, aunque ellos no lo crean. Sin saber sabiendo, con Dios nos
encontramos todos los días en aquellos que nos necesitan y reciben vida de
nosotros, nos dice Jesús.
Ignacio
confiesa que, luego de muchas dificultades y traspiés espirituales, tuvo en
Manresa (1522) una profunda y decisiva experiencia mística, “una ilustración
tan grande que todas las cosas me parecían nuevas”; quedó “como si fuese
otro hombre y tuviese otro intelecto distinto que el de antes”. Encontró
la alegría y sentido de “en todo amar y servir”. Todavía no era sacerdote, ni
pensaba fundar la Compañía de Jesús, pero se liberó del voluntarismo, y
encontró sentido y gustó internamente que quien da la vida a otros por amor,
aunque parezca perderla, la encuentra.
La
ciencia y su racionalidad instrumental ensanchan prodigiosamente las fronteras
de la vida, pero con frecuencia se usan para potenciar la muerte, ganar guerras
sofisticadas con millones de muertos y someter a muchedumbres para el
servicio privilegiado de unos pocos vencedores. La alternativa a ese
“darwinismo social” es el Amor que afirma al otro, cuida la casa común y
convierte todas las ciencias con sus avances tecnológicos y organizativos, y
los medios económicos y políticos en instrumentos de Amor y Vida.
Contemplativos
en la acción
Ignacio
nos invita a ser contemplativos en la acción viendo cómo Dios actúa en todo y
hacer discernimiento para nosotros es secundarlo en esa acción. “En todo amar y
servir” es el camino de la vida que presentan los Ejercicios Espirituales.
Actuar buscando servir, liberar y transformar con amor todo lo que niega la
vida del hombre. Pero no es exclusivo de los jesuitas, ni siquiera de los
cristianos, ni de practicantes de una religión, sino es la profunda verdad del
ser humano, en su conciencia y profundidad más auténtica y el núcleo inspirador
de la condición humana.
En
esta Venezuela de indigencia y agonía, sin trabajo ni empresa, ni Estado que
nos regale todo, tenemos que nacer de nuevo y sacar de nuestro inagotable pozo
interno agua viva para nosotros, nuestras familias, nuestra economía, nuestra
política, nuestra reconciliación y reconstrucción nacional. No nos salvamos
como “yos” rabiosos disputándonos a dentelladas los restos del país, sino como
“nos-otros”, dándonos vida unos a otros. “En todo amar y servir” es una
poderosísima fuente para transformar nuestra sociedad en sus sentimientos
interiores y en la política del bien común que acabe con el hambre, la miseria
y dictadura que tienen secuestrada la vida de los venezolanos. Encuentro con
Dios humanizando al hombre y cambiando su mundo.
SJ.
Luis Ugalde
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