Carlos Blanco 19 de mayo de 2021
@carlosblancog
El
rector del CNE Enrique Márquez declaró: “Espero que la clase política pueda
estar segura de que puede participar y de que efectivamente habrá un proceso
medianamente transparente en el cual puede entrar y aprovechar para poder
ocupar posiciones institucionales importantes en la próxima elección, y en la
próxima de arriba también”[1]. Esta declaración produjo un revuelo de
opinión pública que no cesa. Yo escribí un tuit que dice: “No hay que exagerar:
elecciones medianamente decentes, para gente medianamente ciudadana, por parte
de dirigentes medianamente imbéciles”. Este tuit fue respondido por el
dirigente político José Luis Farías: “Siento risa de las agresiones del
extremismo en las redes, pero cuando es un intelectual como @carlosblancog el
que llama «imbéciles» a quienes defendemos la participación electoral, y es
celebrado por otro intelectual @rapinango, siento pena ajena”.
1-
Desde luego, no quise insultar a Márquez, al menos por dos razones: no es mi
estilo y, además, lo conozco: alguna vez me reuní con él en tono cordial hace
unos años. A lo que me refiero es al ecosistema que considera que Venezuela
puede querer, aceptar o tolerar, unas elecciones mediocres. Esta visión no la
pueden concebir sino una visión mediocre de los dirigentes que consideran a los
electores también mediocres. En el mundo de la mediocridad el tuerto es rey.
2- “Un
proceso medianamente transparente” es una rendición antes del vamos. Es un
proceso que NO es transparente, que no es limpio, libre, ni justo. Supongamos
que fue un desliz verbal, aunque como sabemos desde Freud, los lapsus
linguae revelan más de lo que ocultan, y dicen desde adentro lo que el
nivel consciente quiere callar. En todo caso, en las condiciones de Venezuela
las elecciones convocadas para noviembre son ilegítimas, convocadas por un CNE
ilegítimo producto de una Asamblea Nacional ilegítima, tal como la oposición en
su casi totalidad consideró el bodrio emanado de las elecciones de Maduro el 6
de diciembre.
3- Sin
embargo, asumamos esa frase abusada en la política venezolana, la de ir a “la
fiesta electoral” con “el pañuelo en la nariz”. Aprovechar la rendija como reza
el mantra del colaboracionismo con el régimen de Maduro. Tal tesis ha sido
impulsada por un sector minoritario de la oposición en sus tratativas con el
régimen y debido a la presión de factores internacionales muy poderosos ha
ablandado a otros, cuya presentación en escena está por verse; mismos que
juraron por este puño de cruces que “jamás ni nunca”, participarían en estas
elecciones.
4-
Aceptar unas elecciones que no serán transparentes es, fundamentalmente, una
ofensa a los ciudadanos a los que se convoca a participar. Es despreciar a la
gente que, a falta de sanidad electoral, deben conformarse con las sobras que
caigan desde la mesa de negociaciones. La pregunta de fondo es si es posible
una elección limpia. La respuesta que suelen dar ahora los que las promueven
es: no, pero hay que hacerlo porque no hay otra opción. Esto tendría sentido si
formaran parte de un plan general destinado a reemplazar el régimen estilo
plebiscito de Pérez Jiménez en 1957 e insurrección en enero de 1958, o
referéndum de Pinochet que desató las energías para su cambio, con las
elecciones presidenciales subsiguientes. En este caso lo que hay es la
preparación del camino al referéndum revocatorio y a elecciones en 2024, no al
cambio de régimen. No hay una estrategia de cambio sino de cohabitación. Unos
complacidos y otros –aseguran- forzados por las circunstancias.
5- En
esta estrategia electoral hay varios problemas. Uno de los más relevantes es
que salvo Capriles y quienes concurrieron a las elecciones de Maduro en
diciembre pasado, todos denunciaron tanto ese evento como el que ya comenzaba a
trajinar el régimen para este año. Lo que puede conducir a un desplome aún
mayor de los dirigentes que ahora se monten en el carrusel electoral. Caso
similar al abandono del “cese de la usurpación” sin explicación alguna, lo que
fue factor decisivo en el deterioro profundo de la figura de Guaidó como líder.
Pasar de “elecciones este año con este régimen, jamás”; a “estamos considerando
actuar unitariamente, lo que significa tal vez”; a aterrizar de barriga y a
trompicones en la fiesta del CNE, es como demasiado.
6- El
drama de todo esto es que es verdad que las elecciones de noviembre serán
“medianamente transparentes”; es decir, no serán elecciones limpias y la
participación no se inscribe en una estrategia diferente a la de seguir por
este camino sin plantearse en serio el cambio de régimen por parte de sus
promotores. Repito: participar en elecciones dentro de una estrategia de
cambio, es una cosa; hacerlo para seguir la comparsa, es otra.
7- La
estrategia de los opositores que participan de estas elecciones venideras no
solo desdice de todo lo que han dicho y con lo que han logrado más o menos
respaldo social, sino que es confeccionada desde la derrota y para la derrota.
No sólo dicen “estamos mal”, Maduro nos ganó esta partida; sino que las
precondiciones electorales de las cuales se ha hablado también se buscan
“medianamente”. Recuérdese que se habló de precondiciones como los siguientes:
libertad de todos los presos políticos civiles y militares, regreso de los
exiliados, cese a la censura contra los medios de comunicación, suspensión de
los juicios e inhabilitaciones contra los opositores (no sólo los que hablan
con el régimen), frenar la acción de los colectivos, impedir el papel
partidista de los militares, entre otras demandas.
8-
Respeto a quienes se plantean votar en estas elecciones. Es su decisión y su
derecho. Lo que creo es que debe estar claro que elecciones chimbas en un marco
de permanencia del régimen, solo redituará en “legitimidad” para Maduro y
posiblemente en suspensión de algunas sanciones, lo que fortalecerá al régimen
y debilitará aún más a la oposición.
9-
Puedo equivocarme, por supuesto, y ojalá que las victorias electorales
reconocidas allanen el camino a la libertad; mientras tanto, recuerdo cuando la
oposición iba a ganar mínimo 18 gobernaciones en 2017, se ganaron 5 y los 4
gobernadores que se sometieron a la Asamblea de Maduro perdieron todas sus
atribuciones. La sola y digna excepción fue la de Juan Pablo Guanipa que se
negó a bajar la cabeza.
10-
Mientras tanto, como gato hambriento en búsqueda de suculentos ratones,
ronronea el “poder comunal”, engendro para acabar con cualquier vestigio de
descentralización, de gobernadores, alcaldes et tutti quanti.
Carlos
Blanco
@carlosblancog
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