Francisco Fernández-Carvajal 21 de mayo de 2021
@hablarcondios
— Esperar la llegada del Paráclito junto a
la Virgen Santísima.
— El Espíritu Santo en la vida de María.
— La Virgen María, «corazón de la Iglesia
naciente», colabora activamente en la acción del Espíritu Santo en las almas.
I.
Mientras dura la espera de la venida del Espíritu Santo prometido, todos
perseveraban unánimemente en la oración juntamente con las mujeres y con María,
la Madre de Jesús...1.
Todos están en un mismo lugar, en el Cenáculo, animados de un mismo amor y de
una sola esperanza. En el centro de ellos se encuentra la Madre de Dios. La
tradición, al meditar esta escena, ha visto la maternidad espiritual de María
sobre toda la Iglesia. «La era de la Iglesia empezó con la
“venida”, es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles
reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la Madre del Señor»2.
Nuestra
Señora vive como un segundo Adviento, una espera, que prepara la comunicación
plena del Espíritu Santo y de sus dones a la naciente Iglesia. Este Adviento es
a la vez muy semejante y muy diferente al primero, el que preparó el nacimiento
de Jesús. Muy parecido porque en ambos se da la oración, el recogimiento, la fe
en la promesa, el deseo ardiente de que esta se realice. María, llevando a
Jesús oculto en su seno, permanecía en el silencio de su contemplación. Ahora,
Nuestra Señora vive profundamente unida a su Hijo glorificado3.
Esta
segunda espera es muy diferente a la primera. En el primer Adviento, la Virgen
es la única que vive la promesa realizada en su seno; aquí, aguarda en compañía
de los Apóstoles y de las santas mujeres. Es esta una espera compartida, la de
la Iglesia que está a punto de manifestarse públicamente alrededor de nuestra
Señora: «María, que concibió a Cristo por obra del Espíritu Santo, el amor de
Dios vivo, preside el nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés, cuando el
mismo Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y vivifica en la unidad y
en la caridad el Cuerpo místico de los cristianos»4.
El
propósito de nuestra oración de hoy, víspera de la gran solemnidad de
Pentecostés, es esperar la llegada del Paráclito muy unidos a nuestra Madre,
«que implora con sus oraciones el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación
ya la había cubierto a Ella con su sombra»5,
convirtiéndola en el nuevo Tabernáculo de Dios. Antes, en los comienzos de la
Redención, nos dio a su Hijo; ahora, «por medio de sus eficacísimas súplicas,
consiguió que el Espíritu del divino Redentor, otorgado ya en la Cruz, se
comunicara con sus prodigiosos dones a la Iglesia, recién nacida el día de
Pentecostés»6.
«Quien
nos transmite ese dato es San Lucas, el evangelista que ha narrado con más
extensión la infancia de Jesús. Parece como si quisiera darnos a entender que,
así como María tuvo un papel de primer plano en la Encarnación del Verbo, de
una manera análoga estuvo presente también en los orígenes de la Iglesia, que
es el Cuerpo de Cristo»7.
Para estar
bien dispuestos a una mayor intimidad con el Paráclito, para ser más dóciles a
sus inspiraciones, el camino es Nuestra Señora. Los Apóstoles lo entendieron
así; por eso los vemos junto a María en el Cenáculo.
Examinemos
cómo es nuestro trato habitual con Nuestra Señora; concretemos para el día de
hoy algún propósito: cuidemos mejor el rezo del Santo Rosario, contemplando sus
misterios; ofrezcámosle alguna pequeña mortificación distinta a las que
acostumbramos durante la semana; cuidemos mejor el saludarla a
través de sus imágenes, que encontraremos en la calle, en la habitación...
II. La
Virgen Santísima recibió el Espíritu Santo con una plenitud única el día de
Pentecostés, porque su corazón era el más puro, el más desprendido, el que de
modo incomparable amaba más a la Trinidad Beatísima. El Paráclito descendió
sobre el alma de la Virgen y la inundó de una manera nueva. Es el «dulce
Huésped» del alma de María. Nuestro Señor había prometido al que ame a Dios: Vendremos
sobre él y en él haremos nuestra morada8.
Esta promesa se realiza, ante todo, en Nuestra Señora.
Ella,
«la obra maestra de Dios»9,
había sido preparada con inmensos cuidados por el Espíritu Santo para ser
tabernáculo vivo del Hijo de Dios. Por eso el Ángel la saluda: Salve,
llena de gracia10.
Y ya poseída por el Espíritu Santo y llena de su gracia, recibió todavía una
nueva y singular plenitud de ella: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y
te cubrirá con su sombra11.
«Redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, y unida a
Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma
prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y, por eso, Hija
predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo; con el don de una gracia
tan extraordinaria que aventaja con creces a todas las criaturas, celestiales y
terrenas»12.
Durante
su vida, Nuestra Señora fue creciendo en amor a Dios Padre, a Dios Hijo (su
Hijo Jesús), a Dios Espíritu Santo. Ella correspondió a todas las inspiraciones
y mociones del Paráclito, y cada vez que era dócil a estas inspiraciones
recibía nuevas gracias. En ningún momento opuso la más pequeña resistencia,
nunca negó nada a Dios; el crecimiento en las virtudes sobrenaturales y humanas
(que estaban bajo una especial influencia de la gracia) fue continuo.
Los
que son movidos por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios13.
Ninguna criatura se dejó llevar y guiar por el Espíritu Santo como nuestra
Madre Santa María: ninguna vivió la filiación divina como Ella.
El
Espíritu Santo, que ha habitado en María desde el misterio de su Concepción
Inmaculada, en el día de Pentecostés vino a fijar en Ella su morada, de una
manera nueva. Todas las promesas que Jesús había realizado acerca del Paráclito
se cumplen plenamente en el alma de la Virgen: Él os recordará todas
las cosas14. Él os guiará a la verdad completa15.
La
Virgen es la Criatura más amada de Dios. Pues si a nosotros, a pesar de tantas
ofensas, nos recibe como el padre al hijo pródigo; si a nosotros, siendo
pecadores, nos ama con amor infinito y nos llena de bienes cada vez que
correspondemos a sus gracias, «si procede así con el que le ha ofendido, ¿qué
hará para honrar a su Madre, inmaculada, Virgo fidelis, Virgen
Santísima, siempre fiel?
»Si el
amor de Dios se muestra tan grande cuando la cabida del corazón humano
–traidor, con frecuencia– es tan poca, ¿qué será en el Corazón de María, que
nunca puso el más mínimo obstáculo a la Voluntad de Dios?»16.
III. Todo
cuanto se ha hecho en la Iglesia desde su nacimiento hasta nuestros días, es
obra del Espíritu Santo: la evangelización del mundo, las conversiones, la
fortaleza de los mártires, la santidad de sus miembros... «Lo que el alma es al
cuerpo del hombre –enseña San Agustín–, eso es el Espíritu Santo en el Cuerpo
de Jesucristo que es la Iglesia. El Espíritu Santo hace en la Iglesia lo que el
alma hace en los miembros de un cuerpo»17,
le da vida, la desarrolla, es su principio de unidad... Por Él vivimos la vida
misma de Cristo Nuestro Señor en unión con Santa María, con todos los ángeles y
los santos del Cielo, con quienes se preparan en el Purgatorio y los que
peregrinan aún en la tierra.
El
Espíritu Santo es también el santificador de nuestra alma. Todas las obras
buenas, las inspiraciones y deseos que nos impulsan a ser mejores, las ayudas
necesarias para llevarlas a cabo... Todo es obra del Paráclito. «Este divino
Maestro pone su escuela en el interior de las almas que se lo piden y
ardientemente desean tenerle por Maestro»18.
«Su actuación en el alma es suave, su experiencia es agradable y placentera, y
su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y
de su ciencia. Viene con la verdad del genuino protector; pues viene a salvar,
a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en
primer lugar la mente del que lo recibe y después, por las obras de este, la
mente de los demás»19.
Y del
mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz
en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así
también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el
alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba.
Después
de Pentecostés la Virgen es «como el corazón de la Iglesia naciente»20.
El Espíritu Santo, que la había preparado para ser Madre de Dios, ahora, en
Pentecostés, la dispone para ser Madre de la Iglesia y de cada uno de nosotros.
El
Espíritu Santo no cesa de actuar en la Iglesia, haciendo surgir por todas
partes nuevos deseos de santidad, nuevos hijos y a la vez mejores hijos de
Dios, que tienen en Jesucristo el Modelo acabado, pues es el
primogénito de muchos hermanos. Nuestra Señora, colaborando activamente con
el Espíritu Santo en las almas, ejerce su maternidad sobre todos sus hijos. Por
eso es proclamada con el título de Madre de la Iglesia, «es decir, Madre de
todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los Pastores, que la llaman
Madre amorosa, y queremos –proclamaba Pablo VI– que de ahora en adelante sea
honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»21.
Santa
María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros y ayúdanos a preparar la venida
del Paráclito a nuestras almas.
1 Hech 1,
14. —
2 Juan
Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, 18-V-1986, 25.
—
3 Cfr. M.
D. Philippe, Misterio de María, Rialp, Madrid 1986, pp.
348-349. —
4 Pablo
VI, Discurso, 25-X-1969. —
5 Conc.
Vat. II, Const. Lumen Gentium, 59. —
6 Pío XII,
Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943. —
7 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 141. —
8 Jn 14,
23. —
9 Cfr. San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 292. —
10 Lc 1,
28. —
11 Lc 1,
35. —
12 Conc.
Vat. II, loc. cit., 53. —
13 Rom 8,
14. —
14 Cfr. Jn 14,
26. —
15 Cfr. Jn 16,
13. —
16 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 178. —
17 San
Agustín, Sermón 267. —
18 Francisca
Javiera del Valle, Decenario al Espíritu Santo, de la
consideración para el día 4º. —
19 San
Cirilo de Jerusalén, Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo,
1. —
20 R.
Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid
1976, p. 144. —
21 Pablo
VI, Discurso al Concilio, 2-lX-1964.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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