Humberto García Larralde 18 de mayo de 2021
Curiosamente,
expoliación es un término utilizado por unos pocos en referencia a la situación
venezolana actual. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
(RAE) lo define como: “Acción y efecto de expoliar”, y expoliar,
como: “Despojar algo o a alguien con violencia o con iniquidad”.
Es lo
que estamos presenciando con la confiscación de las instalaciones de El
Nacional por Diosdado Cabello, amparado en una decisión hecha a la
medida por un tribunal abyecto y escoltado por las armas de la Guardia
Nacional. Resume la naturaleza del régimen que instaló el chavismo.
La
expoliación es una práctica del más fuerte. En épocas primitivas, era el premio
a la conquista. Quien sometiera territorios ajenos se apropiaba de los bienes,
esclavos y demás pertenencias de sus pobladores. Este botín se repartía,
también, entre la tropa victoriosa. En absoluto se respetaban normas,
tradiciones o arreglos existentes del pueblo conquistado. La ley de la fuerza
se imponía a la fuerza de cualquier ley. Atila el Huno, Genghis Khan y los
vikingos son sus exponentes más emblemáticos.
Pero
con Chávez, ocurrió al revés que con estos precursores. Se encontró un orden
establecido, con normas y mecanismos que impedían el despojo de cualquier
riqueza y que lo obligaban a rendir cuentas, con transparencia, de su gestión
de los bienes públicos. Las FAN y el Poder Judicial eran guardianes de este
orden. Para transformar su victoria electoral en conquista, tenía que
desmantelar la institucionalidad que garantizaba derechos por igual a todos los
venezolanos. Invocando a Bolívar se propuso “refundar la Patria”, usurpada
–según él– por la “oligarquía que se había apoderado del país desde la
independencia”, para centralizar el poder en sus manos y romper las ataduras
que le impedían dar rienda suelta a sus impulsos. Luego, de la mano de Fidel
Castro, introdujo el “socialismo del siglo XXI”, pretexto para desconocer el
orden legal existente –por “burgués”—y someter las actividades económicas del
sector privado a sus apetencias, todo con el apoyo de buena parte de la
población, galvanizada por su retórica justiciera. Culminó su conquista
corrompiendo a la cúpula de las FAN y al Poder Judicial, haciendo de ellos
cómplices del régimen de expoliación que imponía. Cual jefe de un ejército de ocupación,
hizo que privara en Venezuela el arbitrio del más fuerte. Pero se cuidó de
compartir parte del botín con sus seguidores.
Chávez
logró imponer el régimen de expoliación con vaselina, pues tenía a la mano un
enorme caudal de recursos provenientes de la renta captada por la venta del
crudo en los mercados internacionales, sobre el cual dispuso a discreción,
alegando que, “ahora el petróleo es nuestro”. De forma que lo que hacía –en sus
palabras—era devolverle al pueblo lo que le pertenecía, eso sí, sin rendir
cuentas ni supervisión alguna de sus manejos y reservándose el papel de
“pueblo” sólo a sus seguidores.
Y así,
con sobreprecios y comisiones en las procuras, transacciones ficticias,
confiscación de empresas contratistas, “contrabando de extracción” de gasolina
y apoderamiento de los dólares de la exportación petrolera con empresas del
maletín, fueron vaciando a PdVSA de sus capacidades productivas. De unos tres
millones de barriles de petróleo que producía al día junto con las empresas
transnacionales, extrae, hoy, menos de 500 mil. Una vez considerada la empresa
petrolera estatal mejor administrada, de PdVSA quedan, hoy, sólo despojos. Y
las reservas internacionales que, con el barril de petróleo vendiéndose a más
de 100$ el barril, superaban los 40 millardos de dólares para finales de 2008,
apenas exceden los 6 millardos.
Cual
metástasis, la práctica de la expoliación se fue extendiendo por toda la
economía. Al lado de las extorsiones de Guardias Nacionales y policías a
transportistas, comerciantes y viajeros en ciudades, alcabalas, fronteras,
puertos y aeropuertos, se unieron exacciones a cargo de funcionarios a cargo de
trámites y autorizaciones, la “vacuna” de colectivos a cambio de “protección” y
el saqueo abierto de recursos de la nación, fuesen el oro y el coltán de
Guayana, gasolina, cables de cobre, chatarra, lo que fuese. Estas prácticas
parasitarias fueron matando al huésped, en este caso, la nación venezolana. Con
base en estimaciones del FMI, la economía del país terminará siendo, para finales
de 2021, menor a una cuarta parte de cuando Maduro asumió la presidencia. Al
encogerse tan drásticamente el botín y al acentuarse la vigilancia de la
comunidad internacional sobre tantos desafueros, los capos tuvieron que aguzar
su ingenio para que no mermara la magnitud de sus despojos.
Y
Cabello mostró ser uno de los más aventajados en aprovechar las oportunidades
que deparaba el desmantelamiento del orden legal. En su atropello a El
Nacional, además de la barrabasada de acusarlo por reproducir lo que otros
habían publicado anteriormente –basado en revelaciones de quien fuera su
guardaespaldas, Leasmy Salazar–, se inventó una contabilidad fantástica para
indexar la compensación por el “agravio sufrido” a una moneda inventada, el
Petro, que no es aceptada como tal en ningún lado. Es como si fabricáramos
un daño para exigir un pago en desagravio de, digamos, diez dólares. Ideamos,
luego, una moneda, el Marte, “respaldada” (¡!) por el oro
existente en el planeta Marte. Afirmamos que los diez dólares son equivalentes
a veinte “martes”. Al obtener, con el cohecho de rigor, que se nos falle
a favor nuestro, esperaríamos el tiempo suficiente para, con nuestra
contabilidad milagrosa, revalorizar el “marte”. Ahora, cada uno
equivaldría 20.000 dólares y nuestro “agraviante” nos debe 400.000 dólares.
Basándonos en semejante artimaña, ¿son un agravio las aseveraciones de Salazar?
Pero
no siempre la conquista de un territorio llevó, como norma, a la expoliación.
Uno de los más grandes conquistadores de todos los tiempos, Alejandro Magno,
luego de derrotar al emperador Darío, se casó con una de sus hijas y un
lugarteniente suyo con otra, para ganarse la confianza de los persas. El
normando, Guillermo, apodado El Conquistador, no destruyó a Inglaterra. La
convirtió en asiento de una dinastía que incluyó figuras tan emblemáticas del
patriotismo inglés como Ricardo “Corazón de León”. La historia enseña, empero,
que mientras más primitivo fuese quien se impusiese por la fuerza, mayor habría
sido su propensión para saquear. Es poco probable que una tribu de cavernícolas
hubiese respetado las pertenencias, derechos o aún las vidas, de una tribu
rival que hubiesen sometido.
Y, en
esto, debemos reconocerle a Diosdado Cabello la sinceridad con que se proyecta
a sí mismo. Escogió para su presentación televisiva el lema, “con el mazo
dando” y, como símbolo, un mazo que hubiera envidiado Trucutú. Y, sin empacho
alguno, profirió, al producirse el embargo judicial contra El Nacional,
“nosotros venceremos”, cual conquistador de la antigüedad. Nada mejor para
representar el oscurantismo con que pretende acallar a un medio que siempre se
ha mantenido crítico. Sin embargo, semejante troglodita se queja, cual
gentleman inglés, ¡alegando que su “honor ha sido mancillado”!
Creo
que, en su afán de sinceridad, a Cabello lo perjudicó su escasa cultura
histórica. Mejor hubiera sido escoger como símbolo un haz de varas cortas
atadas, con una daga en el medio. En salvaguardia de su honor, podría exigir
que se dirigieran a él como “Duce”. Incluso se le parece
Humberto García Larralde
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