Opus Dei 22 de mayo de 2021
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Comentario de la solemnidad de
Pentecostés. “Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por
miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a
vosotros».” Jesús no espera que sus apóstoles se conviertan en hombres
valientes para enviarlos: los envía cuando están asustados, porque su paz y su
fuerza no vendrán de las cualidades humanas o de las circunstancias favorables.
Vendrán del Espíritu Santo.
Evangelio
(Jn 20, 19-23)
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las
manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos».
Comentario
Ha
llegado Pentecostés: la fiesta por excelencia del Espíritu Santo. Hoy, la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad, la Persona Divina que lleva a cabo su
tarea santificadora de manera silenciosa y discreta, irrumpe con toda la fuerza
de su poder para recordarnos que es Él el que hace la Iglesia.
La
escena que nos presenta el evangelio de san Juan no deja de ser paradójica. Nos
encontramos en el anochecer del Domingo de Resurrección. Por las narraciones de
los cuatro evangelistas, sabemos que aquel día fue frenético: idas y venidas
desde el sepulcro, personas que aseguran haber visto al Señor, los de Emaús que
van desolados y vuelven jubilosos, llantos, abrazos, estupor. Y, sobre todo,
alegría, mucha alegría. Los testimonios —La Magdalena, Pedro, Cleofás— son
suficientes para que los discípulos incrédulos al menos duden de su
incredulidad.
Y, sin
embargo, a esas personas las encontramos ahora encerradas por miedo.
La
historia de la humanidad ha cambiado para siempre: Cristo ha resucitado. No
obstante, el cambio que se había de operar en los apóstoles estaba por hacerse:
todavía conservaban los rezagos de ese temor que los hizo abandonarlo en el
Calvario. Tiemblan ante la idea de correr la misma suerte.
Así,
mientras en los corazones de los que ama se entremezclan esos sentimientos,
Jesús Resucitado se aparece en medio de ellos.
Para
nuestra vida cristiana, es muy importante que nos fijemos con atención en los
gestos del Señor. En particular, esta escena es clave para comprender cómo
responde Dios frente a nuestros miedos, que muchas veces son el obstáculo que
nos impide corresponder a su gracia.
Jesús
hace cuatro cosas: les da la paz, les pide que levanten la mirada para que
contemplen sus llagas, les da la misión, y con ella, la posibilidad de perdonar
los pecados.
Es
maravilloso ver cómo el Señor responde frente al temor: con una vocación. La
llamada de Dios, que incluye siempre el sentido de misión, es en sí misma la
respuesta a nuestras propias debilidades y cobardías.
Jesús
no espera que sus apóstoles se conviertan en hombres valientes para después
enviarlos. Los envía justamente cuando están asustados: porque su paz y su
fuerza no vendrán de las cualidades humanas o de las circunstancias favorables.
Vendrán del Espíritu Santo que reciben en ese momento.
La
Iglesia se hizo, se hace y se hará por la acción del Paráclito. Nuestra tarea
no es otra que dejarnos guiar por Él. Por eso no caben ni las inhibiciones ni
la vanagloria.
A
partir de entonces, la vida de los apóstoles se resumirá en proclamar por todos
los sitios que Jesús es el Señor. Pero como dice san Pablo en
la segunda lectura, para poder afirmar eso necesitamos al Espíritu Santo (1
Corintios 12, 3). No podemos dar un solo paso en la vida espiritual, ni
siquiera el más sencillo, sin la asistencia de la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad. Por eso decimos en la secuencia previa a la proclamación
del Evangelio en la Misa de hoy: Mira el vacío del hombre, si Tú le
faltas por dentro.
Esta
Solemnidad es una ocasión estupenda para pedir con fe una renovación de nuestra
vida espiritual y para interceder por los cristianos del mundo entero. Al
convocar el Concilio Vaticano II, Juan XXIII pedía oraciones para lo que él
llamó “un nuevo Pentecostés” en la Iglesia. Esa expresión, nuevo
Pentecostés, podría servirnos como un anhelo que diariamente marque el
paso de nuestro trato con el Espíritu Santo.
Para
eso, podemos acudir a María, protagonista indispensable de lo que celebramos
hoy, para que de Ella aprendamos a decir hágase a cada moción
del Espíritu Santo. La Virgen también se turbó frente a la presencia y el
anuncio del Ángel (cfr. Lucas 1, 29). Sin embargo, no fundamentó su respuesta
en la inquietud que sentía: la fundamentó en la seguridad de que era Dios quien
la llamaba.
Así se
hace la Iglesia, así se han portado los santos, y así espera el Espíritu Santo
que vivamos nosotros. Solos no podemos, pero con Él sí.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/evangelio-domingo-pentecostes/
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