Ismael Pérez Vigil 22 de mayo de 2021
Nadie
se engañe con el título, aunque es en singular, en el país están en curso
varias negociaciones, así, en plural, no es una sola, pero se pueden discutir
bajo un mismo paraguas; e igualmente en torno al tema se desarrolla en la
oposición una tensa polarización, valga decir discusión y diatriba, sobre su
significado y sus protagonistas.
Nada
de raro tiene que sean varias “negociaciones”, pues desde que el régimen parece
haber tomado de nuevo las riendas de la iniciativa en la discusión política,
como bien dice el periodista P.P. Peñaloza: “Valiéndose de la dispersión, el
chavismo instala tantas mesas como factores de la oposición existen” (Tuit del
16/05/2021). No voy a repetir lo que se dice, en torno al tema en cada variante,
solo me referiré a un par de aspectos de la discusión, que me llaman la
atención.
Por
ejemplo, sería interesante conocer cómo se responden a sí mismas las vestales
de la anti negociación, algunas de las interesantes preguntas que ellas
formulan para oponerse a la misma: ¿para qué?, ¿con quién?, ¿qué negocian?
¡Negociar, horror!, además ¿sin un plan? ¿Cuál es el plan?
Les
confieso que yo no lo sé; no sé si hay o no un “plan”, espero que sí; pero,
algo que siempre me ha intrigado es: ¿Cómo saben las vestales que niegan la
negociación que no hay un plan? Podría aceptar que en el pasado hubo serias
dudas acerca de la existencia de ese plan, o al menos que haya habido una
“planificación” de la negociación −que no es exactamente igual−; pero, si fuera
así, ¿Eso, de que no hay plan, es ya algo inmanente?, sí alguna vez no lo hubo,
¿significa que ya no lo habrá jamás?, ¿es algo así como una maldición?, ¿no
cabe la posibilidad de que esta vez sí haya un plan, aunque antes no lo hubiera
y que, obviamente, no se puede estar divulgando?
Descartando
a los “alacranes” −de los que siempre diré que no son oposición y que, en todo
caso, ya “negociaron” en el peor sentido del término− me extraña la
satanización actual que se hace de la “negociación”, porque las tres fuerzas
principales de la oposición democrática, hablan de ella y la proponen. Con
cierta reticencia aun y temor a la palabra, con diferentes aproximaciones,
objetivos, estrategias −o más bien, tácticas−, pero negociación al fin.
En
orden de “magnitud” −verificada en votos y encuestas− la oposición Guaidó/G10
se plantea acordar un plan para la “Salvación Nacional”, que incluya al
Gobierno, naturalmente a la oposición y a la comunidad internacional;
obviamente a esta última, pues el apoyo de esta negociación −y en realidad, de
todas− descansa en la comunidad internacional y sus sanciones. La oposición que
encabeza Henrique Capriles, aunque la consultó, excluye la participación
directa de la comunidad internacional −al menos la que apoya a Guaidó− y se
plantea un plan más modesto: acudir a las elecciones regionales con algunas
condiciones y garantías, para ir recuperando espacios y organizando a la
oposición. Para fracción que encabeza María Corina Machado no es el punto más
importante, pero no la descartan y tiene un objetivo más preciso, solo está
dispuesta a dialogar y negociar con base en la salida de Nicolas Maduro y toda
su gente, por supuesto apelando a la presión que pueda ejercer la comunidad
internacional, bajo alguna forma de intervención directa (?) y con ese sentido
de desalojar del poder al régimen actual. De manera que, como vemos, las tres
facciones mayoritarias, representativas de la oposición, hablan de “negociar” y
todas ellas, de alguna forma, descansan en la presión que pueda ejercer la
comunidad internacional; pero, ¿son todas ellas igual de “diabólicas y
perversas”? Ese es un punto que no me queda claro cuando escucho o leo a
determinados voceros o personajes influyentes de una u otra opción.
En
cualquier caso, todas las vestales anti-negociación vienen con la misma
cantaleta, ¿Dónde está el plan? Y sin esperar respuesta, añaden a continuación:
“¡No hay un plan! Luego, el plan es cohabitar, proteger sus propios intereses y
legitimar al régimen”. Eso sí, cuando se les pregunta cuál es el suyo, se molestan,
no les gusta que se lo recuerden, se ofenden y alegan que este no es el momento
ni el lugar para exponerlo… y de pronto, tienen razón, porque ningún plan para
derrocar a una dictadura se publicita, ni se ha publicado en la prensa o en las
redes sociales. Lo que no es lógico es criticar a los demás por no dar a
conocer algo que ellos tampoco están dispuestos a revelar.
Por su
parte los “futurólogos”, que siempre abundan, ya “descubrieron” y advierten que
eso de negociar, en el fondo lo que busca es darle “impunidad a los
narcotraficantes, violadores de DDHH, de la dictadura”. Y los más “radicales”,
haciendo caso omiso de que algunos de sus líderes también hablan de
negociación, siguen blandiendo su “yo se los dije” y critican las propuestas
negociadoras, indiscriminadamente, porque son la evidente demostración de lo
que ellos siempre han dicho, que lo que quieren, Guaidó, el G10, y los otros
“farsantes” opositores, es “continuar cohabitando con la dictadura”; y así
sigue la polémica en los meandros de Internet, para evidente regocijo del
régimen, que cada poco la aviva y estimula, desconociendo a unos, insultando a
otros, aupando a terceros o rechazándolos a todos.
Nadie
parece preguntarse ¿Por qué un régimen con tanto poder, que controla todas las
instituciones, todas las policías y las fuerzas −legitimas e ilegitimas− del
estado, especialmente las FFAA (en realidad, su único sostén), cede dos
rectores principales en el CNE y accede a sentarse a negociar?; aun cuando
dudemos de su buena fe, lo menos sería pensar que “algo” debe de estar pasando.
Pero
todos sabemos que una negociación es algo abstracto, por lo lejano, porque
puede darse o no, porque puede desarrollarse o fracasar de maneras
insospechadas, porque muchos acontecimientos cotidianos la pueden influenciar;
así que, apartémonos por un momento del tema de la negociación y ocupémonos de
algo que si es concreto y que tenemos al doblar la esquina: las elecciones
regionales. En este sentido, el tema de la anti-negociación no viene solo,
viene lastimosamente adosado a otro igualmente “perverso”, la abstención; o,
mejor dicho, la no participación electoral, porque algunos −los mismos
mencionados más arriba− también se molestan si los llaman abstencionistas.
Ese es
otro tema, la abstención, que implica otro conjunto de argumentaciones bastante
peculiares y extensas, que no repetiré. Me referiré solamente a un aspecto que
también me llama la atención. Es el caso de los que dicen que participar en los
procesos electorales que se efectuaron contra las dictaduras −por ejemplo, la
de Pérez Jiménez o la de Pinochet− estaba “justificado” y era “legítimo”;
solamente participar en los procesos electorales de ahora, no está justificado
ni es legítimo. Aquellos, al parecer, sí tenían el famoso “plan”; al menos hoy
lo sabemos o suponemos −o así nos lo venden, la historia siempre la escriben
los vencedores− pues esas dictaduras cayeron al poco tiempo; de lo que no estoy
seguro es sí, en su momento, los que fueron a votar, y los que llamaron a
hacerlo, sabían también que había un “plan” que daría ese resultado.
Pero
ojo, lo anterior no es una crítica. En mi opinión, tan válido fue que se votara
como parte de un “plan” para derrocar a esas dictaduras, o que se fuera a votar
por mera “inercia” de la resistencia contra ellas durante tantos años, de
tantos que ofrecieron sus vidas y su seguridad personal y que de pronto vieron
un resquicio, una fisura, en regímenes que lucían imbatibles y se lanzaron a
esa “aventura”, por algo tan efímero y abstracto como el deseo de vivir en
democracia y libertad. Lo cierto, es que hoy, estando todos de acuerdo en que
se debe abrir una vía para la negociación, lucimos más divididos que nunca y
son cada vez más ásperos los argumentos y recriminaciones mutuas.
Dividir
un conglomerado humano es muy fácil, lo difícil es volverlo a unir, lo que
facilita la tarea de los que nos han privado de la libertad a todos y han
destruido al país.
Ismael
Pérez Vigil
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