Ovidio Pérez Morales 21 de mayo de 2021
@OvidioPerezM
Cuando
emprendemos una reflexión conviene a veces recordar el sentido de términos cuyo
contenido parece obvio, ya que pueden manifestarse reveladores.
El
Diccionario de la Real Academia nos dice sobre habitante: “Cada una
de las personas que constituyen la población de un barrio, ciudad, provincia o
nación”. Y con respecto a ciudadano: “El habitante de las
ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que
interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país”.
El
ser habitante constituye, por tanto, simplemente un hecho;
pero la condición de ciudadano plantea un compromiso. La
conclusión suena evidente: un Estado democrático no resulta de la pura suma de
habitantes, sino que es fruto de un propósito compartido, de convicciones y
decisiones personales.
Cuando
uno “ve” la situación de Venezuela, percibe que la profunda crisis no ha sido
fruto de la fatalidad, sino de deberes no asumidos y derechos no ejercidos. Si
la Atlántida desapareció por un cataclismo, la Venezuela democrática vivible no
se ha desarticulado por tsunamis o cosas por el estilo; muchos pecados de
acción y omisión se acumularon y siguen dañando. Más de una vez hemos lamentado
la desaparición en la escuela de una materia que se llamaba Moral y Cívica y
más recientemente de otra denominada Educación Religiosa Escolar (Programa
ERE). Los partidos democráticos descuidaron la formación de cuadros y en la
Iglesia no se puso la atención debida a una formación generalizada en su Doctrina
Social. Se olvidó de que una convivencia democrática es como una planta viva,
que es preciso regar, abonar, podar, para que se mantenga y desarrolle. En los
noventa hasta se llegó a jugar con ella, quitando y poniendo alegremente
presidentes y candidatos.
La
realidad política nacional aparece como una ensalada de constitucionalidad e
inconstitucionalidad, legalidad e ilegalidad, legitimidad e ilegitimidad,
que ha llevado a esquizofrenias en la intelección y manejo de la res
publica. Se dan confusiones e indeterminaciones, que se reflejan en
diálogos sin marco preciso y fundamento firme. Por otra parte, presupuestos
ideológicos como el priorizar la Revolución y lemas como “Patria, socialismo o
muerte”, han venido a mitificar, pervirtiendo, lo contingente.
En mi
reciente pequeño libro sobre Doctrina Social de la Iglesia he
reproducido en anexos la Declaración Universal de los Derechos Humanos del
48, así como el Preámbulo y los Principios
Fundamentales de la tan cacareada y zarandeada Constitución de
la República Bolivariana de Venezuela. Dos personajes notables pero
desconocidos de la tragedia nacional, a los cuales es preciso poner en escena.
Nadie ama y exige, en efecto, lo que no conoce. Y los regímenes autoritarios,
dictatoriales y de corte parecido como el socialismo del siglo XXI, propician
la ignorancia en este campo ético-político para que opresión marche sobre
ruedas.
Se
habla grandilocuentemente de participación, protagonismo y cosas por el estilo,
pero el conocimiento y la praxis en este campo es paupérrima, por decir poco.
Por ello la gente suele considerar como regalo lo que es simple derecho; y como
de poca monta o no imperativo lo referente a deberes.
Hay
una frase estupenda: al “hay que”, debo cambiarlo por el “tengo que” y entrar
en acción para poder decir “estoy en”. Esperamos cómodamente que (líderes,
gobernantes…otros) nos cambien el país. Nos contentamos con ver pasar trenes,
sin montarnos en ellos y buscar conducirlos (en lo poco o mucho que podamos
hacer). “No somos suizos” es frase corriente, que trata de encubrir nuestras
fallas y omisiones culpables.
¿Cuántos
habitantes tiene Venezuela? ¿Con cuántos ciudadanos cuenta Venezuela? Regímenes
como el opresor actual no son fruto de la fatalidad, la mala suerte o cosas por
el estilo. Son producto de quienes nos consideramos ciudadanos y
no ejercemos esta profesión. Nos contentamos simplemente con habitar el
país -sin cuidar, por cierto, de su hábitat-.
Ciudadano
es el que entiende la ciudad, polis, como cosa propia. En este
sentido ser verdadero ciudadano es ser auténticamente político. Y
para ello es preciso formarse. Y actuar. Asociándose en algún grupo o partido
político, o no; en funciones del Estado o no. Pero siempre como participante y
protagonista.
Ovidio
Pérez Morales
@OvidioPerezM
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