Laureano Márquez 25 de junio de 2021
@laureanomar
El
bicentenario de la batalla de Carabobo habría sido una magnífica oportunidad
para reflexionar sobre el rumbo del proyecto que allí comenzó el 24 de junio de
1821.
Una
ocasión propicia para hacer un balance de la mano de historiadores,
intelectuales y personas destacadas del quehacer cultural sobre cómo van
marchado las cosas después de dos siglos de vida independiente. Pero para ello
se requeriría que un mínimo de decencia y no es el caso.
Aunque
quizá sobre nuestro estado de cosas ya la mayoría tiene un juicio claro: el
proyecto marcha muy mal, casi que podríamos decir, peor que nunca. Uno de los
pocos actos que ha trascendido es el encuentro auspiciado por el
«Concejo Nacional Espiritista».
Cuando
pensamos en la batalla de Carabobo, nos viene a la mente el cuadro de Tovar y
Tovar pintado en la cúpula del Salón Elíptico del Palacio Federal (No sé si se
siguen llamando igual o han cambiado a Salón comandante Elíptico y a Palacio
Federal María Lionza, por ejemplo). La batalla de Tovar y Tovar es infinita.
Por ser elíptica, como la cúpula, no tiene comienzo ni final, lo cual tiene un
profundo sentido simbólico. Cada día que el «sol nace en el Esequibo» (que,
dicho sea de paso, el régimen venezolano ha entregado con la habitual
indolencia que manifiesta para todo lo que es caro al destino
nacional) se libra no una, sino muchas batallas de Carabobo y cada día se gana
o se pierde, no ya frente al general De la Torre, sino contra los enemigos que
desde el 24 de junio de 1821 se le han venido presentando a ese proyecto
político al que pertenecemos.
Cuando
se destruyen las universidades públicas, se pierde una Batalla de Carabobo.
También cuando se incendia una biblioteca; cuando no se vacuna adecuadamente a
la gente, sino en función de lealtades políticas; cuando se encarcela, se
tortura y asesina al que piensa diferente; cuando no se permite a la gente
votar libremente; cuando se mantiene a una población al borde de la inanición;
cuando se destruye la industria petrolera, fundamento de la economía; cuando se
asesinan indígenas por la ambición de o oro, mientras se derriban estatuas de
Colón; también cuando se va la luz y el agua. En cada una de estas
circunstancias y en muchas otras, Venezuela pierde cada día una batalla de
Carabobo.
El
cuadro te Tovar y Tovar nos muestra a unos soldados elegante e impecablemente
uniformados. No vemos los horrores de la batalla y no es una crítica al pintor,
que tendría que presentar la visión más romántica del hecho. Sin embargo, ese
día allí murieron cerca de tres mil personas entre españoles (la mayoría) y
patriotas, cuyos huesos deben estar por ahí en algún lugar de aquella sabana.
La batalla fue cruenta, seguro la mayor parte de los soldados de Páez estaban
medio desnudos y los que tenían uniforme, no lo lucirían planchado
con esmero, sino con toda certeza sucio y raído.
¿Por
qué luchaba esa gente? Puede que, en primer lugar, por la fuerza de la
costumbre. Llevaban diez años peleando, primero con Boves, luego con Bolívar.
Tal vez las palabras que más aparecían en la boca de los generales que los
animaban al combate eran las de «independencia» y «libertad». Quizá tendríamos
que evaluar, a doscientos años de Carabobo, como marcha la patria en términos
de independencia y libertad.
La
independencia que el ejército libertador consiguió aquel 24 de junio,
prácticamente se ha perdido. No solo porque una pequeña isla dirige nuestro
destino, sino también porque nuestro futuro esta endosado a China y Rusia. Irán
es otro que anda por estos lados pescando en río revuelto. Pero, más allá de
los países, todo tipo de organizaciones armadas amenazan nuestra independencia.
A estas alturas no se sabe bien si puede decirse que el estado Apure es
enteramente parte del país. La guerrilla o, mejor dicho, las guerrillas gobiernan
extensiones importantes del territorio nacional. Eso sin entrar a hablar de los
feudos que, especialmente en la capital, ha establecido el hampa organizada y,
frente a los cuales, el hampa desorganizada no tiene prácticamente ninguna
capacidad de acción. Si en 1821, la independencia teníamos que conquistarla
solo de España, en 2021 la reconquista de la independencia tiene muchas
batallas por delante. Y en lo que respecta al ejército «forjador de libertades»
de Carabobo, solo contamos con uno que forja opresión para su propio pueblo,
entre otras cosas.
No es
prudente opinar por los difuntos, pero como conocimos su opinión en vida y
estamos en plan espiritista, es lícito afirmar que el Libertador estaría
bastante más decepcionado de lo que lo estuvo a su muerte en Santa Marta.
Incluso, seguramente, su indignación sería mayor al conocer que todo lo que se
hace negando sus ideas y postulados, tiene, curiosamente, como fundamento su
nombre.
No
tenemos suerte con los centenarios de Carabobo: el primero también se conmemoró
en dictadura, aunque aquella, con todos sus males, al menos construía. Entre
otras cosas, en propio monumento dedicado a la memorable batalla en lugar donde
transcurrieron los hechos. Del segundo, la noticia que más a circulado es
aludido encuentro espiritista. Que yo en su lugar no andaría por ahí
conjurando espíritus y menos el de Bolívar.
En
todo caso, rindamos nosotros un íntimo homenaje a todos los que en Carabobo
dieron su vida por un sueño que, doscientos años después, sigue pendiente de
hacerse realidad.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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