Por Hugo Prieto
El término «populismo»,
además de polisémico, está sujeto a controversias en el campo de las ciencias
políticas y de la academia. Le he pedido a Nelly Arenas* que conceptualice esa
palabra para que, a partir de ahí y en el contexto del vecindario latinoamericano,
desarrollemos esta entrevista. Arenas va más allá. «Yo lo llamo pandémico,
porque todo el mundo se ha contagiado del término. Pero a partir de 1989 ha
adquirido perfil académico. Se hace necesario, digamos, diferenciar el manejo
vulgar, del que se hace en la academia, donde incluso no hay acuerdo en cuanto
a su significado».
Nos hemos centrado en
el campo político, para diferenciarlo del campo ideológico o económico. Kurt
Weyland, por ejemplo, entiende al populismo como una estrategia política, mediante
la cual un líder personalista ejerce el poder sin mediaciones, y no
institucionalizado, de sus seguidores (la democracia directa, que prescinde de
los mecanismos republicanos de gobierno: la separación de poderes, los derechos
de propiedad, el respeto al individuo, vistos como obstáculos o meros
estorbos). Otro elemento en común, aceptado por la academia, es la división de
la sociedad entre el bien y el mal, que puede traducirse entre «revolucionarios
y gusanos» (Cuba), entre chavistas y escuálidos (Venezuela). Un tercer elemento
es la invocación permanente de la «soberanía nacional», que en realidad es un
escudo para oponerse a las sociedades abiertas, a la globalización, a la
universalidad de los Derechos Humanos e incluso al cambio climático. En fin, el
reino de la autarquía autoritaria.
Otra cosa a tomar en
cuenta -sobre la cual hay consenso entre los investigadores- es que el
populismo no es el opuesto a la democracia. «No, como dijo Margaret Canovan,
‘el populismo es una sombra que persigue a la democracia’. Entonces, populismo
y democracia son enemigos íntimos, ambos parten de principios distintos, pero
dentro de lo que significa la democracia».
El populismo goza de
buena salud en América Latina. Después de su apogeo a mitad del siglo XX
resurge ahora con nuevos bríos. Incluso en Chile, un país que supuestamente
había hecho la tarea. ¿Qué razones explican esta realidad política?
No lo llamemos
resurgimiento, sino persistencia, porque siempre ha estado allí, activo o
latente, en nuestros liderazgos, en nuestros partidos políticos y, sobre todo,
en nuestra cultura política. En realidad, el populismo está en todas partes,
pero como dijo Loris Zanatta: América Latina es su paraíso. Es muy importante
entender que la democracia tiene paradojas que le dan un sentido flotante. Y
eso hace imposible resolverlas. Una de esas paradojas, por ejemplo, es ¿qué es
el pueblo? ¿Cómo ejerce su soberanía el pueblo? ¿Es posible ejercerla? Esa
discusión siempre ha estado presente, porque no se ha resuelto ni se va a resolver.
Lo otro es el equívoco de la democracia representativa. Los electores casi
nunca están conformes con sus representantes. El populismo lo percibe como una
traición y lo resuelve imaginando a un líder único que expresa la voluntad de
todo un pueblo. Lo otro es que el principio de igualdad política es imposible
de cumplir. ¿Por qué? Porque hay división, hay pluralidad que lo impide. Por
principio, la democracia tiene esas contradicciones que son irresolubles y ahí
prospera el caldo de cultivo del que se vale el populismo para proponer una
democracia directa, una democracia participativa, como lo vimos en Venezuela.
La nuestra es uno de los mejores laboratorios que podemos tener en América
Latina después de la de Perón, en Argentina.
En países con instituciones
débiles, ¿qué papel han jugado las élites en la construcción, en la hechura del
populismo, visto como la sombra de la democracia?
Deberíamos recordar la experiencia de Argentina y el populismo peronista entre las décadas de 1940 y 1950. El país estaba dominado por una oligarquía liberal, pero el sufragio no era universal. Esa oligarquía impedía el movimiento hacia la democracia de masas. ¿Cuál fue el papel de las élites en ese momento? Un grupo de militares, encabezados por Perón, se dieron a la tarea de fustigar a esa oligarquía liberal que estaba debilitada por la crisis económica del año 1929, lograron implantar el voto universal y el acceso de las masas a la escena política. Desde ese momento uno puede decir que el populismo es parte constitutiva de la democracia en América Latina. Claro, hay que hacer la salvedad de que Perón, que era un admirador del fascismo y un personaje iliberal y autoritario, empezó a formalizar una democracia con visos autoritarios muy marcados. Pudiera parecer una contradicción, pero es verdad. ¿Por qué? Porque las masas entraron a la democracia, a la escena política, de la mano de Perón, que era un militar. No era un movimiento que surgió desde abajo, sino un caudillismo extremo, en donde los derechos de la gente, de los empresarios, de los estudiantes, fueron confiscados en atención a lo que Perón llamaba una «comunidad organizada», a la imagen y semejanza del partido justicialista. Allí hay, digamos, una revelación de lo que es el papel de las élites en la hechura del populismo. El caso de Chávez en Venezuela es muy importante porque replica el modelo peronista, salvando algunas cosas, distancias.
¿Podría hablar de las
semejanzas más que de los elementos distintivos?
Aquél era iliberal,
éste también. El modelo de gobierno, el modelo de poder, que estaba en la
cabeza de Perón, que implantó en la sociedad argentina, eliminando las
instituciones, las figuras intermedias y solamente dándoles prioridad a
sindicatos que controlaba él, se parece mucho al caso venezolano.
El populismo,
frecuentemente, viene de la mano de sectores militares. Lázaro Cárdenas en
México, Velasco Alvarado en Perú, Getulio Vargas en Brasil, se afianzó en el
poder con el apoyo de los militares. ¿Podríamos decir que estos militares
adscribieron las tesis políticas del peronismo?
Habría que estudiar a
fondo cada uno de los casos. Más que la influencia de Perón, yo diría que el
factor a considerar es la cultura política latinoamericana. Incluso más allá,
los orígenes y las raíces nuestras españolas. Recordemos que fundaron un estado
patrimonialista, en donde lo público se mezcla con lo privado, donde el sentido
de comunidad no es individual sino holístico y por eso, precisamente, Perón
habla de la «comunidad organizada». Si el populismo viene de los cuarteles, la
visión de homogeneidad, de unanimidad puede ser más acendrada. ¿Por qué? Porque
el militar entiende el país como su ejército, como su tropa. Eso puede fundar
una diferencia entre el populismo militar y el populismo civil. En todo caso,
lo relevante, como dice Zanatta, es que América Latina no ha vivido la política
sino como religión. ¿Por qué? Porque entiende que el mundo está dividido entre
buenos y malos, entre Dios y el diablo, el pueblo no tiene perfil
constitucional sino moral (es virtuoso o no). Eso es muy importante, a la hora
de examinar, lo que ha sido el populismo en América Latina.
Los caudillos
populistas -militares o no- desdeñan los mecanismos republicanos de gobierno
-la separación de poderes, el estado de derecho, la constitucionalidad- y
cuando pueden, sencilla y llanamente, prescinden de ellos. Lo hemos visto en
Nicaragua, en Venezuela. Pareciera que no podemos superar esa cultura política,
en la cual prosperó el populismo. ¿Estamos condenados a repetir la historia una
y otra vez?
Necesariamente tengo
que ir más allá de América Latina. La tercera ola democratizadora que se da en
el mundo -entre mediados de la década de 1970 y 1990, cuyo inicio es la
transición de España y Portugal hacia la democracia y que tiene como punto
culminante la caída del Muro de Berlín- hace que, efectivamente, la democracia
liberal triunfe en el mundo (de 46 países pasa a 114). No por casualidad, dice
Enrique Peruzzutti, tanto en Europa como en América Latina, en donde la
transición de los regímenes militares a la democracia se da en los años 80, es
donde el populismo se ha expresado (Polonia, Hungría, la Francia de Le Pen, la
España de Podemos y de este lado del Atlántico los países del vecindario) con
más fuerza, con más virulencia, si cabe el término. Lo que quiero decir con
esto es que mientras exista la democracia, también va a existir el populismo
como una crítica a las falencias de las democracias liberales, entre otras
cosas, porque los populismos se presentan como radicalizadores de las
democracias, pero no en el sentido liberal, porque la institucionalidad -el
parlamento, el poder judicial, la constitucionalidad- se perciben como estorbos.
No. Es la relación directa entre el líder y las masas. El líder es el que
expresa la voluntad de las masas. Así entiende el populismo la democracia.
Nelly Arenas retratada por Antonio Pérez | RMTF
Tenemos la frase de
Gaitán: «Yo no soy yo, yo soy un pueblo», versionada luego por el señor Hugo
Chávez. La democracia directa y participativa -es decir, el populismo político-
se apoya en el asistencialismo en el campo social y en el campo económico. Una visión
que despoja al individuo de su condición de ciudadano. La pregunta es: ¿qué
tiene que ver eso con la democracia?
Para el populismo la
democracia es otra cosa, que no es la que usted o yo tenemos en la cabeza.
Porque la democracia liberal -y aquí tenemos que hacer la diferencia siempre-
se fundamenta en el respeto a la individualidad, la separación de poderes, los
mecanismos parlamentarios de la representación, la validación de la ciudadanía,
etc. Para el populismo el sentido de la democracia es otro: que se exprese la
voluntad del pueblo a través del líder. Claro, eso es una ficción porque
sencillamente es imposible. Y a partir de los mecanismos que propone -la
democracia participativa- se invalida la auténtica participación, como ocurre
en el caso venezolano, donde las estructuras participativas -las comunas-
dependían directamente de Miraflores. Es decir, del Ejecutivo y del presidente
Chávez. No podíamos hablar de participación, porque la participación supone
iniciativas individuales y autónomas. Y éste no es el caso. El ideal de la
democracia participativa, como se nos vendió a partir de 1998 y durante todos
estos años, se ha ido diluyendo. Ya ni se habla de eso o la nombran cada vez
menos. ¿Cómo es que todo el mundo participa de una manera efectiva en las
decisiones que el gobierno tome? ¿Cómo se mide eso? No. Eso no funciona aquí ni
en ninguna parte.
Me interesa enfatizar
el hecho de que el populismo, cuando viene de los cuarteles, acentúa el
concepto de unanimidad, de homogeneidad. El caso venezolano es un claro
ejemplo. ¿Qué reflexión haría usted alrededor de ese punto?
Lo primero que diría es
que no tengo datos que comprueben (esa afirmación) empíricamente. Pero dada la
lógica de pensamiento de los cuarteles y de los líderes que provienen de la esfera
militar, es posible pensar en una visión del mundo que entiende a la sociedad
como algo compacto, como un cuerpo único que no tiene divisiones, pero que,
además -y esto se da en el populismo en general- necesita un jefe que lo guíe,
que lo dirija. Venezuela, en el momento en que llega Chávez, precisamente está
ansiosa de orden, desea que la promesa de igualdad de la democracia se
produzca, etc. Y la voz del militar, la voz de mando, fue la que se impuso en
ese momento. Pero además es un momento donde las instituciones partidistas
están por el suelo y hay una crisis de representación muy fuerte. Algo de eso
estamos viendo en Perú. Pedro Castillo no es una casualidad. Castillo gana las
elecciones porque hay una descomposición de partidos muy grande. Hay un gran
malestar con la democracia y los liderazgos representativos. Por eso Chávez
ayer. Y por eso Pedro Castillo hoy. Uno era militar, el otro no. Sin embargo,
ambos llegan al poder en un momento de fractura total del sistema político.
Claro, el autoritarismo en Venezuela se radicalizó y terminó acabando con la
institucionalidad. En Perú, al menos tienen un organismo de procesos
electorales que funciona.
En Venezuela ya no es
el desdén por la separación de poderes y las instituciones. Yo diría que eso no
existe. No podríamos caracterizar el modelo político como populista. ¿Usted se
atrevería a caracterizar qué es lo que estamos viviendo?
En este momento,
Venezuela no tiene un régimen populista. El populismo se produce cuando tiene
el apoyo de las masas. El peronismo fue eso. Perón tuvo un amplio apoyo de las
masas. El chavismo fue eso. Chávez tuvo un amplio apoyo de las masas. Pero
desde la muerte de Chávez para acá, el liderazgo de su sucesor declinó
muchísimo. De manera que el apoyo masivo que requiere un sistema populista no
existe en Venezuela. Dada la debilidad del Gobierno de Nicolás Maduro, es por
lo cual el liderazgo chavista decide irse por otras vías. Radicalizar el
Gobierno, hacerse cada vez más autoritario, al punto de que ni hay democracia
ni hay populismo. Lo que hay es un autoritarismo cada vez más cerrado, cada vez
más radical.
Nelly Arenas retratada por Antonio Pérez | RMTF
Sin embargo, podemos
decir que hay un rasgo populista, al menos en el campo económico. El
asistencialismo -los bonos, el Clap-. ¿Qué explicaría que este rasgo del
populismo siga en la agenda del Gobierno?
La necesidad de
mantenerse en el poder, la necesidad de mantener a su clientela en un puño. No
son únicamente los mecanismos clientelares que usted menciona, hay una retórica
populista. Maduro y el liderazgo del gobierno hablan como lo hacía Chávez. Pero
el problema es que los apoyos no son iguales. Y volviendo a la pregunta, las
estructuras clientelares existen y seguirán existiendo, porque es la única
manera, el único mecanismo, de mantener vivo alguno de sus apoyos, a pesar de
la decepción y el desencanto de la mayoría de la población. La pobreza es tal,
el desamparo es tal, la desigualdad que está viviendo la sociedad venezolana es
tanta que la gente necesita esa ayuda por más precaria que sea.
Si la memoria no me
falla, creo que fue en 2006, en plena campaña para la fallida reforma
constitucional y en medio de una aguda escasez que se voceó la consigna: «Con
hambre y desempleo, con Chávez me resteo». ¿Qué diría de esa consiga al momento
actual? ¿Cómo la contrastaría con lo que estamos viviendo?
Diría que esa consigna
roza casi con lo religioso. En ese momento, Chávez no se ve como un líder de
carne y hueso sino como un dios, que a pesar de todo sigue siendo dios, y con
el que hay que identificarse. Por encima de todo. Aquí surge otro rasgo del
populismo, del cual no hemos hablado. El populismo antepone la identificación
por encima de la representación. Es decir, el vínculo fundamental de
identificarse con el líder, independientemente de las características del
líder.
De ahí, la necesidad,
la urgencia de implantar la lealtad. Si usted está identificado, tiene que ser
leal.
Absolutamente. Eso
tiene muchísima familiaridad con los sistemas totalitarios, porque debe
garantizarse una lealtad a como dé lugar. Una lealtad, a veces impuesta por el
terror y el miedo, o por la adoración al líder. Es parte de la realidad de los
populismos y de los sistemas totalitarios.
***
*Profesora titular de la
UCV. Investigadora del Cendes. Socióloga. Doctora en Ciencias Políticas.
20-06-21
https://prodavinci.com/nelly-arenas-ya-nadie-habla-de-la-democracia-participativa/
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