Por Antonio Pérez Esclarín
En estos tiempos se nos
viene insistiendo en la necesidad de lavarnos las manos para evitar el contagio
del virus. Pero, más allá de lo cínico que puede resultar este llamado cuando
infinidad de personas no tienen en Venezuela acceso al agua, hoy quiero
insistir en la necesidad de lavarnos la boca para que renunciemos de una vez a
ese lenguaje descalificador y procaz que promueve la ofensa, la división, el
insulto y la mentira.
Lavarnos la boca para que sea siempre vehículo de bendición, de palabras que
animan, siembran esperanza, construyen puentes. Boca que aprende a hablar con
el lenguaje del amor a los demás y a la naturaleza y sabe también cerrarse para
escuchar, comprender y dialogar con palabras desarmadas, creadoras de novedad.
Boca que clama y denuncia con valentía y libertad, todo lo que deshumaniza y
amenaza la vida, que desenmascara las hipocresías, mentiras y falsas
justificaciones, que habla siempre la verdad. Boca que habla para sanar,
levantar, animar, consolar o enmudecer; que proclama buenas noticias, que
poetiza y canta los caminos de esperanza de un pueblo solidario y libre. Boca
que compagina la felicidad personal con la social, los otros con nosotros y con
la madre tierra. Boca que sabe besar con ternura y hace del beso un lenguaje de
entrega y de amor. Que ha aprendido a sonreír y cultivar el sentido del humor.
Lavarnos la boca para devolverles a las palabras su valor, pues uno de los
mayores problemas de nuestra cultura es que hemos vaciado a las palabras de
sentido, y con frecuencia, las utilizamos para expresar cosas distintas y hasta
opuestas a su significado original. Llamamos libertad a la arbitrariedad y el
capricho; felicidad a divertirnos o pasarlo bien; calidad de vida a la cantidad
de cosas; negocio a la más grosera especulación y robo; orden establecido a la
dominación y y el abuso; justicia a la venganza; diplomacia al engaño y la
mentira; diálogo al monólogo; socialismo al capitalismo de Estado; revolución a
la más grosera involución; sinceridad a la falta de respeto.
Ernesto Sábato deploraba la pérdida del valor de la palabra y añoraba los
tiempos en que las personas eran “hombres y mujeres de palabra”, que respondían
por ellas: “Algo notable es el valor que aquella gente daba a las palabras. De
ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy todas las
interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de
nuestras actos que para responder por ellos”.
Por otra parte, hoy se viene hablando de que vivimos en la era posverdad,
es decir, en tiempos donde la verdad ya no es prioritaria pues se miente sin el
menor pudor y se banalizan los hechos y las noticias para asegurarse la
atención y los comentarios del público. Ya no importan la verdad demostrable ni
la noticia cierta, sino la activación de emociones y de reacciones inmediatas,
para lo cual se aprovecha la abundancia de canales que carecen de verificación.
La nueva medida de valor para demasiados medios es la viralidad, en vez de la
información objetiva y veraz.
Por otra parte, la superficialidad, el sensacionalismo y la falta de ética, no
sólo están acabando con la verdad, sino también con la profundidad. Hoy se
interpreta el mundo a golpe de twit. En las redes sociales tiene tanta
importancia lo que dice un pensador o un historiador serios que lo que dice un
idiota. Los influencers y charlatanes son más valorados que los
filósofos y personas profundas.
pesclarin@gmail.com
22-06-21
https://www.eluniversal.com/el-universal/99818/lavarnos-la-boca
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