Marta de la Vega 21 de junio de 2021
Las
transiciones más conocidas hacia la democracia en el mundo hispánico son la
española, la portuguesa y la chilena. Las tres tienen en común haber pasado en
forma pacífica de una dictadura militar a un gobierno civil.
La
transformación del sistema político y nuevas reglas de juego fueron la
consecuencia de una concertación unitaria de diferentes ópticas políticas y
distintas perspectivas ideológicas. Se produjo un esfuerzo deliberado entre
dirigentes, grupos de presión, representantes de la sociedad civil, figuras con
autoridad moral, con peso académico, con liderazgo social y ciudadanos
dispuestos a la lucha cívica para restaurar la democracia.
Movidos
en dirección coincidente por un bien superior y un propósito común, más allá de
intereses partidistas, se trataba de rescatar el Estado de derecho, la
independencia de los poderes públicos, las instituciones arrasadas por el
personalismo, una democracia constitucional y, sobre todo, la dignidad y la
decencia de la gente, pisoteadas por una opresión sanguinaria, humillante,
envilecedora, que destruyó mucho. La autocracia en esos países dejó un trágico
balance: inútiles y absurdas pérdidas de vidas humanas, sueños rotos, proyectos
truncados, diáspora forzada.
La
situación venezolana no es la de una dictadura militar pero los militares han
sido especialmente beneficiados, particularmente en los rangos superiores, por
la militarización del poder.
La
apariencia de democracia en algunos aspectos formales oculta la realidad de un
régimen ilegítimo por su origen y desempeño, cuyo gobierno es, por eso,
tiránico. Tenemos un poder bicéfalo. Por un lado, el gobierno interino,
constitucional y legítimo, sin instituciones bajo su liderazgo ni poder sobre
las fuerzas armadas. Por otro lado, un gobierno usurpador, sin fuerza moral ni
autoridad, con capacidad de reprimir y someter a la población por la extorsión,
el miedo y el terrorismo de Estado.
El
único objetivo de los usurpadores es aferrarse al poder a cualquier precio y
lucrarse del patrimonio público. No importa si para lograrlo son cometidos
crímenes de lesa humanidad: torturas, ejecuciones extrajudiciales, detenciones
arbitrarias, desapariciones forzadas, violencia sexual. No importa que hayan
colapsado los hospitales, el sistema educativo, la infraestructura; que la
hiperinflación haya destruido el ingreso de las familias y mueran muchos
ciudadanos de desatención por falta de medicamentos y equipos médicos, por
inanición, por desnutrición o de enfermedades que habían sido erradicadas, como
la tuberculosis, el paludismo o la fiebre amarilla.
Venezuela,
en un complejo escenario geopolítico, es peón del ajedrez en el que se juegan
la guerra híbrida, la manipulación y control cibernéticos, a la vez que
poderosos intereses económicos, en especial de Rusia, Irán, China, Turquía y
Siria, con Cuba como principal articulador y beneficiario.
El
país, dominado por una camarilla militar civil que ha usurpado las estructuras
del Estado, pervertido las funciones de este y que se halla vinculada al crimen
organizado transnacional, está en ruinas. Además de la crisis humanitaria
compleja que padece su población, Venezuela sufre la explotación depredadora y
salvaje de recursos minerales estratégicos por parte de consorcios extranjeros
con la complicidad de grupos nacionales vinculados a la cúpula del alto mando.
Sin
olvidar la cleptocracia en el sector público, el aparato productivo ha sido
reducido o destruido por el despojo a empresarios privados o la intervención
estatal desmedida y abusiva en contra de la producción manufacturera y
agrícola. Ha florecido una economía ilícita basada en el narcotráfico y el
contrabando, que ha desatado una guerra para controlar el territorio nacional
entre grupos criminales colombianos, con el ELN, las FARC y sus facciones, e
Irán y Siria, con radicales islamistas como Hezbollah.
¿Cómo
se puede, entonces, alcanzar una transición y hacia qué? Hay al menos cuatro
transiciones. No basta nuevo gobierno sino un cambio de modelo político. Para
construir democracia se requiere que el voto elija: todos los poderes, no solo
el regional o local. Si no, la autocracia se consolida. Economía de mercado con
equidad; un Estado social de derecho y justicia, para superar el Estado fallido
y criminal. Y, sobre todo, un cambio estructural de mentalidad. La educación es
clave para construir nuevos acuerdos sociales.
Que la
transgresión no sea la norma significa ética del respeto y cuidado por el otro,
honradez, probidad y aspiración al logro.
Marta
de la Vega
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