Por Simón García
Después de 20 años de
gobiernos chavistas, que pesan como un siglo de atrasos, la destrucción acumulada
no tiene comparación. Mayor que la guerra de independencia, porque al costo de
la devastación de la economía y la población se rompió la subordinación
imperial y comenzó la accidentada fundación de nuestra nación.
En nuestro catálogo de
calamidades nunca habitó una dislocación tan enorme de prácticamente todas las
estructuras fundamentales del país ni tanto extravío de cosas y actores que
impulsan el progreso. La pérdida o el déficit del sentido de país separa a las
tribus políticas y a un mundo intelectual entretenido en sus pompas. En la
población, unos se marchan y otros sobreviven a fuerza de asirse al recuerdo o
desenlaces heroicos.
Desarmados de ideas y sin
proyecto de futuro; metidos en la trampa de que la democracia solo puede
existir después de Maduro; cediendo los deberes del ciudadano, nos disgregamos
en tantas fracciones como ambiciones o satisfacciones de rebaño nos queden.
En la hilera de las
tentaciones nos asecha la del pensamiento único, cada vez que nos vamos
pareciendo al poder que combatimos. La autocracia usa nuestros insultos,
descalificaciones y discriminaciones para rebanarnos en más parcelitas.
A los millennials venezolanos
no supimos trasmitirles una cultura democrática ni ofrecerles una práctica
cívica. Sin liderazgo político y cultural inspirador sus ideales y su coraje se
debilitaron. Dieron su paso al costado ante la nube de improperios que a ras
del suelo se intercambiaban unos dirigentes, en los que costaba distinguir,
como en las antiguas películas de vaqueros, a los muchachos de los bandidos. Es
como lo veo, a riesgo de una equivocación inaceptable para nuestros
atropelladores hooligans criollos, empeñados en volver migajas dudas
y argumentos que se aparten de los suyos. Mientras, con más tranquilidad, el
aparato oficialista pasea sus garrotes por el barrio para intimidarlo. Nos
miran distribuir frustración puerta a puerta.
Necesitamos cambiar,
comprender que el otro opositor no es un enemigo. O, mejor dicho, asumir que el
otro es un competidor de influencias y tomar la carta de desafiarlo con una
mejor propuesta, con un organizado compromiso con el prójimo social que se
ahoga ante la indiferencia de los que observamos desde la orilla. Y poniendo
sobre la mesa, logros.
Ningún equipo solo, es
decir, sin unión con el otro, podrá unificar a los venezolanos o reconstruir la
institucionalidad, la justa convivencia o el bienestar.
Para llenar el hueco
necesitamos cinco ingredientes: 1) Actuar como una comunidad de ciudadanos
imperfectos y diferentes, 2) Aportar a un mismo pote de intereses comunes, 3)
Tener como prioridad auxiliar a la gente y salir de la burbuja de la política
como fin de sí misma, 4) Atender a los náufragos, sean o no opositores, 5).
Apoyarse en las instituciones que dan esperanza como la Iglesia y los nuevos
sujetos de la producción y el trabajo.
A las almas que aún rechazan
la negociación y la participación en las elecciones, conviene recordarles la
fábula de Antístenes que menciona Aristóteles en el Libro III de La
política, en la que bastó una sencilla pregunta de los leones para ubicar en su
realidad a los airados conejos: «¿Dónde están vuestras garras y colmillos?».
A la autocracia, aunque perdiendo
colmillos, le quedan garras. Si trasladamos a los votos el uno contra los otros
será difícil para un demócrata robarse la tercera y llegar a home.
Volveremos a perder, unos y otros.
Simón García es analista político. Cofundador del
MAS.
27-06-21
https://talcualdigital.com/los-unos-contra-los-otros-por-simon-garcia/
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