Américo Martín 20 de junio de 2021
El
destino de la acosada Nicaragua ha oscilado, primero, entre Sandino y Somoza;
luego, entre las dinastías de Somoza, Chamorro, Ortega, salpicadas de
personalidades supuestamente fuertes que no terminaron por demostrarlo como
Tomás Borges, Edén Pastora (Comandante Cero), Sergio Ramírez e intelectuales
sin armas ni voluntad de poder. En la tierra del gran Rubén Darío, la
revolución sandinista pudo adornarse, además, de poesía y de amor a la
democracia y libertad, como parece evidenciarlo, de una fuerza lírica capaz de
librarla de las toscas manipulaciones que acompañaron a la castrista, la
chavista y a otros fenómenos culturales de nuestra desdichada América hispana.
El
poeta venezolano Joaquín Marta Sosa tuvo el acierto de relievar como símbolo
lírico sandinista a otro impresionante escritor, Ernesto Cardenal, cuya
sensibilidad poética, teológica y política contribuyó a perfilar.
Fue
así como se fueron colocando sobre la mesa una importante suma de factores en
la patria de Rubén Darío, susceptibles de hacer estallar una hermosísima
manifestación lírica, social y cultural merecedora del calificativo hispano de
«donosa», que viene a ser tanto como decir: la plenitud de los dones y
cualidades que puedan adornar a las mujeres más bellas y espirituales. Eso sí,
aceptando que el segundo de los rasgos mencionados sea más significativo que el
primero, pues al fin y al cabo nombres femeninos son ética, estética,
filosofía, psicología. filantropía y hasta revolución, mucho antes de haber
sido absorbida por ese baile de vampiros en que se ha convertido con el tiempo,
sobre todo cuando sus protagonistas pierden forma humana y su imagen ya no se
refleja en los espejos.
Pienso,
por supuesto en este momento, en el ominoso gobierno de Daniel Ortega, cuyas
orugas de tractor están aniquilando los vestigios de oposición y de
civilización.
Para
cerrar las puertas a elecciones libres, el dictador Ortega ha encarcelado a 18
nuevos líderes de la disidencia, entre ellos cuatro candidatos presidenciales.
Han sido encerrados en prisión porque el caprichoso personaje le sale al paso a
quien pretenda discutirle su autodecretada condición de presidente eterno de
Nicaragua.
Por lo
demás, el desenlace rupturista terminaría por imponerse como inevitable, dado
que la pareja presidencial, no especialmente aceptada, no exhibe ningún ángulo
de su conducta que armonice con los decorosos perfiles de la gran patria de
Rubén Darío y Ernesto Cardenal.
Eugenio
D’Ors y más que nadie Ortega y Gasset casi levantaron un monumento a los
jóvenes, entre quienes al que llamaré Ortega «el bueno», colocaron el futuro de
la áspera región americana en las manos promisorias o porveniristas de esos
jóvenes que, entre 1918 y algo después en 1928, conformaron las generaciones
que borrarían el repetido dogma marxista de la vanguardia obrera o dirección
del proletariado mundial.
La
América española demuestra todos los días, a partir del prodigioso aporte de la
Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, que ese lugar de privilegio,
conducción y futurismo corresponde a los estudiantes y capas medias e
intelectuales que a lo largo de los siglos XX y XXI han proporcionado los
líderes más lúcidos e indomables.
Pero
nada es tan complejo como desenredar los rudos lazos generados en el ejercicio
de la dirección política, puede ser largo y repetitivo, pero no le hace: el
debate y la negociación son puntos de sólido respaldo a la causa del progreso,
el cambio de gobierno, la democracia, la libertad, todo lo cual exige el
músculo, el temple de quienes todo lo exponen para conquistarlas sin desmayo.
La
torcedura sufrida en la agobiada hermana Colombia tras el llamativo acuerdo de
desmovilización y desarme, que se tuvo cual ejemplo de excelente negociación
entre sectores decisivos, casi lo único que puede exhibir es la creciente
demanda de reanudarlo.
Dividida
sin remedio, las FARC parecen hoy una metáfora de lo que llegaron a ser bajo el
mando de Marulanda y el activo Secretariado, que había decidido no repetir el
camino de la negociación debido a que sus miras eran más ambiciosas que liberar
presos, obtener zonas de alivio y algunas concesiones políticas de buena
consistencia. ¿Y en qué consiste el premio mayor guardado en secreto mientras
no se diera el paso final? Bueno, que juzguen los lectores de esta columna.
Tenían más de 20.000 hombres poderosamente armados y entrenados, un país
fraccionado y una población cada vez más inclinada a resignarse a la condición
beligerante de las temerarias FARC. Si tal fuera la situación de la guerra
tendría sentido preguntarse ¿para qué conformarse con un pedazo de la torta si
se la puede comer toda?, pero no era esa la verdadera realidad.
El
desgaste militar y político de un movimiento que aseguraba ser invencible,
avanzaba en marcha sostenida, como lo percibieron en su momento el presidente
Uribe y su ministro de la defensa, Juan Manuel Santos, al ordenar el incremento
de los bombardeos y la clausura de las zonas de distensión, como, por ejemplo,
San Vicente del Caguán, en el marco de la política de Andrés Pastrana. Lo
cierto es que esperaban repetir en Colombia las victorias de Fidel en Cuba, y
de Ortega a la cabeza del sandinismo nicaragüense, y se equivocaron.
Quizás
sea pertinente concluir esta columna leyendo en los versos del gran poeta, llenos de amor,
esperanza y fe en el destino de la juventud:
Yo
supe de dolor desde mi infancia,
mi
juventud…. ¿fue juventud la mía?
Sus
rosas aún me dejan su fragancia…
una
fragancia de melancolía…
Américo
Martín
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