Pedro Pablo Peñaloza 26 de junio de 2021
@pppenaloza
La
emergencia humanitaria compleja que sufre Venezuela impactó la histórica
relación social y económica con la frontera norte, dando pie a la acción de
redes de trata de personas y representando un desafío a la gobernabilidad de
las islas
Desde
los indígenas caquetíos en 1499 hasta los alegres viajeros de Cadivi, se
cuentan por siglos la estrecha relación humana entre Venezuela y el Caribe
Neerlandés. Sin embargo, la crisis política y la emergencia humanitaria
compleja que sacuden a la República Bolivariana han alterado en los
últimos años la dinámica entre tierra firme y las islas de Curazao, Aruba,
Bonaire y Sint Maarten.
“A
partir de 2002, las islas comienzan a tener otro significado para Venezuela. A
medida en que la crisis venezolana comienza a agudizarse, las islas ABC (Aruba,
Bonaire y Curazao) comenzaron a ser vistas como un sitio en donde se
podía emigrar definitiva o temporalmente”, señala el profesor Gerardo
González Maldonado en un ensayo publicado por el Observatorio
Venezolano de Migración de la Universidad Católica Andrés Bello
(UCAB).
En su
análisis, González Maldonado destaca que en una primera fase, desde 1999, “la
inseguridad parecía ser la primera razón para que los venezolanos se
trasladaran tanto a vivir como a trabajar de manera temporal” en el Caribe Neerlandés.
“Luego,
a partir 2010, la posibilidad de conseguir divisas (Sistema
Cadivi) en el extranjero convirtió a las islas ABC en uno de los sitios más
accesibles con este fin. Con el tiempo, los habitantes de (los estados) Falcón
y Zulia percibieron cada vez con más fuerza que Aruba y Curazao principalmente,
y luego Bonaire, eran sitios potenciales para migrar por las oportunidades
de empleo”, añade el sociólogo de la Universidad Central de Venezuela
(UCV).
La
involución
De ser
el vecino rico, que irradiaba modernidad, prosperidad y bienestar, Venezuela
pasó a ser el hermano pobre, que hoy protagoniza uno de los peores
éxodos a escala global, solo comparable con el sufrido por Siria, de
acuerdo con la Agencia
para los Refugiados de Naciones Unidas (Acnur).
“Durante
siglos se han desarrollado nexos sociales, comerciales, culturales, y políticos
entre Venezuela y las islas ABC que conforman lo que se conoce como una identidad
transfronteriza, con flujos migratorios en ambos sentidos, y desde 2014
esta identidad se ha visto alterada por la ‘masiva migración’
venezolana que ha representado oportunidades, pero también múltiples amenazas
para la gobernabilidad de las islas”, advierte el investigador del
Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA).
Tomando
como referencia los cambios experimentados en este periodo convulso, González
Maldonado identifica cuatro tipos de migraciones que se han
venido dando entre Venezuela y las islas.
La
primera se denomina temporal o estacional, que describe así: “Las
islas necesitaban mano de obra calificada estacional, como obreros de
construcción o personal para la temporada de mayor afluencia turística. Cuando
la economía de las islas requería cubrir vacantes temporales, la población de
Falcón y otras regiones de Venezuela se encontraba frente a una ventana de
oportunidad que garantizaba remuneración y la posibilidad de regresar a sus
familias, luego de terminado el trabajo”.
Así se
consolidaron “redes migratorias estacionales entre empleados y
empleadores en las islas. Tiendas, comercios, hoteles, compañías de
construcción tomaban en cuenta la mano de obra venezolana temporal y la
utilizaban para su beneficio”.
Salvavidas
También
está la “migración de oportunidad”, que se potencia ante la debacle
económica venezolana. “Significa que siete de cada diez migrantes que van a las
islas (legales o irregulares) han estado antes en ellas y tienen información de
cómo llegar allí, dónde trabajar y cómo permanecer durante largos períodos de
tiempo. En fin, conocen de múltiples oportunidades de empleo a
través de las redes migratorias estacionales”, explica el experto.
González
Maldonado apunta que “la migración de oportunidad representó en su momento la
consolidación de relaciones más permanentes no solamente de trabajo sino de
integración social a las islas, cuando ya decenas de venezolanos
comenzaron a quedarse de manera permanente, independientemente de su
estatus migratorio, legal o irregular”.
La
escasez de alimentos, el colapso de los servicios públicos y la destrucción del
aparato productivo venezolano marcaron un punto de inflexión en 2014, dando
paso al fenómeno de la “migración persistente”.
“Desde
2014 se comenzó a evidenciar la entrada irregular a través de barcos,
que transportaban entre 10 y 25 pasajeros, tanto a Aruba como a Curazao. En
muchos casos eran personas que ya habían estado en las islas, fueron deportadas
y buscaban entrar de nuevo. Sin embargo, vale la pena señalar que, según
fuentes migratorias de las islas, la mayoría de los indocumentados entraban
como turistas por avión y luego no regresaban a Venezuela”, subraya en
su texto el consultor de la UCV.
En
estos casos confluyen redes que buscan mano de obra calificada, así como
aquellas vinculadas con la trata y explotación de personas. “Las
redes de las islas ABC, que inicialmente funcionaban para la movilidad, para
encontrar una vivienda y para trabajar, evolucionaron en la medida en que las
autoridades buscan maneras de deportar y limitar el número de
venezolanos que llegaban de manera persistente y comenzaron a servir
también para esconderse”, añade González Maldonado.
¿Qué
son?
Por
último está la “migración forzada”, que tiene como principal destino los
países que rodean a Venezuela y se ajusta a los conceptos establecidos por la
Acnur y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que “hablan
constantemente de la huida forzada o desplazamiento de
venezolanos por la crisis, y articulan una narrativa que aboga por los derechos
humanos de las personas que salen de Venezuela”.
El tema
humanitario choca con los gobiernos de las islas, donde el derecho
a asilo es “prácticamente inexistente”. “Afirman que los venezolanos que
están llegando a las islas son migrantes
económicos y no refugiados. Argumentan que las razones que tienen para
venir es mandar dinero a sus familiares, que no tienen planes de
quedarse permanentemente y que sus acciones no son las de refugiados, sino de
personas que vienen a trabajar como parte del sistema irregular/regular
económico”, resalta González Maldonado.
Los
mismos migrantes evitan ser identificados como víctimas, observa el sociólogo,
porque “para muchos la frontera es parte de su forma de pensar,
representa un territorio propio transnacional o una zona económica como la que
existe entre Venezuela y Colombia, específicamente entre el estado de Táchira y
el Norte de Santander. Su identidad transfronteriza está legitimada por su
pasado y también por su presente”.
En la
medida en que aumenta el flujo migratorio, González Maldonado expone que
también crecen las dudas en los territorios receptores: “¿Qué haremos con
ellos? ¿Le están quitando los trabajos a los locales? ¿Son peligrosos
estos migrantes? ¿Son refugiados? ¿Qué pasa con sus derechos humanos? ¿Quieren
quedarse? ¿Queremos
que se integren? ¿Cuál es el papel del reino de los Países Bajos en estos
asuntos?”. Preguntas que siguen sin respuesta, mientras Acnur prevé que miles
de venezolanos continúen huyendo hacia las islas.
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