Américo Martín 27 de junio de 2021
En un
desastre de antología quedó sumida la hermosa capital de Francia a consecuencia
de la llamada Gran Guerra. No es la única capital o gran ciudad que haya sido
víctima de una sostenida confrontación bélica o un monstruoso accidente
natural. Cada vez que agitan los cimientos de cualquiera de ellas, tras el
apocalipsis, podría tal vez mostrar su desdentado rostro de gárgola. Pero he
mencionado países y ciudades del viejo continente por tratarse del modelo por
excelencia de cultura, civilización y belleza; en esas urbes el efecto debió
ser devastador. O serlo, cuando menos, en la perspectiva de Vicente Blasco
Ibáñez, novelista valenciano, español, que popularizó, como pocas obras, Los
cuatro jinetes del Apocalipsis y es ahora, cuando desde hace muchos
años había declinado el interés por esa obra estelar de Blasco, que me ha
parecido pertinente evocarla cabalgando él sobre sus cuatro fenómenos
cataclísmicos, a saber: hambre, peste, guerra y muerte.
Precisamente,
en la crisis polifacética que sacude a buena parte del mundo y especialmente en
Venezuela, por la emergencia humanitaria compleja que padece, las variables
económicas y sociales resaltan la presencia trepidante de los jinetes del
novelista valenciano.
Es
inocultable, por ejemplo, la incidencia de la pobreza extrema y sus
consecuencias letales y, actualmente, la tenacidad, frecuencia de mutaciones y
el peso del coronavirus que accidentalmente se nutre también de la precariedad
del sistema de salud venezolano. ¡Allí están los jinetes de Blasco Ibáñez!, que
esgrimen el emblema de la muerte e imponen, a los venezolanos y al mundo, la
urgencia de la vacunación masiva y la unidad de países y laboratorios con el
fin de desterrar cualquier asomo apocalíptico en el horizonte de la capacidad
de respuesta del bien. Los laboratorios producen y mejoran la efectividad de la
inmunización, lo que intensifica la lucha contra la peste moderna, llamada
covid-19.
Se
avizora en esos signos positivos que esta pandemia, al igual que las que han golpeado
y aterrado durante siglos al género humano, también conocerá un final, quedando
el mundo mejor preparado y prevenido para enfrentar tragedias similares.
El
quinto factor emplazado para resistir diabólicas agresiones es el más sencillo
de describir, aunque resulte siempre más complicado llevarlo a realidades
expresas. Me refiero a un cambio en la política nacional que haga de la unidad
y la convivencia formas naturales de desarrollar al nunca bien reconocido
oficio político. La unidad ajustada a los límites constitucionales. Es fácil
observar una propensión al cambio, siempre en el marco consagrado por la ley
fundamental.
Los
avances que en este sentido se produzcan llevarán casi inexorablemente a una
nueva manera de entender la política como ciencia y arte.
Al
respecto, en artículos anteriores, he insistido mucho en el respeto que
se debe a los constructores políticos, sobre todo los que obran a conciencia
sin ánimo de destruir al adversario, descalificarlo o desacreditarlo, lo cual
también por fuerza abre los caminos bloqueados de la negociación. Todos los
sectores interesados en el diálogo y la negociación en nuestro país, para
resolver con éxito, multiplican sus argumentos a favor que han ido dejando de
lado aquello que se formule con el ánimo de empeorar relaciones, obstaculizar
pasos adelante y, en definitiva, volver a lo que siempre supimos, que un Estado
de derecho es también un gobierno de leyes como igualmente se le identifica. Y
con la ley y la Constitución los políticos de distintas corrientes no tienen
nada que perder y, en cambio, tienen todo por ganar.
Mi
fallecido amigo Rodolfo José Cárdenas sostenía que en toda su historia
Venezuela no había vivido una era tan plenamente democrática, próspera y libre,
como la que va desde el presidente Betancourt en 1958 hasta la del presidente
Caldera en 1998. Por cierto, aceptando lo dicho por Cárdenas, durante todos
esos años pocos fueron los indulgentes y muchos los que extremaron los medios
para zaherir, al contrario.
De
allí que cuando Cárdenas se refiere a esa que considera era dorada de la
democracia, no supone que el sistema democrático haya tenido serias y gruesas
imperfecciones dentro de sus muchos aciertos que, por lo demás, es lo normal en
la democracia y lo peligrosamente silenciado en las dictaduras.
Lo más
interesante de la época que estamos viviendo es el florecimiento, cada vez más
fecundo, de la juventud venezolana y no me refiero solo a la universitaria.
De
hecho, el liderazgo ha tenido cambios impresionantes en todas sus esferas y en
los partidos democráticos. Es la garantía de que el cuarto jinete mencionado
por Blasco Ibáñez será un dirigente bien formado y, en consecuencia, la
tragedia probablemente se convertirá en una verdadera y gran obra dramática que
irisará el provenir de los venezolanos. Y sepultará en el recuerdo de la gente
los oscuros momentos apocalípticos.
Américo
Martín
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