Por Gregorio Salazar
Que en la antesala de
unas elecciones, Castro Soteldo nos dijera que vamos a romper el récord mundial
de producción de cebollines, pasaría sin sorpresas. Que El Aissami haya
anunciado que en junio terminarán las colas para la gasolina o que el coro
oficialista se regodee hablando todavía de la «Venezuela potencia», no merecen
más que un prolongado pase de pecho, valga la figura taurina, pues a ese astado
resoplando demagogia con furor de supuestos desvelos populares le conocemos
sobradamente todos los corcoveos.
Apenas suena la
trompeta electoral, Maduro monta en su corcel y se lanzan a campo traviesa
precedido de una jauría, una manada de operarios en camionetas de lujo y fajos
del billete del erario, una partida de caza en la que el voto del ciudadano es
perseguido como una liebre azorada saltando en terreno agreste y sobre la cual
se lanzan descargas de bonos, misiones y dádivas irrisorias como lluvia de
guáimaros envenenados.
No habrá, por supuesto,
una misión llamada «gasolina a chorros» o «gas todo el día» o «el bistec
soberano» porque saben bien que hasta allá no llegan los poderes taumatúrgicos
de la lengua de Maduro y que la credibilidad o la ingenuidad del pueblo tienen
un límite.
Pero que la doctora
Flores y el capitán Cabello anuncien a todo trapo rojo, y a cuatro meses de
unas elecciones regionales, una «reforma judicial» sí enciende las luces en
todos los tableros. Especialmente las de los lóbulos parietal y temporal
izquierdo del cerebro, que es donde los científicos han reconstruido la ruta anatómica
de la risa.
No es, valga aclararlo,
una risa para el gozo. No, es sonreír con amargura frente a estas gastadas e
inacabables rutinas de la comedia revolucionaria y estos falsos afanes de
transformar algo para bien en este país. ¿Dónde está, por cierto, el diálogo
que dijeron marcaría esta etapa parlamentaria?
Y en el campo de la
justicia estos aspavientos son de los más remotos. Quienes ya hemos pasado casi
un tercio de nuestras vidas bajo los rigores del período chavista no hemos
olvidado que el Poder Judicial fue uno de los principales blancos, o mejores
bocados, sobre los cuales dirigió sus baterías Hugo Chávez y que una comisión
para reformar el funcionamiento de la justicia fue uno de sus primeros
nombramientos.
Prometía hacer una
justicia independiente de lo político, con capacidad de respuesta, con respeto
por el ciudadano y que funcionara con celeridad porque el retardo procesal era
la primera de las injusticias. Por el contrario, la fagocitó.
De allí parte esa larga
historia que fue mutando gradualmente hasta traernos estos magistrados de toga
roja, esos gritones del ¡Uh! ¡Ah! a sala plena; o al «¡me lo meten preso!»
vociferado contra Rosales o la juez Affiuni o aquellos sicarios de la justicia
arrepentidos que después de huir al exterior admitieron que en manos de los
jerarcas del chavismo las sentencias eran como una plastilina que se modelaban
a capricho y complacencia de la cúpula partidista.
Ahí está, mis cuates, el detalle. Es justamente quienes en todos estos tiempos han dictado cómo debe hacerse el muñequito deseado los que ahora se autodesignan para adecentar la justicia en Venezuela. Es lo que dicen.
No quiero ser ofensivo
ni grosero, pero debo salir en defensa de la noble plastilina. La justicia
venezolana se ha modelado en una materia también dúctil, pero desagradable al
tacto y mucho más al olfato.
La revolución se empeñó
en cooptar desde la cúspide del sistema, que es el Tribunal Supremo de
Justicia, hasta cualquier tribunal de pueblo. Los jueces, según la CIDH, han
sido nombrados sin transparencia y sin igualdad para los candidatos. ¿Habrá
algún cristiano en este país que crea a Flores y Cabello capaces de trabajar
para garantizan la independencia de los poderes?
Cuando se revisa lo que
ha sido la justicia venezolana para los presos políticos el panorama es
dantesco. Detenciones y juicios sin el debido proceso, postergación ad
infinitum de las audiencias, fiscales complacientes, imposición de
defensores públicos, mientras que para infractores del bando rojo la impunidad,
con muy raras excepciones, es lo más frecuente.
Lo que sí está claro es
que usando los nombres de Cabello y Flores, una semana antes de las elecciones
internas del PSUV para escoger candidatos regionales, el chavismo se pone un
ropaje de unidad con el que busca garantizar que las grietas divisionistas no
se ensancharán o que no surgirán otras sobre la base de la rivalidad Maduro-Cabello.
Si ellos están entendiéndose por arriba lo que prevalecerá finalmente será el
visto bueno del dueto.
El mensaje es claro:
piénsenlo bien, camaradas. Si están creyendo que las primarias servirán para
alguna idealista aventura electoral, plena de amor por la justicia o el bien
común o desplazar a un corrupto favorito, mejor no inventen vainas…
Gregorio Salazar es
periodista. Exsecretario general del SNTP.
27-06-21
https://talcualdigital.com/justicia-remodelando-en-plastilina-por-gregorio-salazar/
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