Opus Dei 19 de junio de 2021
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Comentario
del domingo de la 12° semana del tiempo ordinario. “¿Por qué os asustáis?
¿Todavía no tenéis fe?” En la vida de la Iglesia, y en nuestra vida habrá
siempre tempestades, es decir dificultades. Mantengámonos serenos, sabiendo que
el Señor está siempre junto a nosotros, nos ve y nos brinda su ayuda.
Evangelio
(Mc 4, 35-41)
Aquel
día, llegada la tarde, les dice:
—Crucemos
a la otra orilla.
Y,
despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le
acompañaban otras barcas.
Y se
levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca,
hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo
sobre un cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen:
—Maestro,
¿no te importa que perezcamos?
Y,
puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar:
—¡Calla,
enmudece!
Y se
calmó el viento y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo:
—¿Por
qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?
Y se
llenaron de gran temor y se decían unos a otros:
—¿Quién
es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Comentario
Los
tres evangelios sinópticos narran dos tempestades que se levantaron bruscamente
en las aguas generalmente tranquilas del lago de Genesaret. La del evangelio de
hoy fue la primera. Muchos autores, en especial los Padres de la Iglesia, han
subrayado su carácter simbólico. En esta barca zarandeada por las olas han visto
la barca de Pedro, la Santa Iglesia, pero también a cada cristiano, en su
esfuerzo por ser fiel a nuestra fe cristiana.
Si
tenemos en cuenta la actualidad más reciente, hoy podemos pensar sobre todo en
la Iglesia, nuestra Madre. A este propósito, recordemos lo que ha dicho el papa
Francisco en uno de sus documentos hablando de la Iglesia a los jóvenes: “En
realidad, en sus momentos más trágicos siente la llamada a volver a lo esencial
del primer amor” (Exhortación Christus vivit, 25 de marzo de 2019,
n° 34).
Sin
duda alguna, esta invitación nos llena de entusiasmo. Por consiguiente, en los
momentos actuales cada uno debe tratar de responder a esa llamada lo mejor
posible, tanto más cuanto que algunos podrían figurarse que Dios nos ha
abandonado o que se desentiende de lo que sucede en nuestro mundo, en la
Iglesia e incluso en nuestra propia vida. Sin embargo, sea cual sea nuestra
impresión personal, tengamos la seguridad de que ese pensamiento no pasa de ser
una tentación sin fundamento.
Basta
recordar un texto maravilloso de Isaías, cuya lectura siempre nos consuela y
nos da fuerzas: “Sión había dicho: El Señor me ha abandonado, mi Señor me ha
olvidado. ¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no
compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no
te olvidaré!” (Is 49, 14-15). Por parte de Dios, es un auténtico compromiso,
que nuestro Señor confirmó poco antes de subir al cielo, con una nueva promesa
solemne: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 20). Todos los días, incluyendo aquellos que tenemos costumbre
de llamar “malos”. En este terreno, cada uno puede pensar en sus “tempestades”
personales, sin duda poco importantes, pero no por eso menos desagradables en
la vida de cada día.
En
esas tempestades el Señor pone a prueba nuestra fe y también, nuestra oración
constante y confiada a la Virgen María, Madre de la Iglesia: cuando todo va
bien y, más todavía, al enterarnos de alguna noticia que nos preocupe o nos
entristezca.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/evangelio-domingo-decimosegunda-semana-tiempo-ordinario-ciclo-b/
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