Francisco Fernández-Carvajal 21 de junio de 2021
@hablarcondios
— El
camino que conduce al Cielo es estrecho. Templanza y mortificación.
—
Necesidad de la mortificación. Lucha contra la comodidad y el aburguesamiento.
—
Algunos ejemplos de templanza y de mortificación.
I.
Mientras iban de camino hacia Jerusalén, uno le preguntó: Señor, ¿son
pocos los que se salvan?1.
Jesús no le contestó directamente, sino que le dijo: Esforzaos por
entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no
podrán. Y en el Evangelio de la Misa de hoy San Mateo nos ha dejado esta
exclamación del Señor: ¡Qué angosta es la puerta, y qué estrecha la
senda que conduce a la vida, y qué pocos son los que atinan con ella!2.
La vida
es como un camino que acaba en Dios, un camino corto. Importa sobre todo que,
al llegar, se nos abra la puerta y podamos entrar: «caminamos peregrinos hacia
la consumación de la historia humana. Dice el Señor: Vengo presto y
conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras... (Apoc 22,
12-13)»3.
Dos
sendas, dos actitudes en la vida. Buscar lo más cómodo y placentero, regalar el
cuerpo y huir del sacrificio y de la penitencia; o bien, buscar la voluntad de
Dios aunque cueste, tener los sentidos guardados y el cuerpo sujeto. Vivir como
peregrinos que llevan lo justo y se entretienen poco en las cosas porque van de
paso, o quedar anclados en la comodidad, el placer o los bienes temporales
utilizados como fines y no como simples medios.
Un
camino conduce al Cielo; el otro, a la perdición, y son muchos los que
andan por él. Con frecuencia nos hemos de preguntar por dónde caminamos
nosotros y a dónde vamos. ¿Nos dirigimos derechamente al Cielo, aunque no
falten derrotas y flaquezas? ¿Es el camino estrecho por el que andamos?
¿Vivimos habitualmente la templanza y la mortificación, pequeños sacrificios,
pequeños pero reales? ¿A dónde vamos nosotros? ¿Cuál es realmente el fin de
nuestros actos?
«Si
miramos las cosas, no como una pura teoría, sino con referencia a la vida,
quizá sea posible entenderlo mejor. Si un universitario quiere ser médico no se
matricula en Filología Románica... En realidad, si un estudiante se matricula
en Filología Románica está demostrando que lo que de verdad quiere es ser
filólogo, no médico, a pesar de cuanto se diga (...). Y ello es así porque
cuando se quiere algo hay que elegir los medios adecuados (...). Si uno quiere
ir a su propio hogar y deliberadamente elige el camino que conduce a la casa de
su enemigo, lo que sin duda está queriendo es ir a donde, según dice, no desea»4.
Y si diera la razón de que ha elegido ese determinado camino porque es más
cómodo, entonces lo que de verdad le importa es el camino, no el fin al que
este le conduce.
Muchos
viven persiguiendo fines inmediatos, sin orientar su vida al fin último, Dios,
que debe determinarlo todo. Pero no olvidemos que, para conseguirlo, «cada día
un poco más –igual que al tallar una piedra o una madera–, hay que ir limando
asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de
penitencia, con pequeñas mortificaciones (...)»5.
II. El
hombre tiende a ir por la senda ancha, aunque posea pocos bienes, y por el
camino cómodo de la vida. Prefiere también una puerta ancha, que no conduce al
Cielo: con frecuencia se abalanza sin medida sobre las cosas, sin regla ni
templanza.
La
senda que nos señala el Señor es alegre, pero es, a la vez, de cruz y de
sacrificio, de templanza y de mortificación. Si alguno quiere venir en
pos de mí, que tome su cruz, cada día, y me siga6.
Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere
lleva mucho fruto7.
Nos es
necesaria la templanza en esta vida para poder entrar en la otra. Se nos pide a
los cristianos estar desprendidos de los bienes que tenemos y usamos, evitar la
solicitud desmedida, prescindir de lo superfluo y, en lo necesario, poner
mortificación, que garantiza la rectitud de intención. No podemos ser como esos
hombres que «parecen guiarse por la economía, de tal manera que casi toda su
vida personal y social está como teñida de cierto espíritu materialista»8.
Ponen los medios materiales como fin de sus vidas; piensan que su felicidad
está en ellos y se llenan de ansiedad por adquirirlos, olvidando fácilmente que
su vida es un camino hacia Dios. Solo eso: un camino hacia Dios. Estad
vigilantes, nos previene el Señor, no sea que se emboten vuestros
corazones por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la vida9. Tened
ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas y sed como hombres que esperan
a su amo de vuelta de las bodas10.
En la
senda ancha de la comodidad, el confort y la falta de mortificación, las
gracias que Dios nos da quedan agostadas y sin fruto. Ocurre como con la
semilla caída entre espinas: se ahoga a causa de las preocupaciones,
riquezas y placeres y no llega a dar fruto11.
La sobriedad, por el contrario, facilita el trato con Dios, pues «con el cuerpo
pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo
alto»12.
Nos
dirigimos a Dios deprisa, y lo único verdaderamente importante es no equivocar
el camino. ¿Estamos nosotros en el camino bueno, el del sacrificio y la penitencia,
el de la alegría y la entrega a los demás? ¿Luchamos decididamente, con obras,
contra los deseos de comodidad que continuamente nos acechan?
III. En
medio de un ambiente con frecuencia materialista, la templanza es de gran
eficacia apostólica. Es uno de los ejemplos más atrayentes de la vida
cristiana. Donde quiera que nos encontremos debemos de esforzarnos para dar
siempre ese ejemplo, que se manifestará con sencillez en nuestro
comportamiento. Para muchos, la ejemplaridad de un cristiano ha sido el
comienzo de un verdadero encuentro con el Señor.
Una
vida sobria es una vida mortificada y alegre. La mortificación la encontraremos
frecuentemente en cosas pequeñas que mantienen el cuerpo sujeto a la razón y
disponen al alma para entender las cosas de Dios. Así, la mortificación
interior, por una parte, lleva al control de la imaginación y de la memoria,
alejando pensamientos y recuerdos inútiles o inconvenientes; y se manifiesta
también en la mortificación de la lengua: evitando, por ejemplo, conversaciones
inútiles y frívolas, murmuraciones, etc.
Para
caminar por la senda estrecha de la templanza hemos de
practicar también la mortificación de los sentidos externos: la vista, el oído,
el gusto... «Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace
traición»13. Un poco menos de lo justo en comodidad, en caprichos, etc.
Mortificaciones, en fin, en nuestra vida de cada día: «en el trabajo intenso,
constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la
perseverancia por acabar con perfección la labor comenzada; en la puntualidad,
llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y
usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes
más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino
de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de
nuestro espíritu de penitencia...»14.
La senda
estrecha pasa por todas las actividades del cristiano: desde las
comodidades del hogar, hasta el uso de los instrumentos de trabajo y el modo de
divertirse. En el descanso, por ejemplo, no es preciso realizar grandes gastos,
ni dedicar excesivas horas al deporte en perjuicio de otros quehaceres. También
da ejemplo de austeridad y de templanza quien sabe hacer uso moderado de la
televisión y, en general, de los instrumentos de confort que ofrece la técnica.
El
camino estrecho es seguro y es amable. Y en medio de esa vida, que tiene un
cierto tono austero y sacrificado, encontramos la alegría, porque la «Cruz ya
no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su
Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que
necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo»15.
1 Lc 13, 23. —
2 Mt 7, 14. —
3 Conc. Vat. II, Const. Gaudium
et spes, 45. —
4 F.
Suárez, La puerta angosta, Rialp, 9ª ed., Madrid 1985, pp.
37-38. —
5 Cfr San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 403. —
6 Lc 9,
23. —
7 Jn 12,
24. —
8 Conc.
Vat. II, loc. cit., 63. —
9 Lc 21,
34. —
10 Lc 12,
35. —
11 Lc 8,
14. —
12 San
Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y la meditación,
II, 3. —
13 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 196. —
14 ídem, Carta,
24-III-1930. —
15 ídem, Amigos
de Dios, 141.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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