Américo Martín 06 de febrero de 2022
De
cómo se produjo la singular entrevista entre Carnevali y Pompeyo, los dos
líderes en ese momento más perseguidos del país, dio un pormenorizado
testimonio Homero Arellano. La iniciativa había partido de Alberto y su enlace
fue Simón Alberto Consalvi. Esa reunión dio lugar a otra, esta vez con la
presencia de URD en la persona de Domínguez Chacín. La idea unitaria había
avanzado tanto que Carnevali y Domínguez Chacín no tuvieron el menor reparo en
encomendar al jefe de los comunistas la redacción del primer manifiesto de la
unidad.
Antiguo militante de AD posteriormente incorporado al PCV hasta su separación de ese partido, Homero Arellano tenía estrecha relación con la dirección clandestina de los comunistas. Incluso el mítico Pompeyo estuvo enconchado en su casa. Yo lo conocí en 1957.
Estábamos
presos en la cárcel de El Obispo y hablando con él descubrí importantes campos
nuevos de reflexión. Me dio pormenores de la unidad, desconocidos por mí.
Rememoro los cambios que asomaban en la situación política de Venezuela.
¡Cuántos ángulos y matices nuevos a partir del fraude de 1952! La dictadura
destruía las estructuras de los partidos de la resistencia, pero el espíritu de
la unidad descendía sobre ellos. Eran sombras ocupando espacios destruidos. Lo
que perdían físicamente comenzaban a ganarlo espiritualmente. A última hora el
intento, lamentablemente, se frustró.
-Nos
encontrábamos reunidos –escribe Pompeyo- Guillermo
García Ponce, Eloy Torres y yo dándole los últimos toques al documento, cuando
oímos por la radio la noticia de la detención de Carnevali
Un
esfuerzo de esa magnitud solo volverá a materializarse años después, con la
creación de la Junta Patriótica. La diferencia es que esta vez la iniciativa
partirá del PCV.
Esta
fue la segunda y definitiva prisión del estupendo estratega. Dos años antes
había caído en manos de la Seguridad Nacional. En esa ocasión la respuesta de
AD fue fulgurante. El 26 de julio de 1951 una limpia operación organizada por
el aparato especial del partido lo rescata en forma espectacular del Puesto de
Salas de Caracas, donde sus carceleros lo habían trasladado para atenderle
algunas afecciones de salud. La operación de comando la dirige en forma airosa
el sindicalista Salom Meza Espinoza, estrecho amigo de mi familia, más tarde
capturado y sometido a una tortura que soportó sin doblegarse.
Con
esta fuga, Carnevali logra un elevado prestigio en AD y en las organizaciones
de la resistencia. La acción ha afectado hasta cierto punto la moral del
aparato represivo y simultáneamente levanta la de su propio partido, angustiado
como estaba por la muerte de Leonardo y la enfurecida persecución política.
Pero
Carnevali no puede poner en práctica su viraje. Apresado de nuevo cuando no ha
cumplido los 40 años, es remitido a la penitenciaría de San Juan de los Morros.
En
1953 muere en prisión, víctima de un cáncer avanzado. A su deceso siguió el
bárbaro crimen cometido contra el poeta y secretario general sustituto, Antonio
Pinto Salinas, hombre de gran sensibilidad humana y de procedencia religiosa.
Había estudiado Teología en Roma. Me interesa resaltarlo para indicar cómo se
había alejado AD del marxismo y del comunismo. Un hombre de la inclinación nada
marxista de Pinto Salinas ejercía ahora la secretaría general del partido de
Betancourt. El policlasismo del que se ufanaba AD no solo era una realidad
social sino también ideológica.
De
Nueva York a Montreal
En
1951 viajé al exterior por primera vez en mi vida. Era un descanso turístico
sin implicaciones políticas que no venían al caso porque yo no era un político
ni me pasaba por la sesera serlo. Mi hermana la “Nena” estudiaba en Montreal.
La veríamos allá, iría con nosotros a Nueva York y de allí regresaría a Canadá.
La expedición la conducía María y su tripulación la integrábamos Luis Antonio,
la “Nena”, José, Lupita y yo. Por compromisos de trabajo, Lucho se quedaría esa
vez en Venezuela.
¿Qué
era en ese momento la política para mí?
Nada,
absolutamente nada. Lucho esperaba verme graduado de arquitecto y logró
inculcarme esa, mi primera aspiración. Me había comprado libros sobre estilos
arquitectónicos, pero pese a mi entusiasmo nunca los leí completos y por
desgracia mi padre lo supo.
En
Nueva York sucedió algo inesperado. Un exiliado venezolano nos frecuentó.
Estábamos en el hotel Robert Fulton, no lejos de Riverside. Un día me llama
aparte y me entrega un libro de la resistencia. En la portada, el retrato de
Ruíz Pineda. No recuerdo si sería Venezuela bajo el signo del
terror ni si me dijo bajando la voz o fui yo quien lo imaginé después:
-Es el
Libro Negro contra la dictadura.
Pero
sea esa u otra obra editada por fuentes amigas de los exiliados de AD, la
traeré escondida debajo de la correa y el pantalón. Y ahora me pregunto: ¿por
qué se dirigió a mí y no a mis hermanos mayores?
Ese
inesperado contacto me reconectó de nuevo con la política pero solo
momentáneamente. Cumplí el encargo de traer el libro a Venezuela con la emoción
de un adolescente creyéndose en trance de correr un peligro histórico. Y quizá
hasta fuera cierto.
Américo
Martín
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