Tulio Ramírez 08 de febrero de 2022
La
revolución nos ha estado cambiando la vida poco a poco. Su impronta ha
impactado el mundo de la moda, el mercado laboral, los tradicionales proyectos
de vida, las vocaciones, las preferencias profesionales, las relaciones
familiares, los modos de celebrar acontecimientos, pasar vacaciones, la
alimentación y hasta la manera de relacionarse con vecinos y amigos.
Como revolución “liberadora y profundamente humanista” que llegó para quedarse hasta el fin de los tiempos, asume que todo lo anterior al nacimiento del “Nuevo Régimen” siempre estuvo contaminado por las perversidades propias de las sociedades capitalistas. Así, el consumismo, el egoísmo, el individualismo, el mercantilismo y todo lo que termine en “ismo” hay que defenestrarlo de nuestras vidas. Menos el socialismo, claro está.
Según
la narrativa revolucionaria, esos hábitos burgueses que nos han llevado a la
máxima expresión del hedonismo, deben ser reprimidos. Es la única forma de dar
paso al Hombre Nuevo. Por supuesto, como la carne es débil, es necesario que el
gobierno y el partido pongan de su parte para que logremos conseguir el estado
de nirvana que significa vivir en socialismo.
Por
mencionar solo un ejemplo, para contrarrestar el vicio del consumismo lo mejor
es bajar la oferta de productos suntuosos como el arroz, hasta llevarlo a la
escasez. Al principio pegará el síndrome de abstinencia, pero el cuerpo
finalmente se acostumbra. Salir de un vicio tan arraigado como comer tres veces
al día, exige férrea voluntad revolucionaria para resistirlo y vencerlo.
Afortunadamente
algunas costumbres aristocráticas han ido desapareciendo poco a poco. Nos
estamos liberando de conductas que desarrollábamos para simular una falsa
felicidad ante los demás y ante nosotros mismos. Muchas veces creímos ser felices
por tales eventos. Pero la verdad, sin percatarnos, le estábamos haciendo el
juego al enemigo de clase.
Ya
podemos presentar algunos logros. Por ejemplo, ya se acabó esa costumbre
burguesa de estar dando regalos en los cumpleaños, bautizos y bodas. Gracias a
la revolución nos liberamos de esa obligación. La cosa ha cambiado tanto que
hasta el homenajeado nos excusa: “Tranquilo, no te preocupes, yo sé que la
vaina esta jodida, con tu presencia basta”.
La
revolución también nos liberó de las benditas reuniones de Tupper Ware. Ya no
tendremos que estar comprometiendo a los vecinos para que compren esos envases
de plástico como mecanismo para podernos ganar uno de gratis.
Gracias
a la peladera de bolas, resolvimos el problema coleccionando cuanto pote de
mantequilla, frasco de mayonesa, botella plástica de refresco. Una vez
consumido su contenido, se lavan y se guardan en la alacena para su reúso.
Ahora podemos regalar a nuestros invitados los pedazos de torta, raciones de
mondongo o restos de chupe sin estar pasando pena al recordarle que “por favor
no se te olvide regresarme el pote, mira que es un Tupper, son muy caros”.
Hasta
los bodegueros de Barrio salieron beneficiados. Esa descapitalizadora y
antieconómica tradición de estar dando “la ñapa” a cuanto carajito iba a
comprar la vitualla para el almuerzo, pasó a la historia. Ahora el bodeguero es
quien se gana la ñapa, colocando el precio de los productos en dólares y
cobrando en bolívares a cualquier tasa, menos a la del Banco Central.
Estos
beneficios no se ven al principio, pero con el tiempo (para el 2064 más o
menos), formarán parte natural de nuestra cotidianidad. Aprenderemos a vivir
con lo necesario para evitar la recaída del envilecedor consumismo. Eso es lo
que hemos ganado con la revolución. Por supuesto, con respecto a los líderes
del proceso y su forma de vida, ciertas condiciones aplican.
Tulio
Ramírez
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