Por Fernando Mires
A propósito de un artículo escrito en mi
contra por el señor Humberto García Larralde, publicada en diversos medios de
difusión de Venezuela, entre ellos El Nacional y TalCual.
En El Nacional https://www.elnacional.com/opinion/el-regimen-de-maduro-segun-la-infeliz-perspectiva-de-fernando-mires/
Presentación
El señor Humberto García Larralde (en
adelante, GL) ha publicado un artículo con el ofensivo título “El régimen de
Maduro según la infeliz perspectiva de Fernando Mires”, en contraposición a la
“feliz perspectiva” que él se adjudica. ¿Por qué me eligió a mí como blanco? No
entiendo. A diferencia de muchos de sus colegas venezolanos que escriben
semanalmente y con los cuales suelo intercambiar opiniones, yo me ocupo de modo
ocasional de Venezuela, un país sobre el que mantengo gran interés, ya sea por
amigos que allí residen, ya sea por la importancia continental que tienen sus
luchas políticas.
Como sea, cuando vi ese artículo con tan
insólito título pensé que podía tratarse de un intercambio académico. Ante mi
estupor me encontré con un texto militante, como si fuera dirigido a algún
dirigente de algún partido político. Pensé en no darle importancia. Pero cuando
advertí la difusión que el autor quiso darle, no me dejó otra alternativa que
defenderme. Lo haré no tanto por mí, sino por el hecho de que creo percibir
que, usando mi nombre como contrincante, está atacando a una gran parte de la
oposición democrática venezolana con la que concuerdo plenamente.
1.-Sobre la
caracterización del gobierno de Maduro
Desde que aparecieron Chávez y el chavismo ha
habido un constante debate teórico sobre la caracterización del gobierno
venezolano, debate prolongado hacia la continuación presidencial del chavismo,
el gobierno de Maduro.
La reacción inicial fue calificar al gobierno
de Chávez como dictadura. En sus primeras fases algunos lo llamamos dictadura
fascista (todas las dictaduras contienen al fin elementos fascistas). Pero el
largo proceso de aprendizaje que implica trabajar en profundidad un tema, me
llevó a percibir que estamos frente a una nueva formación política, no
asimilable a las que prevalecían en el pasado reciente. Me refiero a gobiernos
autocráticos y autoritarios, apoyados originariamente por movimientos de masas
que abren espacios a la existencia de una oposición. Unos las llamaron
dictaduras electorales, otros dictaduras híbridas.
En Europa, los gobiernos de Orban en Hungría,
Erdogan en Turquía, Kasinsky en Polonia Lukachenko antes de las manifestaciones
en su contra en Bielorrusia, y el del mismo Putin en Rusia, correspondían con
el nuevo tipo de formación política. Sus equivalentes latinoamericanos fueron
Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Ortega en Nicaragua
y hoy se suma a ellos Bukele en El Salvador. Xiomara Castro de Honduras es
todavía una incógnita.
La experiencia latinoamericana mostró que, en
algunos de los mencionados países, una oposición electoral estaba en
condiciones de lograr victorias frente a este tipo de gobiernos como ocurrió en
Ecuador y por un tiempo breve en Bolivia. Otros podían también convertirse en
dictaduras militares de viejo cuño. Fue el caso de Nicaragua. En Venezuela,
Chávez y Maduro sufrieron fuertes derrotas electorales: Chávez, en el
plebiscito del 2007 y Maduro en las parlamentarias del 2015. Eventos que
demostraron la naturaleza política dual de estos gobiernos, a saber, la de
contener en su estructura elementos proto-dictatoriales y proto-republicanos.
Dicha dualidad ha inducido a gran parte de los
observadores –es también mi caso– a evitar el nombre de dictaduras y usar
conceptos más generales como gobiernos autocráticos o, simplemente, gobiernos
no-democráticos.
De la definición de esos gobiernos, pude
percatarme, dependía en parte la línea para enfrentarlos. Fue entonces cuando
entendí por qué Teodoro Petkoff siempre se negó a designar al gobierno de
Chávez como a una dictadura. Si lo hacía, la vía electoral, o debería ser
abandonada, o subordinada a una política destinada a derribar al régimen. Por
supuesto, el señor GL no se atrevió a afirmar que Petkoff le lavaba la cara a
Chávez como dijo que yo “le lavaba la cara a Maduro”. Y es claro: a Teodoro lo
tenía muy cerca.
2.-Sobre el
abstencionismo
Desde el gobierno de Chávez hasta nuestros
días, ha habido dos líneas políticas de enfrentamiento a Chávez y a Maduro: la
vía insurreccional y la vía democrática-electoral. En la primera podemos
nombrar sucesos como el “carmonazo” (2002) que entregó la legitimidad
constitucional a Chávez, el paro petrolero (2002-2003), la abstención en las
parlamentarias del 2005, la “salida” del 2014, el intento insurreccional
callejero del 2017, la abstención en las presidenciales del 2018 y en las
parlamentarias del 2020.
Entre los segundos, reiteramos, hay dos
grandes acontecimientos: el plebiscito del 2007 y las elecciones parlamentarias
del 2015. Las últimas fueron el corolario del de las presidenciales del 2013
que dieron la victoria a Maduro por un muy estrecho margen (no niego que pueda
haber habido fraude, dadas las connotaciones tramposas del chavismo)
Fue Henrique Capriles quien dio forma a la
línea política, al determinar los cuatro puntos cardinales de la oposición:
democrática, electoral, constitucional y pacífica. Naturalmente, quien más
interesado estaba en que esa línea fracasara era el gobierno. Fue esa la razón
por la cual sometió a la AN a una hostilidad constante.
La historia sería contada a medias, sin
embargo, si no dijéramos que al interior de la oposición la línea
insurreccionalista, si bien había sido subordinada a la democrática, estaba lejos
de desaparecer. Por el contrario. Para la documentación quedó grabada la frase
de Ramos Allup en donde daba seis meses a Maduro para que cayera. Una verdadera
declaración de guerra. Como era de esperarse, el gobierno, de acuerdo a su
concepción militarista de la política y ayudado por las fracciones extremistas
de la oposición, (sí, extremistas señor GL, todo lo que no es centro es
extremo) vio en la AN una especie de cuartel general de la insurrección, un
doble poder levantado en contra del ejecutivo. Bajo esas condiciones el choque
entre la AN y el gobierno estaba programado.
Después del fracaso del RR16, del desgano con
que fueron enfrentadas las regionales del 2017 y de las luctuosas batallas
callejeras estudiantiles del 2017, fue tomando forma la línea insurreccional y
por ende abstencionista que después llevaría al interinato presidido por
Guaidó. En el fracaso de las conversaciones de Santo Domingo ya estaba en
cierto modo naciendo una impronta antidemocrática, anticonstitucional y
antielectoral. El hecho de que a las conversaciones de Santo Domingo la
oposición hubiera asistido sin nombrar candidatura, en contra de lo que clamaba
Capriles (algo así como “asistir a la boda sin la novia”, escribí entonces) es
una comprobación fáctica del virus abstencionista que ya se había apoderado de
la oposición.
Fue en esos momentos cuando decidí
distanciarme de la estrategia de la oposición venezolana. Según mis
observaciones, fueron sus fracciones atajistas las que destruyeron a la línea
democrática. En no pocos textos escribí que el abandono de la vía electoral
llevaría al abandono de la línea democrática, y el abandono de esta, a la vía
anticonstitucional. Y desgraciadamente, así fue. El triunfo de Maduro fue un
obsequio de la oposición.
En mis artículos de ese periodo –puede ser
comprobado– nunca negué que la oposición se presentaba frente a un CNE parcial
y que el gobierno iba a cometer todo tipo de trampas para sobrevivir. Pero al
mismo tiempo no me cansé de decir que, unidos, con fe, con movilización, y con
amplias mayorías, era posible derrotar al gobierno.
E incluso, en caso de perder, era posible acusar de fraude al gobierno, participando desde dentro y no con esa ridícula “abstención activa” que llevó a constituir un Frente Amplio con dos sacerdotes jesuitas a la cabeza. De ese frente que no era frente ni era amplio hoy nadie se acuerda pues nunca tuvo historia.
3.-Sobre la usurpación
y la insurrección
Desde mucho tiempo atrás he venido sosteniendo
que hay que diferenciar entre derrocar y derrotar a un gobierno. Esa diferencia
es, a mi juicio, importante. Derrocar significa elegir una vía confrontacional
la que solo puede ser posible con la división del ejército. Derrotar significa
utilizar las vías democráticas no cerradas, acorralar electoralmente al gobierno
para, finalmente, imponerse por vías políticas. Derrocar supone polarizar la
lucha política hasta llevarla al borde de la violencia. Derrotar significa
participar contra y frente al gobierno en un espacio político común que
implica, se quiera o no, un mínimo de coexistencia entre oposición y gobierno.
Pues bien, ese enero de 2019 cuando Juan Guaidó fue nombrado presidente
paralelo, fue impuesta la línea del derrocamiento.
La triada que fijó Guaidó, de acuerdo a la
orientación de Leopoldo López–en mi opinión uno de los personajes más
antipolíticos de Venezuela– fue, fin de la usurpación (léase derrocamiento)
gobierno de transición y elecciones libres.
En contra del entusiasmo masivo e irracional
imperante, decidí, desde mi lejanía, sumarme a los pocos que tuvieron la
lucidez de afirmar que no se podía llamar a una insurrección “sin tener con
qué”, a aquellos que decían que los tres puntos había que ponerlos sobre los
pies, pues Guaidó los había puesto de cabeza y a los que afirmaban que una
estrategia irreal llevaría a la desmovilización y a la despolitización de las
grandes mayorías. Y así sucedió.
Creer que Guaidó tenía todas las cartas sobre
la mesa, llevó al Cucutazo, a la aventura del 30A, al Macutazo, a la no
participación en las parlamentarias del 2020, pero sobre todo, llevó –a fin de
mantener el (simbólico) apoyo de los sesenta países que reconocían a Guaidó– a
entregar la iniciativa de la oposición al gobierno de Trump y a sus
incompetentes asesores. La desnacionalización de la oposición bajo Guaidó,
llevaría, a su vez, al alejamiento de los partidos con respecto a los problemas
de la mayoría del país y a constituir una casta política mercenaria y corrupta
dependiente del exterior. En fin, todo eso que el señor GL llama, de modo
eufemístico, “errores”.
No señor GL, esos no fueron errores cometidos
en el marco de una política acertada como usted quiere hacernos creer.
Cualquiera, con un mínimo de inteligencia y conocimiento sabe que hubo un solo
error. Un gran error. Ese error era la línea política representada por Guaidó.
Una línea que no habría sido posible sin ese interinato que usurpó de modo
anticonstitucional el rol de una conducción política que nunca debió haber
abandonado su línea democrática, electoral, pacífica –y sobre todo– constitucional.
El interinato señor GL, el interinato fue el error. Si alguna vez la oposición
quiere liberarse de Maduro deberá librarse de ese ficticio gobierno interino
cuya función principal ha sido afirmar a Maduro en el poder.
No es inquina en contra de Guaidó, como
intenta adulterar mi posición el señor GL. El tema no es la persona de Guaidó a
quien nunca he atacado personalmente. Pero como versado en ciencias políticas,
el señor GL debe saber que toda estrategia está representada por personas.
Por eso, cuando llega el momento en que una
estrategia ha comprobado ser errónea, hay que cambiar a las personas que la
representan. Eso sucede en casi todos los países. Eso sucede en casi todos los
ámbitos públicos. Hasta en el fútbol, sucede. Para que llegara José Pékerman,
Leonardo Gonzáles tuvo que irse, es un ejemplo. Es la ley de la vida.
4.-Sobre Barinas y
después
En mis recientes artículos sobre Venezuela he
venido sosteniendo que la oposición, para reconstituirse, requiere de un cambio
hegemónico. Las elecciones regionales del 21-N así lo demostraron. Si bien, con
un pésimo trabajo unitario, con bloqueos a candidaturas democráticas que no
eran del agrado del interinato, como sucedió en Táchira y en Lara, los
resultados demostraron que la pérdida de alcaldías de parte de la oposición
corrió de modo paralelo con un notable bajón electoral del madurismo. Pero
fueron la repetición de las elecciones en Barinas las que demostraron que,
cuando hay vínculo entre pueblo y políticos, unidad no forzada sino de verdad,
y sobre todo, candidatos honestos como Sergio Garrido, es posible derrotar al
gobierno.
El encuentro poselectoral entre Garrido y
Maduro fue la demostración cabal del reconocimiento de un campo de
enfrentamiento político que en ningún caso lleva a la supresión del enemigo. En
otras palabras: es posible obligar a Maduro a que reconozca a sus enemigos como
entes políticos. Y eso pasa, duela o no, por el reconocimiento del gobierno.
Quien no reconoce a un enemigo, está perdido
antes de combatir. Y he aquí el problema señor GL: el reconocimiento de Garrido
a Maduro conduce, de acuerdo a la lógica más elemental, al desconocimiento del
interinato. Siguiendo esa misma lógica, el desconocimiento del interinato
conduce a despedirse de esa polarización destructiva donde dos extremos se
insultan entre sí. No fui yo, señor GL, fue Garrido quien al encontrarse con
Maduro, desconoció al interinato, abriendo con ello las compuertas para el
retorno de la política. Un retorno que no será fácil, pero no por eso, menos
necesario.
Naturalmente, habrá muchas resistencias al
cambio hegemónico en la política venezolana. Previendo que Garrido podía ganar,
esa extraña combinación formada por Luis Ugalde y Nicmer Evans llamaba a un
revocatorio. Fracasada la estúpida iniciativa, llaman otros a una enmienda.
Hoy, mientras escribía estas líneas, como si siguiera el ritmo de una aburrida
canción, Guaidó llama a las calles. Seguirán llamando a cualquier cosa. Están
dispuestos incluso a llamar a terminar la absurda política del bloqueo
económico, sin dar cuentas a nadie del porqué de tales cambios, sin reconocer
nunca que en la línea que han practicado está el error. Lo importante para esa
casta es no abandonar las posiciones de sub poder que actualmente ocupan. En
eso no se diferencian del gobierno.
Estas, y no otras, son mis opiniones sobre
Venezuela. Si ellas le vuelven a producir infelicidad, señor GL, me tiene
absolutamente sin cuidado
PS: Una corrección. El señor GL afirma que yo soy
filósofo de profesión. No es cierto. Soy historiador y cientista político.
Ambas disciplinas obligan a no olvidar.
Fernando Mires es (Prof.
Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en
literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS,
Político,
01-02-22
https://talcualdigital.com/mis-opiniones-sobre-venezuela-por-fernando-mires/
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