Opus Dei 27 de julio de 2024
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Comentario
al Evangelio de la solemnidad de Santiago Apóstol. “Jesús tomó los panes y,
después de dar gracias, los repartió a los que estaban sentados” (Mt 6,11). La
abundancia de los dones divinos, como el de la Eucaristía, nos lleva a una
entrega que es respuesta generosa de nosotros.
Evangelio
(Jn 6, 1-15)
Después
de esto partió Jesús a la otra orilla del mar de Galilea, el de Tiberíades. Le
seguía una gran muchedumbre porque veían los signos que hacía con los enfermos.
Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Pronto iba a ser la
Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús,
al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, le dijo a
Felipe:
—
¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? — lo decía para probarle, pues
él sabía lo que iba a hacer.
Felipe
le respondió:
—
Doscientos denarios de pan no bastan ni para que cada uno coma un poco.
Uno de
sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
— Aquí
hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto
para tantos?
Jesús
dijo:
—
Mandad a la gente que se siente — había en aquel lugar hierba abundante.
Y se
sentaron un total de unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes y, después de
dar gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio
cuantos peces quisieron.
Cuando
quedaron saciados, les dijo a sus discípulos:
—
Recoged los trozos que han sobrado para que no se pierda nada.
Y los
recogieron, y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada
que sobraron a los que habían comido.
Aquellos
hombres, viendo el signo que Jesús había hecho, decían:
— Éste
es verdaderamente el Profeta que viene al mundo.
Jesús,
conociendo que estaban dispuestos a llevárselo para hacerle rey, se retiró otra
vez al monte él solo.
Comentario al Evangelio
El
Evangelio de hoy narra una multiplicación de los panes y de los peces; era un
día de primavera, ya que había mucha hierba donde Cristo hizo recostar a una
gran multitud (cf. Jn 6,10). Jesús hizo primero una pregunta a Felipe, para
prepararle a recibir el milagro con fe. ¿Cómo podemos dar de comer a tanta
gente? Dios quiere necesitar de las personas humanas. Es un modo que tiene Dios
de hacernos crecer en la fe y en la audacia; es también su manera de asociarnos
más íntimamente a su vida. Andrés presenta a Jesús a un joven que tiene cinco
panes de cebada y dos peces. El Señor da las gracias y multiplica estos
alimentos en abundancia. No sabemos exactamente cómo ocurrió el milagro. En la
multiplicación de los panes relatada por Mateo, Jesús pide a sus discípulos que
distribuyan el alimento (cf. Mt 14,19), y quizás, como piensan algunos Padres
de la Iglesia, el pan seguía saliendo de los cestos en los que los discípulos
metían las manos, como ocurrió con el milagro de Eliseo con el aceite de la
viuda: el aceite seguía manando de la alcuza (cf. 2 R 4,1-7).
San
Juan especifica que la Pascua estaba cerca. Un poco más tarde, en el mismo
capítulo, el evangelista relata el discurso del pan de vida. Hay, pues, un
evidente simbolismo en el relato de Juan que remite al misterio pascual y al
misterio eucarístico. En este pasaje, algunas palabras en griego, como el verbo
"eucharistein" (v. 11) – "dar gracias" –, o la
palabra "klasma" (v. 12) – fragmento –, tienen una clara
connotación eucarística; la primera se encuentra en Lucas y Pablo (cf. Lc
22,19; 1 Co 11,23); la segunda, en un texto muy antiguo, la Didachè (finales
del siglo I).
La
liturgia de la misa de este domingo confirma este simbolismo al proponer como
primera lectura el episodio de la multiplicación de los panes por el profeta
Eliseo. Lo que se subraya es la abundancia de los dones divinos, ya que Eliseo
puede decir: "Dáselo a la gente y que coman, porque así dice el Señor:
'Comed, que sobrará'" (2 R 4,43). Pero, en ese caso, eran veinte panes
para solo cien hombres. El milagro de Jesús es más importante. El Salmo
145(144) invita a dar gracias por el alimento que el Señor da: lo hace por una
parte gracias a un milagro, por otra en la Eucaristía, de modo que la historia
del pasado abre pie también a la esperanza del pueblo de la que se hace eco el
Salmo: "Los ojos de todos se dirigen a Ti esperando: Tú les das el
alimento a su tiempo. Tú abres tu mano y sacias de buen grado a todo
viviente" (v. 15-16).
"No
sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de
Dios" (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3). Jesucristo, la Palabra viva del Padre, nos
alimenta a través de la Palabra y de los sacramentos. Esa Palabra llena nuestro
corazón de paz y alegría, y al mismo tiempo alimenta nuestra inteligencia,
porque el "Logos", la Palabra eterna de Dios, da sentido a nuestra
vida. San Juan nos invita a creer en Jesús, que es él mismo alimento, como
proclama el Discurso del Pan de Vida (cf. Jn 6, 26-59), un pan que da la vida
eterna (cf. Jn 6, 58). Esta es la esperanza esencial del cristiano, que la
Carta a los Efesios presenta en un himno a la unidad de la Iglesia, exponiendo
siete manifestaciones de esta: "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como
habéis sido llamados a una sola esperanza: la de vuestra vocación. Un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos: el que
está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 6). En efecto, porque comen
el mismo Pan, los cristianos se hacen Cuerpo de Cristo; en la celebración de la
Eucaristía, el Pueblo de Dios se transforma en este Cuerpo.
Poco
después de este relato de la multiplicación de los panes, Juan sitúa el
episodio de Cristo caminando sobre las aguas (cf. Jn 6, 16-21). De hecho, hay
milagros que fueron realmente realizados, no meras parábolas, sino hechos
históricos, presenciados por testigos, y son el fundamento de la fe de los que siguieron
a Jesús y de la nuestra. Al mismo tiempo, más allá de los milagros, estas
evocaciones del agua que se "amaestra" de alguna manera y del pan que
alimenta, así como los murmullos de los que se asombran ante los gestos y las
palabras de Jesús (cf. Jn 6, 42), se inscriben en la continuidad de los
milagros de Moisés durante el Éxodo y de las murmuraciones del pueblo hebreo
(cf. Ex 16, 2.8): el maná en el desierto, el paso del Mar Rojo.
La
oración sobre las ofrendas de la misa de hoy afirma que el pan y el vino que se
acaban de presentar al Señor son fruto de su largueza, de su generosidad. En la
Eucaristía, Dios se da a sí mismo, y a su vez nos permite entregarnos. La
medida de este don no es otra que la del amor: el amor conlleva el don de sí
mismo, con un sentido de sacrificio alegre. Por eso Cristo se retira, para no
ser hecho rey (cf. Jn 6, 15): su realeza es amor y servicio. "Con el
Señor, la única medida es amar sin medida”[1]. Por eso,
podemos decir de la Virgen María que es la Madre del amor hermoso (cf. Si 24,
24). ¡Que tan buena Madre nos ayude a descubrir cómo responder generosamente a
los dones de Dios en nuestra vida y a dar gracias por el don de la Eucaristía,
manifestación del amor de Jesús por su Padre y por la humanidad!
[1] San
Josemaría, Amigos de Dios, n. 232.
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/
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