Fernando Mires 30 de junio de 2024
@FernandoMiresOl
Las
elecciones no se ganan apelando a temas internacionales; eso está claro. No
obstante, sus resultados pueden tener repercusiones muy importantes en la arena
internacional. Es el caso de las presidenciales que tendrán lugar en Venezuela
el 28.07.2024. Allí el tema internacional no aparece en ningún lugar. Ni en los
discursos oficialistas ni en los discursos oponentes. Situación claramente
comprensible, por lo demás. No solo en Venezuela la socioeconomía es un factor
determinante en las motivaciones que llevan al voto.
La
gran mayoría de los sufragantes votan siguiendo intereses e ideales
políticamente articulados, es decir, por más justicia social, por mejores ingresos,
por más libertades y quizás, solo en último lugar, por el sitio que, de acuerdo
al resultado electoral, ocupará la nación en el mundo. Eso significa que si
Maduro va a perder, como auguran agencias demoscópicas, sucederá antes que nada
por el desastre económico en que ha sumido a su país, por las migraciones
sociales y no políticas que ha desatado (las más grandes de toda la historia de
América Latina), por la desigualdad social imperante, por la corrupción
generalizada (Venezuela es el segundo país más corrupto del mundo según Transparencia
Internacional) y, por cierto, por el despiadado descuido de los
servicios públicos más elementales a que ha sido sometida la inmensa mayoría de
la población.
EL NUDO DEL PROBLEMA
Una
ciudadanía puede soportar la restricción de libertades, e incluso a dictaduras
si el precio de esa aceptación se traduce en mayor seguridad social, laboral y
económica. Ese es precisamente el secreto de la dictadura china, país en donde
ha sido fundado el capitalismo perfecto: un estado económico sin sindicatos,
sin partidos, sin derechos humanos, sin debate público, sin política, pero con
masas consumidoras a las que no falta seguridad social ni trabajo.
El
gobierno de Maduro no solo ha cercenado libertades ciudadanas. Además, siguiendo
el ejemplo de la nación hermana de los chavistas, Cuba, ha convertido a la
economía en una realidad excremental. Por esas, y no por otras razones -a menos
que Maduro, antes o después de las elecciones, dé una patada en la mesa y
decida configurar definitivamente a su gobierno como una dictadura similar a la
de Lukaschenko en Bielorrusia- el chavismo deberá aceptar su derrota electoral
para dejar de ser gobierno y pasar a ser un partido político de oposición, como
sucede en todos los países democráticos de la tierra. Ahí, sin embargo, yace
justamente el nudo del problema.
Independientemente
a que no exista una sola definición politológica acerca del tipo de gobierno
que encabeza Maduro (dictatorial para algunos, autocrático para otros,
autoritario para unos pocos) lo cierto es que el suyo es un gobierno al que,
con la mejor voluntad del mundo, no podríamos definir como democrático. Mucho
menos si consideramos que en los círculos estrechos a Maduro circulan personas
poseídas, no por un ethos, pero sí por un pathos misional,
uno que los hace imaginarse a sí mismos como herederos del mito totémico
fundador: Hugo Chávez.
Para
que se entienda mejor: al hablar de Maduro y los suyos no estamos hablando de
políticos normales sino de personajes que creen (creen, en el sentido religioso
de la palabra creencia) que ellos son revolucionarios haciendo una revolución
y, como toda revolución, esta no debe estar sujeta a constituciones ni a leyes.
La oposición políticamente organizada tiene entonces frente a sí una tarea inmensa.
No solo deberá derrotar ampliamente a Maduro (una victoria estrecha no sirve
mucho). Además, deberá “civilizar” al chavismo en el tránsito que lo lleve a
convertirse en, de lo que ahora es, un partido-estado, en lo que debería ser si
Maduro pierde las elecciones: un partido de oposición.
¿Aceptaría
Maduro ese nuevo papel? Las dudas son más que legítimas. En parte, depende de
él mismo; pero también depende de la capacidad política de la oposición para
caminar sobre arenas movedizas como son las de toda transición, no de gobierno,
sino, seamos claros, de régimen. Y bien, en ese periodo, los vínculos
internacionales jugarán un papel de suma importancia.
VENEZUELA
EN EL ORDEN POLÍTICO LATINOAMERICANO
Como
dijimos al comienzo, casi nadie vota pensando en la situación internacional.
Pero cabría agregar que las fuerzas políticas en contienda no solo representan
a contingentes internos, sino también a los externos de modo que, se quiera o
no, cada elector vota a favor o en contra de una determinada pertenencia
internacional. En primer lugar por una pertenencia continental, en segundo
lugar por una pertenencia global.
Ahora
bien, en el plano continental, el chavismo tiene una conocida historia.
Chávez,
recordemos, entendió su acceso al gobierno como parte de una tendencia
continental a la que él suponía anticapitalista y antimperialista. El eje de
esa tendencia reposaba en la hermandad que se dio entre Venezuela y Cuba, vale
decir, entre Chávez y los Castro. A partir de ahí -recordemos que Chávez quería
no solo ser líder de una revolución nacional, sino continental- Chávez recogió
la frase de Hans Dieterich acerca del "socialismo del siglo
XXl". ¿Alguien se acuerda todavía de Dieterich?
En su
narcisismo político Chávez imaginó ser redentor del socialismo fracasado en la
Europa del siglo XX y convertirse en promotor de una nueva versión
latinoamericana del socialismo. De acuerdo a la partitura de esa melodía,
Chávez, superlíder, sería cortejado por líderes menores al estilo del cocalero
Evo Morales, del neosomocista Daniel Ortega, del latifundista hondureño Manuel
Zelaya, del desarrollista Rafael Correa, de la inefable Cristina peronista,
hasta llegar a incluir nada menos que a las FARC. Ahora, la pregunta es válida: ¿qué
queda de todo esa parafernalia pseudorevolucionaria? La respuesta es: nada,
absolutamente nada. Usando palabras del propio Chávez, el socialismo del siglo
XXl fue convertido en "polvo cósmico".
¿A qué
contexto histórico político continental representa Maduro? Al peor que es
posible imaginar. A la Venezuela de hoy los comentaristas internacionales la
nombran junto con la horrorosa dictadura de Ortega-Murillo y con una
destartalada Cuba subsididada desde Miraflores. Tiene razón entonces Maduro al no
decir ni pío sobre la situación latinaomericana. Con los amigos que se gasta
estaría condenado a la derrota.
El
madurismo, a diferencias de chavismo, es una fuerza nacional sin contexto ni
discurso continental. El chavismo –ya en los tiempos de Chávez- fue derrotado a
nivel latinoamericano. En su forma madurista podría ser derrotado a nivel
venezolano. Quizás ha llegado la hora. Repito, quizás.
LOS
TRES CANALES DE LA POLÍTICA LATINOAMERICANA
No
obstante, la débil representación latinoamericana que ostenta Maduro no puede
llevar a pensar en que la candidatura de Edmundo González actúa en
representación de un contexto político continental homogéneo. Cierto es que el
nombre de Maduro es asociado en la mayoría de los países latinoamericanos como
representante de un régimen anti-democrático (por decir lo menos). Pero no es
menos cierto que es muy difícil encontrar una vinculación política continental
en la oposición, entre otras razones porque ni en los épicos discursos de la
líder María Corina Machado, ni en las moderadas interlocuciones de Edmundo
González, hay menciones al tema. Puede que eso ocurra como consecuencia de la
estrategia electoral, pero también puede ser porque este es un asunto que
llevaría a la oposición más a dividirse que a unirse en momentos cuando la
unidad parece ser un imperativo categórico. Sin embargo, si la oposición llega
al gobierno, el tema de la pertenencia continental del país será ineludible. Al
fin, cada tiempo tiene sus temas.
No
conviene, sin embargo, ignorar que la América Latina de nuestro tiempo está
surcada al menos por tres canales políticos acerca de los cuales todo gobierno
deberá tomar posición A riesgo de esquematizar podríamos numerarlos así:
Primero:
un canal político democrático liberal al que pertenecen derechas e izquierdas
no extremistas, actualmente vigente en su forma izquierdista en el Chile de
Boric (también en el Brasil de Lula, en la Colombia de Petro), con ciertos
recelos en la Bolivia de Arce, y en su forma derechista en el Uruguay de
Lacalle Pou y tal vez en el futuro México de Sheinbaum.
Segundo:
un canal político republicano anti-liberal irrumpiendo con fuerza el que,
en caso de que Trump triunfe en las elecciones norteamericanas, será aún más
fuerte. Al antiliberalismo (o trumpismo latinoamericano) pertenecen por ahora
el Salvador de Bukele, el Ecuador de Novoa, el numeroso electorado bolsonarista
de Brasil y el gobierno “libertarista” de Milei en Argentina.
Tercero:
el socialismo del siglo XXl de hecho ha muerto pero falta todavía extender el
certificado de defunción. Eso podría suceder solo si Maduro es electoralmente
derrotado.
Evidentemente,
llegado el momento, la oposición venezolana deberá optar por los canales 1 y 2.
Pero hay que repetir: este es un tema futurista y la política es siempre
presentista.
Conviene
sí aclarar que los tres canales corresponden a esquemas más bien tipológicos y
la realidad es más compleja que sus esquemas. Con esto se quiere decir que esos
canales no siempre surcan de modo paralelo. Por lo mismo hay que contar con
entrecruces. Pongamos dos ejemplos. Uno es el gobierno de Milei. Dicho gobierno
puede ser considerado una versión argentina del trumpismo, menos en un punto
muy importante: Milei no ha dejado de señalar que él apoya sin reservas a la
causa ucraniana a diferencias de Trump quien en cuanto puede muestra su
admiración a Putin, coincidiendo en ese punto con el trío infernal formado por
Ortega, Díaz Canel, Maduro.
El
otro ejemplo es Lula. El presidente brasileño pertenece a una tradición
liberal-socialdemócata, pero a la vez, debido a la dependencia económica de
Brasil con China, ha llegado a ser un abierto defensor del “nuevo orden global”
cuyas asociaciones financieras tipo BRICS agrupan a casi todas las dictaduras
del planeta en contra de las democracias llamadas occidentales. En ese punto
Lula coincide más con Maduro y Ortega que con los gobernantes democráticos de
América Latina.
VENEZUELA
EN EL ORDEN POLÍTICO GLOBAL
El
relativo aislamiento continental de Maduro podría hacer pensar que nos
encontramos frente a un gobierno sin resguardo internacional. Sin embargo, no
es así. Los grandes apoyos de Maduro no se encuentran en el espacio continental
pero sí en el espacio global. El gobierno de Maduro, para decirlo de modo
sucinto, es junto a los de Cuba y Nicaragua, miembro de una amplia coalición
global antidemocrática cuyo eje está formado por las dictaduras de Rusia, China
e Irán. Un eje no económico como quieren hacer creer Lula y el jefe de gobierno
hindú, Ramnath Modi, sino uno cuyos alcances son, al menos para Putin,
geomilitares.
Los
recientes ejercicios militares que han tenido lugar entre Cuba y Rusia muestran
claramente que el dictador ruso no solo parece dispuesto a reintegrar los
terrenos que ayer pertenecieron a la URSS, sino también a antiguos y nuevos
espacios de dominación hegemónica, incluyendo áreas latinoamericanas. Pues
bien, por sus riquezas naturales, por la ubicación geográfica de Venezuela y
por sus afinidades ideológicas con el chavo-madurismo, Maduro es un socio
irrenunciable para Putin. Por eso, así como Marine Le Pen es la candidata de
Putin en Francia, así como Donald Trump es el candidato de Putin en los EE UU,
el candidato de Putin en Venezuela se llama Nicolás Maduro.
No hay
que ser demasiado inteligente para darse cuenta que Putin hará todo lo que sea
posible para evitar que Maduro pierda el poder en Venezuela, del mismo modo
como los Estados Unidos harán todo lo posible para bloquear la injerencia rusa.
Aunque Maduro no lo diga, o aunque la oposición venezolana no se haya dado
cuenta, el hecho objetivo es que las elecciones venezolanas han sido puestas en
el centro de la candela internacional.
Maduro
está lejos de ser solo un gobernante autoritario local. Gracias a la raya
trazada por Putin en contra de las democracias occidentales, Venezuela está a
punto de convertirse en una pieza estratégica en el ajedrez geopolítico de la
combinación imperial chino-rusa-iraní. Sacar a Venezuela de la red
antidemocrática mundial a la que la llevó Hugo Chávez (Maduro al fin es solo un
heredero) y hacerla volver al redil democrático occidental y latinoamericano,
es la tarea de Sísifo que deberá llevar a cabo la oposición venezolana, aunque
sus líderes no lo digan. O no quieran, o no puedan, o no sepan decirlo.
Fernando
Mires
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