JORGE CAJÍAS sábado 8 de diciembre de 2012
@jcajias
La juez María Lourdes Afiuni se quedó
mirando hacia arriba mientras sus oídos aún percibían las risotadas y
felicitaciones que recibía el designado funcionario del Ministerio de
Relaciones Interiores, por haberla violado esa noche en la enfermería de la
Cárcel de Mujeres de Los Teques. Todo había sido una terrible conjuración que
contó con la necesaria complicidad de quienes dirigen ese antro carcelario, que
desembocó en la mayor violencia que puede sufrir una mujer. De nada le sirvió
recordar que recibía semejante castigo por su apego a unas leyes que solo ella
estaba dispuesta a respetar, mientras sus victimarios las infringen a
discreción. Desde el piso después de ser forzada, contemplaba con sus ojos
inundados de lágrimas, un techo roído e impregnado de una presencia humana
quien se había atrevido escalarlo, dejando constancia de antiguos usuarios que
rayaron con sus nombres y fechas el "cielo" que arropaba al cuerpo
adolorido de lo que ya era casi un fantasma.
No había quejidos ni lamentos en ese difícil momento de su vida. Era una profunda tristeza mezclada con rabia lapidaria, que conmovía su existencia al presentir sus ropas desgarradas, su cuerpo herido y violentado, por ese infame y malhadado quien tenía como misión degradarla a la profundidad de una precaria y vergonzosa existencia. Al fondo del pasillo que conduce a las celdas, se escuchaba el murmullo de las otras presas, quienes se dividían entre condenas a lo sucedido y aplausos resentidos al castigo infringido. Su cabeza giró hacia la ventana de la enfermería y pudo contemplar cómo pequeños rayos de luz se peleaban entre sí para poder entrar e iluminar la escena del más horrendo de los crímenes como es la violación, en este caso de una juez de la República, condenada a priori en cadena de radio y televisión, por el presidente Chávez.
No había quejidos ni lamentos en ese difícil momento de su vida. Era una profunda tristeza mezclada con rabia lapidaria, que conmovía su existencia al presentir sus ropas desgarradas, su cuerpo herido y violentado, por ese infame y malhadado quien tenía como misión degradarla a la profundidad de una precaria y vergonzosa existencia. Al fondo del pasillo que conduce a las celdas, se escuchaba el murmullo de las otras presas, quienes se dividían entre condenas a lo sucedido y aplausos resentidos al castigo infringido. Su cabeza giró hacia la ventana de la enfermería y pudo contemplar cómo pequeños rayos de luz se peleaban entre sí para poder entrar e iluminar la escena del más horrendo de los crímenes como es la violación, en este caso de una juez de la República, condenada a priori en cadena de radio y televisión, por el presidente Chávez.
En medio de la oscuridad reinante pudo deslizar sus manos apesadumbradas -que no habían dejado de luchar para rechazar la inhumana acción- hacia su cuerpo. Palpando cada rincón de los restos de su crucificado organismo, encontró tumefacciones y hendiduras, signos inequívocos de la paliza punzo penetrante recibida previamente para someterla, que alternaban con pequeños charcos de sangre que se distribuían por toda su anatomía. Pensó en sus padres, su hermano, su hija y el terrible destino que había labrado su pensamiento recto, lleno de convicciones y principios. No pudo evitarlo, pero sus recuerdos retrocedieron hasta los primeros días de su cautiverio, cuando fue sorprendida por otras reclusas tarifadas enviadas a su celda, quienes la envolvieron con una sabana, la apalearon fuertemente, le quemaron sus genitales con cigarros encendidos, para luego penetrarla y violarla con toda clase de objetos, hasta que perdió el sentido.
Pasadas varias horas sin recibir ninguna clase de auxilio, fue sacada a empujones de la enfermería y llevada por el personal de custodia a su celda, donde literalmente fue depositada. Como pudo se enrolló en su pequeña cama y en posición fetal se dedicó a llorar en silencio, al ritmo del dolor y el sangrado por las heridas provocadas.
Esa noche en Miraflores se le informó a Chávez que su presa, la juez María Lourdes Afiuni había sido violada. Sobre esto, no giró instrucción alguna.
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