Por Olga Ramos,
17/12/2012
"Tenemos
el país que tenemos, no otro. Lo formamos todos y todos somos responsables de
la forma que toma! Mucho que reflexionar y crecer #16D"
Ese fue mi
primer comentario en twitter vistos los resultados de las elecciones regionales
y creo que resume muy bien lo que pienso que es el aprendizaje más
importante que tenemos los venezolanos en estos tiempos.
A casi 24 horas del cierre de las mesas, abundan los artículos y
mensajes "reflexivos" -obviamente, unos con más reflexión y otros con
más reacción-. Es el tiempo del reajuste de expectativas, del acuse de recibo y
del trago grueso para todos, los que ganamos y los que perdimos. Hay muchos
mensajes cargados de una emoción visceral, cosa que es normal dado lo sucedido,
pero especialmente, por la incomprensión generalizada que tenemos sobre la
realidad en la que vivimos. Y esa -aumentar la comprensión sobre la realidad
que vivimos- es quizá la tarea más importante que debemos emprender todos en
este tiempo.
Hay algunos datos interesantes que pueden ayudarnos a comprender
esa realidad, pero resalta entre ellos, la cantidad de gobernaciones en las que
ganó un candidato militar y aunque sería muy fácil asumir como explicación que
su victoria se debe a que era el candidato designado por Chavez y aunque no
dejo de pensar en la vieja y arraigada creencia popular de que, ante la
necesidad de poner orden, los venezolanos apuestan por un militar, creo que la
respuesta no es trivial ni obvia. Un dato de ese calibre requiere un análisis
detallado y profundo que no es al que voy a apuntar en este momento, en este
espacio, pero lo menciono para apuntar a una necesaria reflexión posterior.
(Claro, también lo menciono porque sería genial que alguien como Graciela
Soriano @grasoriano, Ruth Capriles @veedoramadre, Colette Capriles @cocap,
Ricardo Sucre @rsucre o Humberto Njaim, les diera por ayudarnos con eso)
Las elecciones de ayer nos
enseñaron que tenemos el país que tenemos y no otro, bueno, eso nos
ratificaron.
Una de las cualidades de este país que tenemos, como ya dije,
es la incomprensión generalizada sobre la realidad en la que vivimos. Otra
de sus cualidades, íntimamente relacionada con la anterior, es la
inmadurez política tanto de los ciudadanos como de su dirigencia. Obviamente,
no de todos los ciudadanos, ni de toda la dirigencia política, pero, en ambos
grupos, no logramos la masa crítica mínima que nos permita un cambio de
cualidad al respecto.
La falta de madurez se evidencia de muchas maneras. En este
momento, se evidencia especialmente, en el foco que toman muchos de los
comentarios y análisis que se leen en los medios y en la red. Muchos se enfocan
en buscar o señalar culpables, en acusar al otro de los males que nos aquejan y
que se profundizarán, sin que medie el debido reconocimiento de la
responsabilidad de todos en la construcción del país que hoy tenemos. Para no
variar, nos centramos en las personas, en las otras, no en nosotros; más en las
personas y menos en las prácticas, pero cuando ponemos el foco en las
prácticas, lo hacemos en las que nos molestan de los otros y no vemos lo que
pueden haber contribuido las nuestras o como, en muchos casos, cuando repetimos
esas mismas prácticas que criticamos, ni las vemos.
Es importante poner el foco donde
es.
Creo que,
ante lo que vivimos, nos sale enfocarnos en nuestras prácticas, las que nos
gustan, pero especialmente, las que no nos gustan y sólo somos capaces de
identificar en los otros.
Como se trata de algo complejo y extenso y sin pretensiones de
abarcar su complejidad, voy a mencionar algunas cosas que son las que me
parecen más importantes en este momento.
1. Lo que sucede en el país es
responsabilidad de todos.
Lo primero
que mencionaré es que lo que sucede en el país es responsabilidad de todos, no
es culpa de algunos. Esto, aunque suene reiterativo, es importante que todos lo
asumamos, porque por acción o por omisión, todos contribuimos a tener la
Venezuela que tenemos.
Hay un cambio en la naturaleza de la ciudadanía que es necesario
asimilar y que se deriva de cómo se concibe la distribución del poder y su
relación con la responsabilidad. Me refiero a un cambio en la concepción
de la consciencia ciudadana, en la comprensión del rol que cada quién cumple y
debe cumplir en la determinación de su destino como parte de una comunidad
nacional.
Voy a tratar de ilustrarlo con un ejemplo y aunque el ejemplo que
utilizaré puede no ser el mejor, creo que puede ser útil.
La diferencia que tenemos que apreciar en la consciencia
ciudadana, es como la que existe en la responsabilidad sobre las decisiones,
las acciones, y su resultante sobre la calidad de vida, cuando se pasan unos
días en un hotel, en contraste de la que se tiene y sus consecuencias, cuando
los días se pasan en un hogar propio.
El hotel tiene unos dueños y unas reglas definidas por ellos, uno
lo elige para pasar unos días por la oferta que tiene, se ajusta a las reglas y
disfruta de la oferta. La calidad de vida que se obtiene está determinada por
la capacidad para acertar en la elección del hotel.
En contraste, un hogar tiene unos miembros y, aunque entre ellos
exista una jerarquía para la toma de decisiones y la distribución de responsabilidades
esté establecida de forma diferenciada entre sus miembros, su conformación y
dinámica es responsabilidad de todos los miembros; hay mecanismos para mediar
en la toma de decisiones y en la determinación de las reglas y condiciones de
vida, pero su construcción depende del aporte y la participación de todos.
El país no es como un hotel, sino que funciona más como un hogar
en el que todos somos responsables de lo que sucede y de la calidad de vida que
nos damos y tenemos.
Si comenzamos a asumir a Venezuela como nuestro hogar, en el que
lo que suceda es concurso y responsabilidad de todos, cambiaremos nuestra
consciencia de ciudadanía y por tanto, nuestra actitud y nuestras prácticas.
2. Con un país fracturado no
podemos construir una mejor Venezuela.
Lo segundo que mencionaré y también estaré reiterando algo
previamente dicho, es que tenemos un país fracturado que es incapaz de
reconocerse entre sí y que mientras no lo haga, no podrá avanzar.
A pesar de que muchas personas no quieren verlo de esta manera,
tenemos una profunda fractura. Miramos al país desde ópticas diferentes y por
mucho que nos parezca inconcebible la óptica del otro o por muy
irreconciliables que éstas parezcan, son ópticas válidas.
En este campo no es ni posible, ni deseable, identificarnos como
malos o buenos, como acertados o equivocados. Es menester reconocer tanto la
existencia del otro, como la validez de su punto de vista, de su perspectiva
sobre el país, su presente y su futuro.
Incluso, es importante reconocer la coexistencia de marcos de
valores, de principios y éticas diversas como punto de partida imprescindible
para poder reconstruir, a partir de ese reconocimiento, un marco de principios
y valores comunes y una identidad en la que todos nos veamos reflejados.
Podemos identificar algunas creencias que son clave para
reconstruir nuestra identidad y nuestras prácticas, y que nos hacen mantener el
foco en otro lado.
Por ejemplo, a esta altura, tenemos un país que no entiende que la
lógica del triunfo electoral que garantiza la hegemonía de un grupo sobre el
resto, no funciona en una sociedad con estas fracturas. -Bueno, no funciona en
estos tiempos, ni en un marco realmente democrático, pero mucho menos, en una
sociedad con estas fracturas-. No entendemos, que no se trata de recuperar el
tiempo "cuando éramos felices y no lo sabíamos" o de hacer una
relectura de la historia o una reconstrucción de la identidad nacional, a
imagen y semejanza de un grupo específico.
Se trata de reencontrarnos y reconocernos, para lo cual, tenemos
que poder reenfocar nuestra forma de comprender la distribución del poder
político, el juego y los resultados electorales.
Una elección y sus resultados tienen que convertirse en un espacio
para reconstruir nuestros nortes comunes, no sólo para disputarlos y ver cuál
tiene mayor peso, eso no es efectivamente democrático, pero en esta situación
especialmente, cuando sabemos que lo que está determinando el contenido del
voto, no es precisamente el apoyo a un proyecto específico o a una visión de
país o de región.
No, lo que está determinando el contenido del voto es la apuesta
por un arreglo que garantice la supervivencia de unos con respecto a las
pretensiones que asumimos, o que en efecto tienen los otros.
Sin embargo, lo que no entendemos es que sólo es posible
garantizar nuestra supervivencia, si garantizamos la supervivencia del otro.
Sólo es posible garantizar nuestro bienestar o nuestra calidad de vida, si
garantizamos el bienestar y la calidad de vida del otro, pero no de acuerdo a
la visión que cada uno tenga de bienestar o calidad de vida, sino con respecto
a una visión compartida de bienestar y calidad de vida que tenemos con
construir o reconstruir con el concurso de los unos y los otros.
Es desde esta óptica que tenemos que reconcebir nuestra visión y
consciencia de ciudadanía, nuestro pase de la creencia de que vivimos en un
hotel en los que la dinámica y los estándares de calidad de la oferta los
determinan otros, a la comprensión de que habitamos un país, nuestro hogar, en
el que la calidad de vida de todos, depende de la responsabilidad y el esfuerzo
que asuma cada uno.
3. Miramos la paja sólo en el ojo
ajeno
Un tercer
elemento que traeré a colación, es esa costumbre muy nuestra de mirar sólo la
paja en el ojo ajeno.
Se colea el otro, hace tráfico de influencias el otro, es corrupto
el otro, viola la ley o cualquier regla de juego el otro, es clientelista la
conducta del otro, el oportunista es el otro, el excluyente es el otro.
En esto caemos todos en algún momento y no ponemos atención a
nuestras prácticas cotidianas, comenzando por algo tan sencillo como las
palabras que utilizamos para referirnos al que no nos gusta o con el que no
estamos de acuerdo.
Si nos damos un paseo por los comentarios pre y post electorales,
podremos ver millones de ejemplos, o mejor dicho, algunos ejemplos repetidos
millones de veces, del menosprecio al otro, sin ir más lejos, identificando
rasgos o conductas que, en otro contexto y en otro momento, seguramente, hemos
tenido o hemos aceptado y avalado por venir de alguien de "los
nuestros" o, porque en aquel contexto, "el fin justificaba los
medios".
Al parecer, no hemos entendido cuál es el tenor de nuestra lucha
ciudadana. No se trata de elegir "un liderazgo" identificado como un
grupo diferente de hombres y mujeres, en los que, si analizamos las prácticas,
podemos ver como repiten las del "liderazgo" que no queremos, sino de
apostar por un liderazgo con una ética política y unas prácticas diferentes.
Donde no imperen, por ejemplo, la discriminación política, el acomodo, el
clientelismo, la corrupción, sea de la magnitud o del signo que sean.
Pero además, no se trata de elegir o tener un liderazgo político
diferente, si no tenemos una ciudadanía diferente. Por tanto, el tenor de
nuestra lucha ciudadana, no puede apuntar solamente a las cualidades del
liderazgo que queremos, sino a las cualidades del ciudadano que tenemos y que
debemos transformar. Es una lucha en todos los terrenos, en la que, nuestra
visión de ciudadanía, nuestras prácticas y nuestro autoconcepto, deben tener un
rol estelar.
4. La dirigencia política no da
la talla
Pero así
como digo que nuestra visión de ciudadanía y nuestras prácticas deben tener un
rol estelar en nuestra lucha cotidiana. También es necesario reconocer que, a
pesar de las excepciones y de los grandes esfuerzos, nuestra dirigencia
política aún no da la talla para la magnitud de la tarea que como país tenemos.
Y cuando hablo de la dirigencia política, me refiero a toda, a la
que está en el gobierno y a la que está en la oposición, a los dirigentes de
talla nacional y también a los dirigentes locales y comunales, porque toda ella
debería haber entendido, a esta altura, que lo planteado en los tres puntos
anteriores les toca y está en sus manos orientar al país en el proceso de
reconstrucción para superar la fractura y para crecer y madurar política y
socialmente.
Aunque suene duro y cueste
asimilarlo, tenemos una ciudadanía políticamente inmadura y una ciudadanía
inmadura es incapaz de reconocer y asumir su responsabilidad y propiciar el
reencuentro por sí sola.
En nuestro caso, es obvio que como ciudadanos diversos y
diferentes no tenemos la madurez para reconocer la dimensión de nuestra
necesidad y ceder ante ella y que nuestra dirigencia, en su mayoría, tampoco tiene
la madurez política para hacerlo o promoverlo.
De hecho, en una situación como
la nuestra se requiere de una dirigencia política que entienda el tenor de su
rol y que esté dispuesta a trabajar para ello, sacrificando espacios de confort
tradicionales, poniendo de lado la tentación de la defensa de su
"parcela" y también la tentación de conseguir el aplauso fácil.
Requerimos que nuestra dirigencia política también madure y
dé la talla, porque con la visión y las prácticas con las que se manejan
actualmente, no lograrán apuntar hacia el problema de fondo, sino que repetirán
una y otra vez, los mismos errores y prácticas.
Esto implica, entre otras
cosas un cambio de cualidad en las prácticas de dicha dirigencia en todos
sus niveles y requerimos que la misma apueste por asumir un verdadero
liderazgo que oriente en la adversidad.
Tomado de:
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