Por Lissette Gonzalez, 19/12/2012
Durante el 22 y 23 de noviembre tuve la oportunidad de estar en Santiago
de Chile para participar en un intenso debate interdisciplinario sobre la
multidimensionalidad de la pobreza en América Latina organizado por CLACSO.
Obviamente, iba con grandes expectativas sobre la discusión de la ponencia que
presentaba y me encontré con una fuerte agenda de trabajo que dejaba poco
espacio para el debate detallado de cada una de las propuestas. Sin embargo, mi
balance personal del evento es altamente positivo porque a propósito de las
distintas exposiciones se abrió una intensa y formativa discusión sobre las
implicaciones éticas, políticas, teóricas y metodológicas que surgen a partir
de cómo definimos este fenómeno.
Las sorpresas comenzaron desde el acto de
inauguración. Hans Offerdal (coordinador para América Latina del programa de
investigación comparativa de la pobreza, CROP) comienza puntualizando que la
pobreza no es un accidente, ni un fenómeno natural: es producto de la acción
humana, de una cierta forma de organización social. El concepto de pobreza, por
tanto, tiene un objetivo ético: es una situación que afecta la dignidad y
derechos de las personas y, en consecuencia, no debería ser tolerada. La
pregunta, provocadora, para ilustrar su punto fue la siguiente: ¿qué nos
parecería si, interpelado por la comunidad internacional, el gobierno alemán en
1940 se hubiera comprometido a disminuir 50% la población en sus campos de
concentración para, digamos, 1945? ¿Eso habría sido suficiente, desde el punto
de vista ético? Añado yo: ¿por qué la comunidad internacional, los científicos
sociales, los gobiernos no vemos de la misma forma un fenómeno como la pobreza?
Sobre esto volveré más adelante.
Hubo durante el seminario airadas discusiones
sobre aspectos teóricos y metodológicos: ¿la pobreza es un fenómeno complejo o
sólo su medición? Cuando discutimos sobre indicadores o umbrales que
identifican a la población pobre, ¿la decisión es teórica o sólo metodológica?
Frente al notable impacto en la comunidad científica internacional de la
metodología propuesta por OPHI (Oxford Poverty and Human Development
Initiative) para crear indicadores multidimensionales que permitan conocer las
condiciones de vida y el impacto de las políticas públicas más allá del ingreso
de los hogares, hubo grandes críticas puesto que asumir pasivamente estos
aportes podría significar desconocer la amplia tradición de investigación
existente en América Latina, donde se han propuesto diversas alternativas de
medición que han sido ensayadas por décadas en los países de la región. Este
aspecto de la discusión me tomó por sorpresa. Pablo Villatoro de CEPAL sugirió
que acaso estamos frente a un cambio de paradigma sobre la medición de la
pobreza. En todo caso, me pareció evidente la tensión dentro de nuestro campo
de investigación: ¿quién produce las teorías y métodos que consideramos
válidos? Y así como en muchos otros campos del saber en la actualidad, podría
parecer más relevante aquello que está escrito en inglés, que aparece en el Scientific
Citation Index y se expresa con fórmulas matemáticas.
Por supuesto, no desdeño para nada los
aportes metodológicos de OPHI (además, un buen amigo está allí y respeto
muchísimo su trabajo). Entiendo la orientación de su discusión, al proponer
innovaciones frente a las medidas restrictivas de pobreza que utilizan los
multilaterales y las agencias de cooperación internacional (población con
ingresos menores a 1,25$ diarios). Sin embargo, ¿cómo puede la experiencia
latinoamericana de medición entrar en este importante debate internacional?
¿Cómo integrar estos aportes sin perder contacto con nuestra tradición y
aprendizajes? Desde este punto de vista me parece que los espacios para la
necesaria discusión regional son insuficientes, han perdido la fuerza que
tenían décadas atrás cuando se propuso el método de Necesidades Básicas
Insatisfechas, aplicado en todos los países a partir de los años setenta.
¿Deberíamos acordar un nuevo método multidimensional para la América Latina?
¿Es la comparabilidad internacional el objetivo a alcanzar?
Buena parte de la discusión relativa a la
medición de la pobreza tiene que ver con la elección de los umbrales para
distinguir las personas u hogares pobres de quienes no lo son. Cualquier punto
de corte sobre el ingreso o el acceso a ciertos servicios termina siendo
arbitrario, simplemente una convención. Después de diversas ponencias durante
el seminario parece claro que la definición de pobreza y los criterios para
medirla deben estar íntimamente ligados con la orientación de las políticas
públicas. Existe una tensión entre el concepto de pobreza, como privación, y
ciudadanía, como garantía de derechos universales. Por ello, buena parte de los
casos nacionales de mediciones multidimensionales que se presentaron partían
del enfoque de derechos: ¿cuánta educación debe tener una persona para ser
considerada no pobre? Pues la que se establece en la legislación nacional como
derecho para todos los ciudadanos. De esta forma, la definición de las
privaciones ya no sería arbitraria, estaría basada en lo que cada sociedad
considera los derechos ciudadanos. Esta es la orientación de las mediciones
oficiales de pobreza en México y Uruguay, al menos. Queda pendiente, sin
embargo, un tema adicional: ¿el disfrute de los derechos debe integrarse con el
ingreso en la medición? ¿Basta con el incumplimiento de un derecho para
identificar a una persona como pobre?
Si todas estas controversias surgen
intentando definir indicadores objetivos de pobreza, imaginen lo que ocurre
cuando se asume el desafío de incluir elementos subjetivos en la medición. ¿Qué
tan pobres (o no pobres) se sienten nuestros ciudadanos? Cuestión altamente
compleja, puesto que los diversos estudios empíricos presentados en el
seminario muestran que aún en situación de carencia, las personas no se
identifican como pobres. El pobre es “otro”, la pobreza se define siempre por
oposición. Por tanto, el juicio de identificación del pobre no es independiente
del actor y su posición social o política. En los estudios cualitativos se
evidenciaron ideas que ya he presentado en otros artículos: la pobreza en el
imaginario tiene una connotación negativa.
Y aquí volvemos al inicio: ¿por qué nuestras
sociedades no asumen la pobreza como una situación inaceptable que debe ser
erradicada? Porque asumimos que la condición socioeconómica es resultado de una
elección individual. En un mercado libre que premia el esfuerzo y el mérito, la
situación de carencia sólo puede ser resultado de la irresponsabilidad
individual. La situación de los pobres es, en definitiva, su culpa. El asunto
es que el mercado perfecto no existe, que no somos iguales al inicio de la
carrera, que los distintos grupos tienen estrategias para mantener y defender
sus posiciones. Por ello mis lectores saben que no me gusta centrar la
discusión en la pobreza, sino en la desigualdad. La pelea en nuestros países
latinoamericanos tiene que orientarse por la igualdad: todos los derechos para
todas las personas. Y esa es la mirada que debe estar presente en nuestras
mediciones.
(*) El gráfico del inicio está tomado de
CEPAL: Panorama social de América Latina 2012
Tomado
de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico