Por Golcar,
18/12/2012
¨Yo no estoy triste. Estoy
decepcionado, defraudado, arrecho, pero no triste¨. Esto es lo que les respondí
a algunos amigos, cuando me preguntaron si estaba muy triste con los resultados
de las elecciones en el Zulia. Así que si lo que usted quiere leer es sobre la
Venezuela bella y su pueblo heroico, de su “bravo pueblo que el yugo lanzó”, la
“victoria de la democracia” o algo parecido que le devuelva un poco la
esperanza; le recomiendo que pare aquí y vaya a buscar el horóscopo del
iluminado o de Adriana Azzis.
Hace más o menos 3 meses, les comentaba a mis amigos que si Pablo Pérez
no se ponía las pilas y se empezaba a trabajar como es debido, perdería los
comicios. Algunos se molestaron conmigo porque decían que eso no podía ser. Yo
insistía, perderemos. Así que para mí, en realidad, no fue ninguna sorpresa.
Como no lo fue la derrota de Lester en Mérida y sí lo fue la de Pérez Vivas en
Táchira, a apenas poco más de un mes de haberse obtenido en ese estado las más
altas votaciones del país contra Chávez.
No me sorprendieron los resultados porque siempre he pensado que el
liderazgo opositor ha estado completamente desconectado de la realidad del
país. Para ellos, hacer política se ha limitado a ir a Globovisión a pegar
cuatro gritos y a hacer publicidad y pegar afiches, sin hacer el trabajo de
bases que desde hace mucho está pidiendo el país.
Capriles, con sus visitas casa a casa durante la campaña presidencial,
demostró que ese es el camino para reconquistar el favor del electorado; sin
embargo, la dirigencia política hizo caso omiso de ese mensaje y ahora está
recogiendo lo sembrado. Nadie quiere embarrarse los zapatos y salir a los
barrios y pueblos a conectarse con la gente y estas derrotas son la
consecuencia.
Mientras los políticos no se aparten de Globovisión, que por otro lado
le hace tanto daño al país como VTV -Ambos son las dos caras de una moneda, con
sus manipulaciones de la información y la emisión de medias verdades y mentiras
completas-. Mientras sigamos haciendo lo mismo y no se escuche lo que la gente
está diciendo de una u otra forma, el mensaje que nos está dando, seguiremos
obteniendo los mismos resultados. ¿Qué más se podría esperar?
La unidad alcanzada por la Mesa de la Unidad me parece un importantísimo
logro pero se quedó en un pacto de partidos sin llegar a concretarse en un
movimiento de acción política que llevara su mensaje de unión y de proyecto
político y de país a las masas populares. Si no se proponen bajar a la calle,
llegar a las zonas rurales y subir a los barrios, terminarán convertidos en un
parapeto de negociación y en un elefante blanco.
Mientras tanto, del lado del gobierno, demostraron una vez más conocer
al dedillo de qué pata cojea nuestro pueblo y es que en estos 14 años han
captado perfectamente que todo tiene un precio y que algunos se venden por un
exprimidor de jugos, otros por una nevera, algunos por una misión, otros por
una vivienda, unos pocos por una buena tajada en adjudicaciones de contratos y
pagos de comisiones; y ha echado mano de eso para conquistar al elector.
De allí que las tiendas de electrodomésticos no se daban abasto los días
antes de la elección, durante la campaña y el mismo día del evento para
satisfacer la demanda de quienes llegaban, con cheques de Pdvsa en blanco, para
comprar hasta el último bombillito en existencia para pagar votos. O aquellos
que llegaban con fajas de billetes en efectivo destinados al mismo fin.
Son 14 años de un proceso en el que han hecho creer a la gente que a lo
más a que pueden aspirar en esta vida es a una misión de 400 bolívares, un
mercadillo o feria de comida montado a trancas y mochas en la calle para
venderles los productos de la cesta básica y ya. Como pueblo, parece que no
merecemos más que eso. Que nos consuelen con dádivas, nos traten como cualquier
cosa menos como ciudadanos y, encima les agradezcamos el gesto. Tan agradecidos
nos mostramos que votamos por ellos para que la humillación continúe.
Es irónico que un gobierno que se jacta de tomar en cuenta por primera
vez a los pobres, los trata como a animales que se amaestran con premios,
medran su dignidad, los humillan haciéndolos creer que no merecen más que las
migajas que “por primera vez reciben”, les repiten hasta el cansancio que los
quieren y, quererlos, es hacerlos pasar humillaciones en una cola para recibir
lo que les dan como limosna. Los han convertido en pedigüeños. Y encima de
todo, el pueblo va con la cabeza agachada y como agradecimiento por “haber sido
tomados en cuenta” vota por ellos.
Cuando Chávez les ha hablado a los pobres y les dice “Es que a ustedes
les decían zarrapastrosos, niches, bajo perraje, malandros” y les da a entender
que él los quiere, en el fondo, lo que está es tratándolos como zarrapastrosos,
niches, bajo perraje, malandros, a los que sabe que puede comprar con una
limosna, con una lavadora… Eso no parecen verlo quienes se sienten queridos por
el líder. No comprenden que si en verdad los quisiera no los utilizaría para
poner a pueblo contra pueblo y hace mucho tiempo les hubiese mejorado, de
manera efectiva, sus condiciones de vida. Los ha mantenido igual de pobres que
siempre, los ha humillado, ha pisoteado su dignidad y ellos se lo agradecen con
votos. Es lamentable que un ser humano tenga en tan poca estima su valía pero
es aborrecible que seres humanos con poder y más formación, se aproveche de la
minusvalía intelectual y afectiva para manipularlos y utilizarlos. Manipulación
que llegó al límite extremo en estas últimas campañas con la utilización de la
supuesta enfermedad mortal del mandatario con fines de proselitismo político para
captar votos.
Pero, de otro lado está ese medio país al que no parece importarle nada.
Los que no oyen, no sienten, no ven. Ese tolete de venezolanos que viven en el
temor de la violencia acrecentada, que no puede salir tranquilo a la calle
porque sabe que puede haber una bala sin nombre en el aire que se consiga con
él, que no consigue los productos básicos para sus alimentación y aseo, que
padece los pésimos servicios públicos administrados por el gobierno pero son
incapaces de moverse. Se quejan en cada esquina, pero prefieren irse a un
centro comercial un día de elecciones antes que acudir a votar.
Un inmenso grupo de venezolanos que comentan acerca de cómo desde las
cárceles los pranes dirigen y disponen de nuestras
vidas; sobre cómo el narcotráfico se ha ido apoderando de la cotidianidad del
país; de cómo en cualquier esquina un motorizado, revolver en mano, te puede
arrebatar lo que llevas, o un militar envalentonado puede hacer lo que le da la
gana. Hablan de los bingos clandestinos que pululan por la ciudad a la vista de
todos y regentados por guardias nacionales, de las mafias de los buhoneros, de
los carretilleros de los mercados que amenazan hasta a gobernantes. Uno los
escucha, ve la expresión en sus caras y no logra descifrar si es de repudio,
sorna, admiración o temor, lo que manifiestan, pero igual se quedan
apoltronados y son incapaces de hacer el menor esfuerzo para cambiar la
situación como podría ser votar.
Y en este panorama de país, vemos, por un lado, a un sector de la
oposición que ha descubierto que ser oposición en este país es tan buen negocio
como ser gobierno, lo aprovechan y le sacan dividendos incluso hasta a la pelea
por los presos políticos. Y, de otro lado, a la gente que uno creía consciente
e inteligente que siguen apoyando al comandante, trabajan en sus campañas y en
las de sus candidatos, participan de ¨la hora loca¨ de la repartición de
limosna compra conciencia, se hacen cómplices de lo que está sucediendo con la
excusa de que los gobiernos de antes lo hacían igual y ¨lo que es igual no es
trampa¨.
Al ver los resultados del 16 de diciembre, lo primero que pensé fue que,
efectivamente, hemos sido víctimas de un fraude. Pero este no fue un fraude
electoral, fue un fraude histórico. Nos hicieron creer que somos un ¨bravo
pueblo¨, un pueblo de luchadores. Que llevamos sangre de libertadores en
nuestras venas. Que la herencia de Bolívar está repartida en todos los
venezolanos.
¡Falso! El orgullo venezolano resultó no ser más que un mito. El pueblo
de libertadores no es más que una falacia. El país aguerrido y luchador, una
entelequia. “El bravo pueblo que al yugo lanzó”, una quimera, una canción de
cuna.
Estos 14 años nos han demostrado que somos comprables, sobornables,
manipulables. Chávez nos ha convertido en un pueblo enfermo, con la autoestima
por el subsótano 10. Los ciudadanos venezolanos devenimos en una especie de
pueblo cubano, atenido, vividor, chulo, malviviente, indolente e indiferente al
que no le importa que nuestros destinos estén siendo controlados por los pranes
desde las cárceles y penetrado por el narcotráfico mientras le monten una feria
de comida en donde le vendan un kilo de azúcar y un pote de leche. Gente a la
que le compran su conciencia; con tres lochas, a unos; con una nevera, a otros,
o con cuantiosos y corrompidos contratos, a otros. Un país cuya dignidad se la
han pasado olímpicamente por las bolas quienes lograron, con la ayuda de los
Castro de Cuba, conseguir nuestros puntos débiles.
La semilla de la mala yerba sembrada en la Cuarta República dio sus
frutos en la Quinta y el tiempo de cosecha empezó hace 14 años. Ahora los
modelos a seguir son los del vivo y el abusador, so pena de pasar por pendejos
si hacemos lo que se debe hacer.
Terminamos siendo, como los cubanos, un pueblo que se queja por las
esquinas y rincones, que arrastra sus penas como cadenas completamente
impotente, a la espera de que venga la muerte y nos resuelva el problema. Tal y
como Cuba, donde llevan más de 50 años esperando que el ¨enfermo¨ Fidel se
muera.
Ya no es cuestión de si Chávez vive o muere. Eso viene a ser los de
menos porque nuestro problema, la enfermedad del país, no se resuelve con un
cambio de gobernantes. Estamos mortalmente enfermos y da lo mismo que sea
Chávez, no importa si hay o no chavismo sin Chávez, el tratamiento que amerita
este país enfermo va mucho más allá de la supervivencia física del comandante o
de su movimiento.
Tal vez haya que empezar por abandonar los platós de televisión e irse a
los pueblos y barrios a hacer trabajo de base, de educación. Olvidarnos de
Globovisión y de VTV -que hacen el mismo daño a la mente del ciudadano- y
embarrarse los pies para llegar a la gente. Ese podría ser el inicio de la
terapia curativa. Ahí están los resultados de los dos últimos procesos
electorales, 6 años más de presidencia y 4 de gobernaciones para continuar
agrietando la ya disminuida autoestima del venezolano y haciéndolo más
dependiente e impotente. El 16 de diciembre pasó lo de siempre, pretendimos
obtener resultados diferentes haciendo lo mismo. Y nos lo cobraron.
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