Carla Angola 15 de noviembre de 2012
Los cambios ¡Cómo nos asustan y cómo
anhelamos al mismo tiempo los cambios! A veces nos levantamos y nos da por un
corte radical de cabello, generalmente asociado a un mal rato en la vida, como
si cortarlo acabara también con nuestro inconveniente.
Otro día amanecemos con la valentía de abandonar el trabajo que por mucho tiempo nos pesaba, así, corajudos y con la certeza de estar listos para lo que venga.
Quizás te despiertas y tomas la firme decisión de no continuar con una pareja de muchos años. Agarras tus cosas y te vas a comenzar un nuevo rumbo.
A veces nos paramos y queremos cambiar el cuarto, la sala, los muebles de lugar y vaciamos el clóset de las prendas viejas.
Qué sabroso llegar a la oficina y encontrarte con tu jefe ofreciéndote un ascenso, un nuevo reto.
Qué gratificante cuando por fin te mudas de casa de tus padres porque lograste hacerte independiente, aunque te gastes todo el sueldo en el bendito alquiler.
Satisfactorio cuando te gradúas de bachiller y una amiga te enseña la ruta del metro para irte sola a la universidad. Universidad que tú elegiste y en la carrera que querías.
O cuando te compras tu primer carro, que a pesar de ser una carcacha que te deja botado en todas partes, lo ves como un último modelo y jamás has sentido más orgullo.
Qué regocijo cuando nunca pudiste obtener un diploma y tus hijos estudiaron de todo, con todos los títulos y todas las medallas.
Qué rica esa primera vez cuando sientes que das o que tus cercanos dan el primer paso al resto de sus vidas.
Qué fortuna cuando eres tú quien transforma tu propio destino. Cuando esos cambios se dan porque tú lo decidiste así. Cuando cambiaste porque quisiste.
Pero ¿Qué pasa cuando es la misma vida la que impone el cambio y no tuvo la delicadeza de avisarte? Distinta perspectiva ¿no?
Cuando esos cambios no los buscamos ni los pedimos. Que tú vengas a toda velocidad sintiéndote el dueño de tu existencia, con el control absoluto de lo que pase con ella y te encuentras un muro gigante que te frena de tortazo.
Hace poco una amiga, casi hermana, estaba planificando su boda y de repente, su novio de cuatro años le dijo que ese ya no era su plan.
Un día mi madre se preparaba para ir a dar clases en el colegio en el que trabajaba, se sentó y no pudo volver a pararse nunca más. Se moviliza en silla de ruedas desde hace siete años. El médico le dijo: es una enfermedad de mala suerte. Así, de un minuto al otro, sin antecedentes ni síntomas.
La sobrina de mi ex-esposo, una mujer de sólo 33 años, hermosa, con unos morochos de revista, un marido guapísimo, un día se tocó una axila, encontró una bolita y era cáncer.
No he visto mujer más linda sin cabello. Y aún cuando ya pasó sus primeras sesiones de radioterapia, va por las segundas de quimioterapia y está a punto de acabar la pesadilla, te pones a ver y de un segundo al otro, sus lunes, martes y miércoles, ya no son los mismos. Pasaron, de una noche a otra, a ser jornadas de exámenes, hidrataciones y de meterse cinco horas de medicina en las venas para salvar su vida.
El día que tuve el accidente en la autopista, recuerdo que venía super contenta porque mi día había sido espectacular y, de la nada, apareció ese carro y me sacó de mi carril. Fue tan rápido y violento que pensé que había muerto. Yo no había organizado esas próximas dos semanas para vivirlas en clínicas y con un collarín, y demasiado entera que salí del accidente.
Estoy segura que la actriz Crisol Carabal jamás contempló tener un derrame cerebral. Que el maestro Jerry Weil y una de las morochas Braun nunca pensaron ser víctimas de un Hilliam Barré y ver como por meses se paralizaban sus cuerpos. Que One Chot no creyó posible entrar en coma ese día o que Ceratti no puso en su agenda cerrar los ojos por tanto tiempo después de su concierto en Caracas.
Estoy convencida de que el Presidente Santos no anotó en sus actividades del día un cáncer de próstata, que Hugo Chávez nunca pensó que su salud sería el verdadero enemigo y que Lina Ron, hubiera preferido morir peleando y no de un infarto.
Por cierto, una vez ella me llamó a mi teléfono para insultarme duramente, incluso para amenazarme. El día que murió, yo ni siquiera recordaba eso, tuve más bien, que hacer una editorial en Buenas Noches condenando a quienes sentían gozo por su partida.
Y es que así es la vida. Un día estás furioso con alguien y al siguiente más bien sientes pena por él.
A veces los giros inesperados no dan segundas oportunidades y se acabó todo. Pero si seguimos aquí, nada está perdido. Si hay vida, hay opciones. Hay otras vías que quizás no teníamos previstas, pero que estaban allí. Tenemos que aprovecharlas para crecer.
Es posible que si la vida no nos hubiera detenido, nunca habríamos tomado en cuenta otros caminos. Nunca nos habríamos sentado a pensar si lo que hacíamos estaba bien, si vivíamos bien, si amábamos bien, si éramos las mejores personas que podíamos ser, si valorábamos lo que teníamos y a quienes teníamos y si eramos agradecidos.
Si somos capaces de perdonar más, de conmovernos más, de ilusionarnos más, de dar y solidarizarnos más, de involucrarnos y ser más responsables con nuestra vida y la de los demás.
Uno quisiera ahorrarse los malos ratos, pero si la vida fuera perfecta ¿podríamos apreciar los buenos?
Mi sobrina lloró el día que supo que era víctima de cáncer de mama y al siguiente fue al médico y le dijo: aquí estoy, dígame ¿qué es lo que debo hacer? Y ahí está con su sonrisota. En una mano con una vía en su vena y con la otra atendiendo a sus hijos.
Ninguno de nosotros en casa entendía cómo plegar una silla de ruedas, cómo desarmarla, cómo movilizar a mi madre, pero aprendimos. Ella ahora hace su vida sin tanto protocolo. Cualquiera de nosotros la carga, la sube y ¡vámonos!. Nos adaptamos y continuamos.
El novio de mi amiga la buscó y está haciendo hasta lo imposible por reconquistarla. Se dio cuenta que la amaba profundamente. Y ahora no sólo entendió que sí quiere casarse, sino entregarse a ella en cuerpo y alma. Se dio cuenta que no lo hizo como ella merecía. Ahora está deseoso de aprovechar el tiempo perdido y de ser el mejor esposo posible.
A veces me cuesta creer que William Lara o que Carlos Escarrá no estén dando guerra en la Asamblea. No están ellos, pero otros se ocupan de esas lides.
A veces me parece insólito que Eva Eckvall no esté ya narrando noticias, pero su hermosa hija seguirá creciendo, viviendo y sonriendo. Hay momentos en los que tengo alguna inquietud y quisiera llamar a mi padre y se me olvida que ya se fue. Tengo mis cinco minutos de nostalgia, pero también sigo y lo resuelvo yo.
La vida continúa, es que es así. Si estamos y si no también. Si nos adaptamos o no a lo que le provoque hacernos experimentar. Si cambiamos o no. Igual sigue. Con o sin nosotros.
Algunos días después de octubre amanecía pensando: es mentira lo que pasó el 7. Seguro lo soñé y me costó mucho digerirlo, muchísimo. Pero sí pasó y así fue porque hay algo que no estamos entendiendo. Algo muy importante que no hemos comprendido. No son los líderes, somos todos.
No tenemos chance de sentarnos a pesar ¿qué fue? O lo haces sobre la marcha o te quedaste. Te caes, rectificas, piensas rápido y a lo que viene.
Ya el 16 tenemos que volver a salir a votar ¿No nos hemos recuperado de las pasadas? Igualito las regionales serán en esa fecha. Participemos o no.
El día que papá murió recuerdo que estaba en la habitación con mi mamá y vimos como se fue apagando poco a poco. Su hígado dejó de funcionar, unos minutos después sus riñones y luego sus pulmones. Fue despacito y, de un segundo al otro, ya no estaba. Llamé a las enfermeras, anotaron la hora del deceso y, cuando iba a empezar a llorar, me llegaron cien planillas y cien instrucciones. Firme aquí, hay que llamar a la funeraria, busque la ropa con la que lo va a enterrar, avise a sus familiares, vuelva a firmar aquí. El velorio, el entierro.
Recuerdo que un mes después en un avión, miré por la ventana y allí pude entender que había perdido a mi papá. Sólo entonces fue cuando lo lloré desconsoladamente. Me dio mucha pena con los pasajeros cercanos, pero no podía parar de llorar. Es que no me habían dado tiempo de hacerlo antes.
Allí fue cuando entendí que la vida te lleva por su torrente de piedras, ramas, remolinos. En un momento te deja en un laguito sereno, lo empiezas a disfrutar y enseguida estás de nuevo en los rápidos.
Te das un golpe, pero te tienes que lamentar mientras te vuelves a poner de pie, esperando que Dios te envíe una caricia y, si son dos seguidas, mejor.
No hay tiempo sino de continuar viviendo. Y la clave es estar atentos, para no perdernos ni uno sólo de sus ratos, los claritos y los grises también.
La madre Teresa de Calcuta decía que no podía dejar de trabajar, porque para descansar le sobraría la eternidad. Cuanta razón ¿No?
Recuerdo que en una época tenía un programa de radio los domingos y siempre me daba flojera movilizarme hasta allá. Le decía a mi compañera: quiero dormir. Y ella me respondía: ¿para qué? ¿No es mejor vivir?
De pequeña me daba mucha flojera lavar los platos, éramos muchos y demasiados platos. Siempre lo hacía de mal humor y con rabia. Mi mamá me dijo una vez: si igual lo tienes que hacer, pon un radio con tu música favorita, canta y sonríe. Hoy en día lavar los platos es uno de mis oficios favoritos. Y es que a veces creemos que nos estamos ahogando porque nos remolcó la ola y estamos en la orilla.
Recuerdo que a veces llegaba a casa de mi papá con gripe o cualquier tontería y le comentaba: papi, me siento mal. El me respondía: pues siéntete bien.
Así debemos ser también como ciudadanos. Es tomar la decisión de estar allí, de seguir allí y con nuestras mejores expectativas siempre.
Aunque algunos sepan lo que es bueno, lo aprueben y aún así, hagan y escojan lo peor. Intentemos no vivir como si tuviésemos mil años por delante. El destino está a un paso, hagámonos buenos mientras la vida y la fuerza sean todavía nuestras, como decía Marco Aurelio.
Dicen que las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio. Como ven, la labor no es tan fácil como creíamos.
Yo les pregunto: ¿se van a quedar en este país? Mientras decidamos quedarnos aquí, por más que no nos gusten los cambios que hemos padecido ¿Tienen algo mejor que hacer que seguir luchando? ¿Que seguir intentándolo una y otra vez?
Una vez escuché que es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos. Cuando hay que pelear y criticar al gobierno para defender la democracia todos nos sentimos activados, animados y botamos por esa boca lo que mejor nos parece. Pues también hay que proteger ese sistema utilizando a toda costa y frente a cualquier escollo las herramientas que nos da.
A algunos les encantaría que tiráramos la toalla. No les demos el gusto.
De manera que, nos vemos el 16 de diciembre. Sí, en las urnas.
¿De acuerdo?
Otro día amanecemos con la valentía de abandonar el trabajo que por mucho tiempo nos pesaba, así, corajudos y con la certeza de estar listos para lo que venga.
Quizás te despiertas y tomas la firme decisión de no continuar con una pareja de muchos años. Agarras tus cosas y te vas a comenzar un nuevo rumbo.
A veces nos paramos y queremos cambiar el cuarto, la sala, los muebles de lugar y vaciamos el clóset de las prendas viejas.
Qué sabroso llegar a la oficina y encontrarte con tu jefe ofreciéndote un ascenso, un nuevo reto.
Qué gratificante cuando por fin te mudas de casa de tus padres porque lograste hacerte independiente, aunque te gastes todo el sueldo en el bendito alquiler.
Satisfactorio cuando te gradúas de bachiller y una amiga te enseña la ruta del metro para irte sola a la universidad. Universidad que tú elegiste y en la carrera que querías.
O cuando te compras tu primer carro, que a pesar de ser una carcacha que te deja botado en todas partes, lo ves como un último modelo y jamás has sentido más orgullo.
Qué regocijo cuando nunca pudiste obtener un diploma y tus hijos estudiaron de todo, con todos los títulos y todas las medallas.
Qué rica esa primera vez cuando sientes que das o que tus cercanos dan el primer paso al resto de sus vidas.
Qué fortuna cuando eres tú quien transforma tu propio destino. Cuando esos cambios se dan porque tú lo decidiste así. Cuando cambiaste porque quisiste.
Pero ¿Qué pasa cuando es la misma vida la que impone el cambio y no tuvo la delicadeza de avisarte? Distinta perspectiva ¿no?
Cuando esos cambios no los buscamos ni los pedimos. Que tú vengas a toda velocidad sintiéndote el dueño de tu existencia, con el control absoluto de lo que pase con ella y te encuentras un muro gigante que te frena de tortazo.
Hace poco una amiga, casi hermana, estaba planificando su boda y de repente, su novio de cuatro años le dijo que ese ya no era su plan.
Un día mi madre se preparaba para ir a dar clases en el colegio en el que trabajaba, se sentó y no pudo volver a pararse nunca más. Se moviliza en silla de ruedas desde hace siete años. El médico le dijo: es una enfermedad de mala suerte. Así, de un minuto al otro, sin antecedentes ni síntomas.
La sobrina de mi ex-esposo, una mujer de sólo 33 años, hermosa, con unos morochos de revista, un marido guapísimo, un día se tocó una axila, encontró una bolita y era cáncer.
No he visto mujer más linda sin cabello. Y aún cuando ya pasó sus primeras sesiones de radioterapia, va por las segundas de quimioterapia y está a punto de acabar la pesadilla, te pones a ver y de un segundo al otro, sus lunes, martes y miércoles, ya no son los mismos. Pasaron, de una noche a otra, a ser jornadas de exámenes, hidrataciones y de meterse cinco horas de medicina en las venas para salvar su vida.
El día que tuve el accidente en la autopista, recuerdo que venía super contenta porque mi día había sido espectacular y, de la nada, apareció ese carro y me sacó de mi carril. Fue tan rápido y violento que pensé que había muerto. Yo no había organizado esas próximas dos semanas para vivirlas en clínicas y con un collarín, y demasiado entera que salí del accidente.
Estoy segura que la actriz Crisol Carabal jamás contempló tener un derrame cerebral. Que el maestro Jerry Weil y una de las morochas Braun nunca pensaron ser víctimas de un Hilliam Barré y ver como por meses se paralizaban sus cuerpos. Que One Chot no creyó posible entrar en coma ese día o que Ceratti no puso en su agenda cerrar los ojos por tanto tiempo después de su concierto en Caracas.
Estoy convencida de que el Presidente Santos no anotó en sus actividades del día un cáncer de próstata, que Hugo Chávez nunca pensó que su salud sería el verdadero enemigo y que Lina Ron, hubiera preferido morir peleando y no de un infarto.
Por cierto, una vez ella me llamó a mi teléfono para insultarme duramente, incluso para amenazarme. El día que murió, yo ni siquiera recordaba eso, tuve más bien, que hacer una editorial en Buenas Noches condenando a quienes sentían gozo por su partida.
Y es que así es la vida. Un día estás furioso con alguien y al siguiente más bien sientes pena por él.
A veces los giros inesperados no dan segundas oportunidades y se acabó todo. Pero si seguimos aquí, nada está perdido. Si hay vida, hay opciones. Hay otras vías que quizás no teníamos previstas, pero que estaban allí. Tenemos que aprovecharlas para crecer.
Es posible que si la vida no nos hubiera detenido, nunca habríamos tomado en cuenta otros caminos. Nunca nos habríamos sentado a pensar si lo que hacíamos estaba bien, si vivíamos bien, si amábamos bien, si éramos las mejores personas que podíamos ser, si valorábamos lo que teníamos y a quienes teníamos y si eramos agradecidos.
Si somos capaces de perdonar más, de conmovernos más, de ilusionarnos más, de dar y solidarizarnos más, de involucrarnos y ser más responsables con nuestra vida y la de los demás.
Uno quisiera ahorrarse los malos ratos, pero si la vida fuera perfecta ¿podríamos apreciar los buenos?
Mi sobrina lloró el día que supo que era víctima de cáncer de mama y al siguiente fue al médico y le dijo: aquí estoy, dígame ¿qué es lo que debo hacer? Y ahí está con su sonrisota. En una mano con una vía en su vena y con la otra atendiendo a sus hijos.
Ninguno de nosotros en casa entendía cómo plegar una silla de ruedas, cómo desarmarla, cómo movilizar a mi madre, pero aprendimos. Ella ahora hace su vida sin tanto protocolo. Cualquiera de nosotros la carga, la sube y ¡vámonos!. Nos adaptamos y continuamos.
El novio de mi amiga la buscó y está haciendo hasta lo imposible por reconquistarla. Se dio cuenta que la amaba profundamente. Y ahora no sólo entendió que sí quiere casarse, sino entregarse a ella en cuerpo y alma. Se dio cuenta que no lo hizo como ella merecía. Ahora está deseoso de aprovechar el tiempo perdido y de ser el mejor esposo posible.
A veces me cuesta creer que William Lara o que Carlos Escarrá no estén dando guerra en la Asamblea. No están ellos, pero otros se ocupan de esas lides.
A veces me parece insólito que Eva Eckvall no esté ya narrando noticias, pero su hermosa hija seguirá creciendo, viviendo y sonriendo. Hay momentos en los que tengo alguna inquietud y quisiera llamar a mi padre y se me olvida que ya se fue. Tengo mis cinco minutos de nostalgia, pero también sigo y lo resuelvo yo.
La vida continúa, es que es así. Si estamos y si no también. Si nos adaptamos o no a lo que le provoque hacernos experimentar. Si cambiamos o no. Igual sigue. Con o sin nosotros.
Algunos días después de octubre amanecía pensando: es mentira lo que pasó el 7. Seguro lo soñé y me costó mucho digerirlo, muchísimo. Pero sí pasó y así fue porque hay algo que no estamos entendiendo. Algo muy importante que no hemos comprendido. No son los líderes, somos todos.
No tenemos chance de sentarnos a pesar ¿qué fue? O lo haces sobre la marcha o te quedaste. Te caes, rectificas, piensas rápido y a lo que viene.
Ya el 16 tenemos que volver a salir a votar ¿No nos hemos recuperado de las pasadas? Igualito las regionales serán en esa fecha. Participemos o no.
El día que papá murió recuerdo que estaba en la habitación con mi mamá y vimos como se fue apagando poco a poco. Su hígado dejó de funcionar, unos minutos después sus riñones y luego sus pulmones. Fue despacito y, de un segundo al otro, ya no estaba. Llamé a las enfermeras, anotaron la hora del deceso y, cuando iba a empezar a llorar, me llegaron cien planillas y cien instrucciones. Firme aquí, hay que llamar a la funeraria, busque la ropa con la que lo va a enterrar, avise a sus familiares, vuelva a firmar aquí. El velorio, el entierro.
Recuerdo que un mes después en un avión, miré por la ventana y allí pude entender que había perdido a mi papá. Sólo entonces fue cuando lo lloré desconsoladamente. Me dio mucha pena con los pasajeros cercanos, pero no podía parar de llorar. Es que no me habían dado tiempo de hacerlo antes.
Allí fue cuando entendí que la vida te lleva por su torrente de piedras, ramas, remolinos. En un momento te deja en un laguito sereno, lo empiezas a disfrutar y enseguida estás de nuevo en los rápidos.
Te das un golpe, pero te tienes que lamentar mientras te vuelves a poner de pie, esperando que Dios te envíe una caricia y, si son dos seguidas, mejor.
No hay tiempo sino de continuar viviendo. Y la clave es estar atentos, para no perdernos ni uno sólo de sus ratos, los claritos y los grises también.
La madre Teresa de Calcuta decía que no podía dejar de trabajar, porque para descansar le sobraría la eternidad. Cuanta razón ¿No?
Recuerdo que en una época tenía un programa de radio los domingos y siempre me daba flojera movilizarme hasta allá. Le decía a mi compañera: quiero dormir. Y ella me respondía: ¿para qué? ¿No es mejor vivir?
De pequeña me daba mucha flojera lavar los platos, éramos muchos y demasiados platos. Siempre lo hacía de mal humor y con rabia. Mi mamá me dijo una vez: si igual lo tienes que hacer, pon un radio con tu música favorita, canta y sonríe. Hoy en día lavar los platos es uno de mis oficios favoritos. Y es que a veces creemos que nos estamos ahogando porque nos remolcó la ola y estamos en la orilla.
Recuerdo que a veces llegaba a casa de mi papá con gripe o cualquier tontería y le comentaba: papi, me siento mal. El me respondía: pues siéntete bien.
Así debemos ser también como ciudadanos. Es tomar la decisión de estar allí, de seguir allí y con nuestras mejores expectativas siempre.
Aunque algunos sepan lo que es bueno, lo aprueben y aún así, hagan y escojan lo peor. Intentemos no vivir como si tuviésemos mil años por delante. El destino está a un paso, hagámonos buenos mientras la vida y la fuerza sean todavía nuestras, como decía Marco Aurelio.
Dicen que las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio. Como ven, la labor no es tan fácil como creíamos.
Yo les pregunto: ¿se van a quedar en este país? Mientras decidamos quedarnos aquí, por más que no nos gusten los cambios que hemos padecido ¿Tienen algo mejor que hacer que seguir luchando? ¿Que seguir intentándolo una y otra vez?
Una vez escuché que es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos. Cuando hay que pelear y criticar al gobierno para defender la democracia todos nos sentimos activados, animados y botamos por esa boca lo que mejor nos parece. Pues también hay que proteger ese sistema utilizando a toda costa y frente a cualquier escollo las herramientas que nos da.
A algunos les encantaría que tiráramos la toalla. No les demos el gusto.
De manera que, nos vemos el 16 de diciembre. Sí, en las urnas.
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