Fernando Mires 10 de abril
de 2013
11 de Abril de 2002; ahí pasó lo peor
que puede suceder en una nación: enfrentamientos, tiroteos, heridos, muertos.
Una masa incontenible avanza hacia el Palacio de Miraflores desde Parque del
Este y Pdvsa Chuao. No solo los militares rebeldes, también algunos del
entorno, se apoderan del gobierno. ¿Renuncia Chávez? No está claro.
¿Insurrección popular en contra de un gobierno que amenaza convertirse en
dictadura siguiendo los dictados de La Habana? ¿Frío y calculado golpe de
Estado de una conducción antipolítica representada por Fedecámaras y una
fracción de militares sediciosos? ¿Sobrevenido vacío de poder que hay que
llenar de algún modo y con quien sea?
Alguna vez los historiadores
venezolanos tendrán que ponerse de acuerdo para determinar que sucedió
exactamente en los días 11, 12 y 13, hasta llegar a ese 14 de Abril de
2002, cuando el ex golpista y constitucional presidente regresó al poder vitoreado
por multitudes ante las cuales pronunció un entrecortado discurso. Pero la
historia real sigue siendo un secreto; pocos saben que es lo que se habló en
furtivas conversaciones de palacio, o de cuantas traiciones, pactos, promesas,
ascensos y descensos.
Sólo hay algunos puntos
claros. Uno de ellos es que si hubo golpe el 2002, no fue ese golpe seco y
conspirativo a que nos tienen acostumbrados los gorilas sudamericanos.
Si en Abril de 2002 hubo efectivamente
un golpe, éste se produjo al calor de una movilización de masas que carecía
de conducción política, asumiendo ese rol los gremios de la industria y
del comercio junto con algunas fracciones de militares facciosos.
Muchos pensamos que en ese Abril de
2002 en Venezuela se iba a repetir la terrible historia del Chile de Pinochet.
Mas, no fue así. Lo que ocurrió fue algo distinto: quizás una combinación de
insurrección y golpismo surgido frente a un ostensible vacío de poder.
El concepto vacío de poder parece ser
clave. Y si lo es, es por partida doble pues en esos sucesos se hicieron
evidentes no uno sino dos vacíos de poder. Uno provocado por la renuncia
(voluntaria o involuntaria) del gobernante. Otro, y es el que ha sido menos
estudiado, un vacío de poder en la propia oposición antichavista, vacío que
ocuparon personajes rocambolescos (militares y empresarios) sin la menor idea
de política, sin proyectos, sin ninguna línea.
Chávez, digámoslo así, regresó al
poder atraído por dos vacíos. El primero, provocado por sus propias
indecisiones; el segundo, por una oposición sin cabeza. O con una cabeza vacía.
Puede ser que ese vacío sea el único
punto común que mantienen los acontecimientos que culminaron el 14 de Abril de
2002 con los no menos decisivos que tendrán lugar el 14 de Abril de 2013. Un
vacío que también se manifiesta en dos vacíos. Pero esta vez -y esa es la
diferencia- los vacíos aparecen al interior del gobierno y no en la
oposición.
El primero, obvio, es un vacío
personal dejado por el que ya no está. El segundo es un vacío de proyectos, de
ideas, de política, un vacío que comenzó a vaciarse ya durante la presidencia
del difunto. En cierto modo el gobierno chavista, o su vacío, ocupa el
2013 el lugar que ocupó el vacío de la oposición del
2002.
Al igual que la oposición del 2002, la
que contaba con una inmensa multitud y el apoyo de diversos militares, pero sin
ningún proyecto de poder, el gobierno (de facto) de Maduro también cuenta con
un nada despreciable apoyo de masas y, sobre todo, con un amedrentador soporte
militar. Pero el chavismo, al igual que la errática oposición de antaño, ya no
posee ningún concepto de sociedad, ni de nación ni de gobierno. Su ideal de
revolución ha sido reducido a un puñado de consignas y gritos. Incluso, quienes
se decían socialistas han abandonado su ideología, cambiándola por rituales
necrófilos y mitos paganos. Y no por último, al igual que la oposición del
2002, hay personeros del chavismo que no ocultan el propósito de embarcarse en
peligrosas aventuras (declaraciones del general Molero, por ejemplo). Al lado
de Maduro, Capriles aparece como un dechado de racionalidad. La tortilla se ha
dado vuelta en Venezuela.
En cierto modo podría decirse que el
chavismo y la oposición han recorrido el mismo camino aunque en sentido
inverso.
Después de los sucesos de Abril de
2002 el chavismo vivía su luna de miel. Tenía amplia mayoría, comenzaban a
aparecer las misiones (el poder del estado movido "desde arriba hacia
abajo"), Chávez en su apogeo retórico desafiaba al propio Bush (aunque
nunca lo suficiente para poner en riesgo las relaciones económicas con los EE
UU de las cuales aprovechó más que ningún otro gobierno de América Latina). Y,
por si fuera poco, una oposición sin cabeza había cedido a Chávez nada menos
que la defensa de la legitimidad constitucional. La oposición, en las palabras
de Chávez, era la "derecha golpista" formada por "cúpulas
podridas". Y en algún punto, Chávez tenía razón.
Pero si en un tango “20 años no es nada”, en la política 14 años
son mucho. No solo en Venezuela -lo vimos en los países comunistas, lo vimos en
el México del PRI, lo vemos en la Cuba de los Castro, lo estamos viendo de
nuevo en Rusia- si un gobierno se mantiene sin alternancia en el poder, ese
gobierno termina siendo lo mismo que el estado. O si se quiere, termina por
convertirse en un gobierno-estado
Desde el estado -esa es la experiencia
histórica- tiende a formarse una muy corrupta "clase de estado". Como
toda clase, la "nueva clase" comenzará a reproducirse y a generar
intereses y objetivos de clase. En los países comunistas esa clase era la
"nomenklatura". En Venezuela fue re-bautizada como
"boliburguesía" y sus estamentos más altos reciben el nombre de
"los enchufados". Se trata de un amplio conglomerado que comienza en
los "organismos de poder popular", continúa a lo largo de la
burocracia estatal, sigue a través de los aparatos represivos, y culmina en la
“vanguardia cívico-militar”: una verdadera "cosa nostra" afincada en
los intersticios más profundos del “estado burgués”. Ahora bien, esa “clase en
el poder” -para hablar como Gramsci- sigue siendo dominante, pero ya no es
dirigente.
La incoherencia de los discursos de
Maduro, sus alucinaciones ornitológicas, sus insultos innombrables, su públicas
obsesiones sexuales, su paranoia magnicida, su idolatría atormentada, sus complejos
edípicos, y mucho más, son todas simples expresiones individuales de la crisis
política que sufre el chavismo, una que ya era visible y manifiesta cuando
vivía Chávez pero que con su muerte ha alcanzado una muy alta dimensión.
Hoy ni siquiera existe un Bush a quien
culpar de todos los males de la tierra. Por si fuera poco, la dictadura cubana
ha iniciado un camino frenético hacia el capitalismo. Las mismas masas
chavistas ya no miran hacia adelante, sino hacia atrás. La utopía chavista no
es más que un cuerpo muerto; una momia no momificada; un culto pseudoreligioso
basado en la superstición y en la mentira: “Mentira fresca” dice Willie Colón.
Mentira fresca, pero también muy añeja,
podría agregarse.
La oposición en cambio, ha
experimentado profundas modificaciones tanto cuantitativas como cualitativas, y
esas la diferencian radicalmente de las masas desconcertadas de Abril de 2002.
Modificaciones que ya se hicieron visibles durante la candidatura de Manuel
Rosales en el 2006, cuando nuevos partidos comenzaron a desplazar la hegemonía
del binomio histórico tradicional. Nuevas personas, nuevos programas, nuevas
ideas conviven con experimentados políticos del ayer. Desde 2006 –alguna vez
habrá que revalorar el significado histórico de la candidatura de Rosales-
la oposición ha seguido creciendo de modo lento pero seguro. Salvo leves
interrupciones, su tendencia ha sido ascendente y la del chavismo descendente. La
ventaja de Chávez vino disminuyendo de 25.9 en 2006 a solo 11.11% el 7-O de
2012.
La oposición de Abril de 2013, tiene
una dirigencia, un programa social y democrático, y en los últimos tiempos un
líder; no un mesías ni un profeta, un líder, es decir un representante legítimo
de una asociación de partidos diferentes y dispares.
En líneas generales, la tendencia
predominante del frente democrático opositor es -para usar los términos que
rigen todavía en América Latina- de centro izquierda, línea que comparte con
otros gobiernos y políticos latinoamericanos. Capriles está mucho más
cerca de Bachelet que de Piñera, de Humala que de los Fujimori, de Santos que
de Uribe.
Ahora bien, contra esa asociación
política orgánica y con nítida hegemonía de centro-izquierda, Maduro se muestra
impotente. Él y los militares que lo secundan quisieran enfrentar a una
ultraderecha golpista, es decir, a una derecha que le haga el juego a su vaga
idea de "revolución". Una derecha como la de Abril del 2002, la misma
del “paro petrolero” y de las abstenciones suicidas. Y, por supuesto, quisieran
un candidato más parecido a Carmona que a Capriles. En fin, una derecha en pie
de guerra que se adapte a las caricaturas y prejuicios del chavismo. Sólo así
se explica la incapacidad que muestra Maduro y quienes lo rodean para debatir
políticamente con la oposición democrática del 2013.
La oposición del 2013, hay quizás que
recordarlo, no está ahí gracias a la generosidad del chavismo. Todo lo
contrario. El lugar inamovible que ocupa ha sido conquistado voto a voto. Más
aún: la sola existencia de esa oposición ha impedido que en Venezuela el
chavismo haya dado el paso que separa a una autocracia semi-dictatorial de un
sistema totalitario.
Si por los chavistas fuera, lo dicen
ellos mismos, esa oposición debería ser pulverizada. Pero si no lo lograron
antes con Chávez, no lo lograrán nunca con Maduro. Esa es la razón por la cual,
más allá de cualquier resultado electoral, mientras esa oposición
exista, Venezuela no será Cuba. Y si se tiene en cuenta que la
transformación de Venezuela en una Cuba era el objetivo máximo del presidente
muerto, los chavistas deberán reconocer que obtengan los votos que obtengan, y
aunque ganen, ya perdieron su segundo Abril. De ahí en adelante, solo
intentarán conservar el poder que les resta. Quiera Dios, por el bien de
Venezuela, que eso no sea a cualquier precio.
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