Escrito por Luis Homes
Jiménez (abogado) Lunes, 20 de Mayo de
2013
En el libro “Derecho,
Legislación y Libertad” (Madrid, 2006) Friedrich Hayek dedica un último
capítulo a lo que se ha dado en llamar “Democracias Totalitarias”, un concepto
contradictorio en sí mismo, pero que ha ido adquiriendo cada vez un
perfil propio en el campo del Derecho y de la Ciencia Política. Se refiere a un
sistema de ejercicio del poder que, aun naciendo de unas elecciones y de la
soberanía popular, va socavando sus propias bases producto de la ausencia de
separación de los poderes, del irrespeto a los elementales derechos humanos y
la concentración del poder en manos del Ejecutivo y en los casos más
emblemáticos, en una sola persona.
El autor nos apunta que: “Durante dos
siglos, desde el fin de la monarquía absoluta al nacimiento de la democracia
ilimitada, el gran objetivo del gobierno constitucional se cifró en limitar
todos los poderes del gobierno. Los principios fundamentales que fueron
afirmándose gradualmente para evitar cualquier ejercicio arbitrario del poder
fueron la separación de poderes, la soberanía del derecho, el sometimiento del
gobierno a la ley. (...) todos estos grandes principios liberales pasaron
a segundo plano y hasta fueron casi olvidados cuando se pensó que el control
democrático del gobierno hacía superfluo otro baluarte contra el uso arbitrario
del poder” Desafortunadamente el escenario de crecimiento de este “modelo” ha
tenido su más fiel representación en América Latina y en particular en
Venezuela, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, países que han seguido un
modelo con el rimbombante nombre de “Socialismo del Siglo XXI”.
Lo que pudo ser una interesante
aproximación para el acento social de las gestiones de gobierno del imperfecto
liberalismo, se transformó en una orgía del poder, basado en el sistema
electoral para el control ciudadano y la desaparición paulatina de todo
contrapeso del poder. El resultado es que estas sociedades no hay justicia, no
hay contraloría, no hay legislaturas y solo hay un “régimen” representado en un
reducido número de alguna persona (cuando no uno solo) que todo lo decide, que
todo lo controla.
Nicolás Maduro ha heredado en
Venezuela una perfecta “Democracia Totalitaria”. A escasos días de su
“proclamación” como Presidente, en un proceso electoral legítimamente
cuestionado por Henrique Capriles y la dirigencia opositora, luce incapaz
de sostener las estructuras carcomidas de su pesada herencia y mucho más
incapaz de propiciar un cambio del modelo totalitario. Está atrapado en un
laberinto. No puede sostener lo heredado y no puede cambiar hacia un sistema de
libertades y de respeto al Derecho y la ley en el que no cree. Mucho menos
cuando cada día surgen más evidencias de un descarado fraude electoral y
trampas continuadas para mantenerse en el poder, como lo veremos públicamente a
partir de esta semana.
La verdad, nuestro continente y
nuestro país, se merece una democracia sin calificativos y mucho menos ese
apellido tan peyorativo, contradictorio y venoso como el de “Democracia
Totalitaria”.
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