Fernando Mires 20 de mayo de
2013
Las imágenes son de una película
italiana cuyo título no recuerdo. En un edificio los vecinos escuchaban durante
las noches terribles golpizas que un marido propinaba a su esposa. Pero al día
siguiente la pareja aparecía sonriendo, saludando a todo el mundo, como si no
hubiera pasado nada. En la noche volvía el infierno. Golpes, gritos, muebles
despedazados. Un día la mujer apareció con un ojo ennegrecido, imagen que me
hizo recordar el bello rostro de la diputada venezolana María Corina Machado
golpeada alevosamente frente a la sonrisa de Diosdado Cabello. Los vecinos,
volviendo al filme italiano, movían la cabeza, pero nadie dijo nada. Hasta que
una noche apareció la ambulancia para llevarse a la mujer, probablemente
muerta. Los vecinos apiñados en la calle se miraban entre sí, perplejos,
mientras la ambulancia desaparecía en lontananza. The End.
Las imágenes las recordé cuando María
Corina manifestó en una entrevista sentirse traicionada por los gobiernos
democráticos de América Latina, los que a sabiendas de lo sucedido en la Asamblea
Nacional durante la encerrona, deben haber movido la cabeza como los vecinos en
la película italiana, pero sin decir nada.
Comprendo la tristeza de María Corina.
Es la misma que uno siente cuando escucha a Maduro tratar de fascista a quien
se le ocurre. O la que emerge cuando el CNE niega el conteo honesto de los
votos. Es el dolor de una ciudadanía desprotegida frente a un “estado mafioso”
(Moisés Naím). Hay que tener cojones y ovarios bien puestos para resistir tanta
injusticia, tanta maldad. Algún día será reconocido el ejemplo de dignidad
cívica que está dando la oposición venezolana.
Como en el caso de la película
italiana, los gobiernos que cometen inequidades se presentan hacia el exterior
exhibiendo poses democráticas. Sin embargo, no siempre lo logran. De uno u otro
modo el vecindario se da cuenta de lo que ocurre en el departamento. Pero, como
en la película, nadie dice nada. Son las formas, son las malditas formas.
Ninguna nación quiere enredarse en
problemas ajenos si es que no le atañen. Son tantos los ejemplos y tan pocas
las excepciones que nadie se equivoca si afirma que los derechos humanos
cuentan sólo cuando conectan con temas de interés estatal. Tal vez es así: la
política internacional es siempre nacional.
Para poner un ejemplo, la "nueva
amistad" entre Colombia y Venezuela se debe a que Chávez retiró su ayuda a
las FARC. Si lo hubiera hecho durante Uribe, Chávez y Uribe habrían sido dos
“nuevos amigos”. O un ejemplo inverso: cuando los países del ALBA
lideraron una cruzada por la democracia en Honduras y Paraguay, lo hicieron
sólo porque habían perdido dos fichas importantes en el tablero internacional.
Desde la misma perspectiva, ¿por qué Dilma Rousseff va a criticar el
incumplimiento de normas al gobierno de Venezuela si Brasil no ha perdido
ninguna ficha en el tablero? Ese es el punto. No es cinismo; es realidad.
Incluso una de las intervenciones
internacionales más nobles de la historia, como fue la entrada de los EE UU en
la Segunda Guerra Mundial, ocurrió después del ataque japonés a Pearl Harbor,
recién en 1941. Del mismo modo, la intervención de la OTAN en contra de Serbia
sucedió sólo cuando Milosevic se convirtió en amenaza para la paz continental.
Las “limpiezas étnicas” ya habían tenido lugar.
Lo expuesto no es ni siquiera una
crítica. Imaginemos que una gran potencia decidiera jugarse por razones
humanitarias en contra de las naciones donde los derechos son violados. Lo más
probable es que muy pronto estaríamos al borde de una tercera guerra mundial.
“Humanidad es bestialidad” –escribió Carl Schmitt-. Y en ese punto, creo, tenía
razón.
Cierto; uno quisiera que una
intervención internacional pusiera fin a las masacres que comete el dictador
sirio Al Assad. Pero, ¿no agravaría esa intervención los problemas de la región
árabe? ¿No basta un solo Irak? Esas deben ser preguntas que se hace Barack
Obama.
Los demócratas venezolanos están
desilusionados de los gobiernos de la región. Y con razón. Pero en Europa
–ojo: no es un consuelo- la situación tampoco es mejor ¿Cuál gobierno reclama
por las masacres cometidas por Putin en Chechenia, tan similares a las de
Milosevic en el Kosovo? ¿Va Alemania a arriesgar la provisión de gas ruso por
el incumplimiento de derechos internacionales que no le incumben? ¿No se
manifiestan conformes los europeos con el autócrata ucraniano Víctor
Yamkovich sólo porque cambió el status de Yulia Timochenko declarándola
prisionera política en lugar de delincuente común? ¿Dónde están las
demostraciones en contra del partido semi-oficialista Jabbick de Hungría el
cual proclama la expulsión de judíos y gitanos? ¿No miran todos los
gobernantes para otro lado cuando el tirano de Bielorrusia, Lukashenko, se hace
elegir en elecciones cada una más fraudulenta que la otra?
En la filosofía rige el principio
socratiano del “conócete a ti mismo”. La política internacional, a su vez, se
rige de modo tácito por el principio del “ayúdate a ti mismo”.
Es por eso que los demócratas
venezolanos deben seguir el ejemplo dado por las disidencias de Europa del Este
cuando, sin ayuda internacional, levantaron una resistencia en contra de las
dictaduras, derrumbando a uno de los imperios más poderosos de la historia.
Recordemos que el mismo Kissinger se pronunció en contra del Solidarnosc polaco
en nombre de la conservación de un supuesto equilibrio internacional.
Eso no quiere decir que una oposición
acosada no deba recurrir a instancias internacionales. Cada acusación en contra
de un gobierno ilegítimo puede ser un punto ganado en la opinión pública. Opinión
a la cual los gobiernos suelen prestar más atención que a los principios
internacionales. Sin embargo, tampoco hay que olvidar una premisa; y es la
siguiente: En este mundo no hay nada más egoísta que un Estado nacional.
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