Fernando Mires 23 de mayo de
2013
Así como en la historia venezolana ya
han sido trazadas líneas que marcan el antes, el durante y el después de
Chávez, en el último capítulo deberá ser trazada otra que marque el antes y el
después de Mario Silva. No porque el siniestro personaje hubiese sido relevante
para la historia de su país, sino porque a partir de la publicación de sus
conversaciones con el agente cubano, las que dio a conocer la MUD el 20 de
Mayo, el régimen post-chavista deberá enfrentar una crisis cuyas profundidades
son difíciles de dimensionar. Tarea más difícil si se considera el hecho de que
esa crisis resulta de la combinación de otras tres crisis paralelas.
A la crisis económica que creó Chávez
y a la crisis de legitimación producida por un mal escondido fraude electoral,
se suma –de acuerdo a las revelaciones de Mario Silva- una crisis de
gobernabilidad que amenaza arrastrar a todo el aparato del estado. Eso
significa que, de modo independiente a cuanto tiempo dure la agonía del
régimen, nos encontramos frente a un típico caso de crisis política
terminal.
Para captar el sentido terminal de las
crisis, es conveniente situar el momento histórico por el cual atraviesa
Venezuela.
Como ha sido señalado en otros textos,
el chavismo no solo fue un tipo de gobierno sino, también, un tipo de estado.
Eso quiere decir: el chavismo, originariamente un movimiento social con
profundas raíces populares, se convirtió durante Chávez en un gobierno
autocrático que lentamente fue apoderándose de todos los mecanismos estatales,
hasta alcanzar el punto en el cual gobierno y estado llegarían a confundirse en
una sola unidad. Dicha transformación fue posible gracias al liderazgo
mesiánico del caudillo, única persona que podía unir, al menos simbólicamente,
la dimensión popular con la estatal.
De este modo, el poder social, el
poder económico (petróleo), el poder judicial, el poder electoral, el poder
parlamentario y el poder militar, se articularon de modo vertical con una
cúspide en la cual reinaba Chávez, rodeado por una camarilla incondicional a la
que pertenecían, entre varios, Maduro y Silva. Por lo mismo, muerto Chávez, no
extrañó que en Venezuela hubiera tenido lugar un rápido proceso de
desarticulación política inter-estatal. Esto significa que más allá de si hay
chavismo sin Chávez, o si el chavismo “era” Chávez, problema central
es si el estado chavista podrá sobrevivir sin Chávez. Ahora, después de
las declaraciones de Mario Silva, es posible deducir que es más fácil que un
auto funcione sin motor a que el estado chavista funcione sin Chávez.
Por supuesto, nada de lo dicho por
Mario Silva era un secreto. Todo se sabía. Pero una cosa es saber y otra,
certificar. Las declaraciones de Silva son, si así se quiere, la certificación
formal de un conocimiento informal.
Que hay una guerra caníbal entre los
seguidores de Cabello y los de Maduro; que hay proyectos golpistas; que los
agentes cubanos controlan la información, la represión y sectores del propio
ejército; que el poder electoral es manipulado desde el gobierno; y que la
corrupción carcome a todas las instituciones del estado; todo eso y mucho más
se sabía en Venezuela. El "mérito" de Mario Silva reside solo en
haber convertido el saber en certeza y la certeza en verdad pública. Sus
palabras no son, por tanto, chismes. Por el contrario, son testimonios de alto
valor historiográfico.
Más aún, como si fuera un Max Weber
tropical, Mario Silva ha aportado a los estudiosos del periodo con categorías
politológicas irrenunciables. Una es la de “vampiros” (ladrones). La otra, por
deducción, es "castrismo". Efectivamente, si después de las palabras
de Silva tuviéramos que destacar la contradicción principal que sufre la
“nomenklatura” post-chavista, esa sería la de vampiristas versus castristas.
Eso significa a su vez que en estos momentos el botín del estado está siendo
disputado entre dos "partidos" formados bajo el amparo del presidente
muerto.
Las grietas en la cúspide del poder
son signo de crisis, las que pueden ser parciales o totales. El problema es que
las grietas mostradas por Silva no son, como es usual, entre conservadores y
reformistas; tampoco entre revolucionarios y reaccionarios, y mucho menos entre
"buenos" y "malos". Se trata -es el drama venezolano- de
grietas que separan a dos mafias: una, la vampirista, dedicada al robo de
dineros que pertenecen al pueblo (la de Diosdado, según Silva) y otra, a
entregar la soberanía nacional a una dictadura militar extranjera (mafia a la
que pertenece el mismo Silva). La oposición democrática -ese es un problema- no
tiene en este caso donde elegir, ninguna esperanza de dialogo, ninguna
posibilidad de alianza táctica con alguna fracción del bloque dominante.
Porque, digámoslo de una vez, elegir entre esas dos mafias sería igual a elegir
entre la peste y el cólera. Acerca de cual es la peste y cual es el cólera es
un tema que queda a la imaginación del lector.
Lo dicho no descarta la posibilidad de
que frente a la crisis total, aparezca alguna vez dentro del post-chavismo una
tercera fracción a la que podríamos llamar provisoriamente, “romántica”, es
decir, una que intente recuperar las –supuestas o reales- tradiciones
originarias del movimiento. Si uno lee con atención algunos artículos de la
revista Aporrea, será posible percibir que esa fracción se encuentra en
condición latente, aunque hasta el momento no ha adquirido presencia orgánica.
Es, por lo tanto, solo una posibilidad entre varias.
La situación se vuelve más
problemática si se tiene en cuenta que ambos "partidos", el
vampirista y el castrista, aunque algunos de sus representantes se detesten
entre sí, no pueden separarse sin el riesgo de perderlo todo. Ese
"todo" es el propio estado. Razón por la cual no es probable que a
muy corto plazo tenga lugar una implosión de tipo físico-política. Por el
contrario, tales regímenes terminan sólo cuando son -permítaseme la expresión-
"implosionados" desde fuera del poder establecido; así ocurrió al
menos con las dictaduras comunistas de Europa del Este.
La rebelión democrática y pacífica que
comienza a cristalizar en las asambleas multitudinarias convocadas por
Capriles, podría ser, entre otras, una de las fuerzas
"implosionadoras" de Venezuela.
Más problemática es la posibilidad de
colapso inter-estatal si se tiene en cuenta que las líneas divisorias que
marcan las grietas entre ambos "partidos" son a veces muy difusas.
Hay, efectivamente, castristas vampiros y vampiros castristas. O para decirlo
con otra de las "categorías" surgidas de la experiencia venezolana:
ambas fracciones están "enchufadas" al aparato del Estado. Unas,
conectadas al enchufe político-ideológico (la de Maduro). Otras, al económico
(la de Cabello). No faltan tampoco -destaca Mario Silva- quienes están
conectados a los dos enchufes a la vez (cita como ejemplo a José Vicente
Rangel).
Todos los señalados son -reiteramos-
signos que muestran la existencia de una crisis de carácter terminal del estado
chavista. Cuan larga será, nadie lo puede saber pues entre nigromancia y
política hay ciertas diferencias. Tampoco es posible excluir, como adelanta el
gran teórico Mario Silva, la posibilidad de una salida golpista. Si ella será
con Maduro o sin Maduro, tampoco lo sabemos. Sin embargo, toda Venezuela sabe
que las tropas que sacó Maduro a las calles para combatir a la delincuencia,
asustan a todos, menos a la delincuencia.
Cuando hay crisis económica, crisis de
legitimación, crisis de gobernabilidad, y si a ello se suma, una corrupción que
alcanza los más altos niveles, las condiciones están dadas para una alternativa
anti-política, y esa alternativa –experiencia sufrida por muchos países
latinoamericanos- es, casi siempre, militar.
No obstante, el hecho de que se den
condiciones para el cumplimiento de una alternativa no significa necesariamente
que ésta deberá cumplirse. Menos todavía si se tiene en cuenta que en Venezuela
existe una oposición mayoritaria, con alta capacidad de organización y con un
liderazgo conquistado a punta de difíciles batallas políticas. O dicho en otras
palabras: en Venezuela tiene lugar, como diría Gramsci, una lucha entre
dominación y hegemonía. El estado-gobierno ejerce dominación, pero carece de
hegemonía. La oposición, a su vez, carece de dominación, pero ya ha obtenido la
hegemonía. Esta es, al fin, la conclusión principal que se desprende de las
revelaciones de Mario Silva.
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