PEDRO JOSÉ GARCÍA SÁNCHEZ Sábado
11 de Mayo de 2013
"Chávez siempre, Maduro
presidente": el eslogan de campaña del gobierno para las elecciones
presidenciales del pasado 14 de abril, rima y adquiere un complejo sentido
retrospectivamente. Cuando, en 2003, vi a militantes chavistas con la
inscripción "Chávez Forever!" en sus franelas, ni ellos ni yo
podíamos imaginarlo que eso significaría una década más tarde. Más allá del
deseo utópico, de la provocación astuta y de la estrategia publicitaria, el
teniente-coronel convertido en presidente ganó su apuesta: conjugar el
ejercicio del poder y el manejo del tiempo de tal manera que se generara una
impresión de omnipotencia.
Tal fue el caso cuando, por televisión, puso fin a su intento de golpe de Estado en 1992 con el famoso "por ahora no hemos conseguido los objetivos...". Años más tarde, al hacer desaparecer el impedimento de la reelección inmediata, la constitución bolivariana de 1999 abriría la posibilidad del "go for ever and ever" garantizada finalmente por la enmienda de 2008. Pero es con su muerte que dicha posibilidad alcanza su plena significación. Fuente de fascinación simbólica y de legitimación épica, dicha muerte renueva los desafíos de realpolitik de una herencia tan codiciada como problemática. ¿Sería la consagración del "Chavez Forever!" una prueba del triunfo de la "pop-política"? La utilización sistemática de "lo popular", con sus asignaciones identitarias o relacionales de costumbre (el "pueblo", la "comunidad", los "pobres", el favorecer los valores de las mayorías y desplegar una "comunicación" fácil, etc.), caracteriza la pop-política. Su expresividad explosiva debe crear el buzz privilegiando las fórmulas impactantes y los escamoteos. Como sucede con la música, lo "pop" funciona en política como un comodín: el target publicitario se vuelve casi infinito. Asimismo, focalizar la vinculación de lo político con lo popular generalizado, y su consiguiente abreviación, permite establecer una correspondencia con la semántica laxa del populismo. La abreviación se refleja, además, en el uso común que se hace de los calificativos altisonantes del bolivarianismo gubernamental: p.e. "Minpoposalud" en lugar del "Ministerio del poder popular para la salud". Por último, la pop-política debe poder contar con embajadores que generen cobertura mediática y los del chavismo son de peso: Oliver Stone, Lula, Sean Penn, Maradona y Naomi Campbell, pero también Bashar Al-Assad, Carlos El Chacal, Lukashenko, Khadafi, Mugabe o Ahmadineyad.
¿Qué evidencia en política una gestión del tiempo que va desde el "por ahora" golpista hasta la pretensión de eternización? Cada 5 de marzo, además de rememorar sus líderes (estén o no embalsamados), estalinistas y chavistas podrán reconsiderar juntos este guiño de ojo de la Historia. "Chavez Forever!" logra, sin embargo, hacer desaparecer el "más allá" pues hace realidad el "siempre aquí y ahora".
Al mismo tiempo, es necesario precisar dos errores que, desde Europa, dificultan frecuentemente la comprensión del contexto en el que se despliega la poppolítica chavista: - El binomio derecha-izquierda en Venezuela no es la base principal (o, en todo caso, no es la única, ni la más significativa) a partir de la cual se estructuran las pertenencias socio-políticas y los modos de relación con el poder. Sería históricamente más justo y sociológicamente más apropiado subrayar la recurrencia de lo civil-militar. Las asimetrías inoculadas por este binomio en el cuerpo social venezolano son importantes para comprender la cifra inaudita de 177.000 asesinatos entre 1999 et 2012 (según la coalición de las ONGs humanitarias "Forum por la vida"), sin que se haya vivido una guerra.
- La escogencia entre "dictadura" y "democracia" para calificar y evaluar la gobernabilidad chavista es un señuelo, e insistir en ella favorece sobre todo a aquellos que se benefician con esta caricatura binaria. Una tradición latinoamericana de experiencias republicanas más o menos autocráticas ya había allanado el camino de la amalgama: Perón en Argentina, Fujimori en Perú, Hugo Banzer en Bolivia, por citar solo algunas.
El chavismo ha refinado la modernidad de esta tradición. El socialismo (autoritario) del siglo XXI permanece "democrático" entonces con una doble condición: (1) Asegurarse de que las transgresiones de la línea roja se perciban sólo ocasional o intermitentemente (2) Hacer caso omiso de la separación entre poderes en tanto principio político que ofrece garantías de libertad, independencia y justicia ¿Cómo entender entonces ese triple apego: al poder, al que lo encarna y al universo constituido por aquellos que han sido "tocados por la gracia" chavista? No olvidemos que, tratándose de un petro-Estado (y no de uno cualquiera: el primero en reservas mundiales y uno de los principales proveedores de los Estados Unidos, de Latinoamérica y el Caribe), la impresión de omnipotencia no será sólo simbólica. Ni la tentativa de golpe de Estado en 2002, ni la progresiva reducción de los que respaldan al gobierno al grupo de los incondicionales, ni los logros sociales, ni la economía incierta distraerán a los chavistas del objetivo principal que, además, federa: quedarse en el poder cueste lo que cueste. Según Moises Naim, autor de Ilícito y El fin del poder: "el patrón establecido por el presidente Chávez ha sido que una vez que se llega al poder no hay que dejarlo.
Y que es posible retenerlo durante décadas. Lo que está en juego es la lotería con el premio más gordo de América Latina".
Este desideratum no es de manera alguna una invención chavista, ni tampoco anti-chavista. Es práctica común en una región en la que la propensión a mantener el poder indica una pretensión patrimonial constituida históricamente sobre la base de la expoliación del dominio público. En Venezuela "lo público" se ha convertido progresivamente en la prerrogativa de "la comunidad", es decir la manera políticamente correcta de identificar su propio grupo.
Esta figura legitima las formas de acción colectiva y determina el ejercicio del derecho de ciudadanía. De los "círculos bolivarianos" a los "consejos comunales", la pop-política organiza la sociedad venezolana entre la milicia paramilitar y la "comuna" clientelar.
¿No sería entonces lo propio del chavismo practicar un utilitarismo rentista pop-politizado que tranquiliza las buenas conciencias con un packaging socialista? Para llegar a ello, se han utilizado, ciertamente, las numerosas elecciones ¿libres?* realizadas, la oportuna identificación con las carencias de los pobres y la comunión con la semántica popular. Pero ocurre lo mismo con el manejo de la amenaza como condicionante sociopolítico, el control de los medios, así como la utilización discrecional y sin control alguno de las riquezas petroleras. Los discursos más incendiarios contra el imperialismo norteamericano y el capitalismo se hacen paralelamente con medidas gubernamentales que garantizan el mercado estadounidense y aumentan las importaciones a niveles jamás alcanzados para provecho de ciertas transnacionales y de la "boliburguesía".
En el contexto actual de crisis del capitalismo, de anhelo de figuras líricas de la protesta y de carencias de modelos de lo "socialmente correcto", las anomalías democráticas se vuelven invisibles. Jean-Luc Melenchon ha puesto el toque final en Francia: "lo que es Chávez no muere jamás". La Venezuela Saudita del siglo XXI y su herencia popular sacralizada "bien valen una misa". Sin embargo, un "país comandado" sin su "Comandante" es como una religión sin Dios. Le ha tocado al sociólogo chileno, Fernando Mires, analizar justamente el fondo del juego de prestidigitación entre religión y política: "Para que siga viviendo en el pueblo, Chávez no debe morir del todo (...) Si no puede ser Dios, Chávez será al menos El Endiosado. (Pero) sólo Dios es suficiente; el humano será siempre insuficiente (...) La adoración a Chávez delata que a Venezuela le falta Dios.
Nada más". ¿En verdad ni más ni menos? Tanto esta hibridación de lo humano y lo divino, como su culto, ¿no representan el triunfo de la pop-política? O aun más: en vista de los resultados de las elecciones del 14 de abril y de sus consecuencias, queda en el aire una pregunta cuya respuesta puede ser tan pedagógica como temible: ¿qué quiere decir triunfar?
Tal fue el caso cuando, por televisión, puso fin a su intento de golpe de Estado en 1992 con el famoso "por ahora no hemos conseguido los objetivos...". Años más tarde, al hacer desaparecer el impedimento de la reelección inmediata, la constitución bolivariana de 1999 abriría la posibilidad del "go for ever and ever" garantizada finalmente por la enmienda de 2008. Pero es con su muerte que dicha posibilidad alcanza su plena significación. Fuente de fascinación simbólica y de legitimación épica, dicha muerte renueva los desafíos de realpolitik de una herencia tan codiciada como problemática. ¿Sería la consagración del "Chavez Forever!" una prueba del triunfo de la "pop-política"? La utilización sistemática de "lo popular", con sus asignaciones identitarias o relacionales de costumbre (el "pueblo", la "comunidad", los "pobres", el favorecer los valores de las mayorías y desplegar una "comunicación" fácil, etc.), caracteriza la pop-política. Su expresividad explosiva debe crear el buzz privilegiando las fórmulas impactantes y los escamoteos. Como sucede con la música, lo "pop" funciona en política como un comodín: el target publicitario se vuelve casi infinito. Asimismo, focalizar la vinculación de lo político con lo popular generalizado, y su consiguiente abreviación, permite establecer una correspondencia con la semántica laxa del populismo. La abreviación se refleja, además, en el uso común que se hace de los calificativos altisonantes del bolivarianismo gubernamental: p.e. "Minpoposalud" en lugar del "Ministerio del poder popular para la salud". Por último, la pop-política debe poder contar con embajadores que generen cobertura mediática y los del chavismo son de peso: Oliver Stone, Lula, Sean Penn, Maradona y Naomi Campbell, pero también Bashar Al-Assad, Carlos El Chacal, Lukashenko, Khadafi, Mugabe o Ahmadineyad.
¿Qué evidencia en política una gestión del tiempo que va desde el "por ahora" golpista hasta la pretensión de eternización? Cada 5 de marzo, además de rememorar sus líderes (estén o no embalsamados), estalinistas y chavistas podrán reconsiderar juntos este guiño de ojo de la Historia. "Chavez Forever!" logra, sin embargo, hacer desaparecer el "más allá" pues hace realidad el "siempre aquí y ahora".
Al mismo tiempo, es necesario precisar dos errores que, desde Europa, dificultan frecuentemente la comprensión del contexto en el que se despliega la poppolítica chavista: - El binomio derecha-izquierda en Venezuela no es la base principal (o, en todo caso, no es la única, ni la más significativa) a partir de la cual se estructuran las pertenencias socio-políticas y los modos de relación con el poder. Sería históricamente más justo y sociológicamente más apropiado subrayar la recurrencia de lo civil-militar. Las asimetrías inoculadas por este binomio en el cuerpo social venezolano son importantes para comprender la cifra inaudita de 177.000 asesinatos entre 1999 et 2012 (según la coalición de las ONGs humanitarias "Forum por la vida"), sin que se haya vivido una guerra.
- La escogencia entre "dictadura" y "democracia" para calificar y evaluar la gobernabilidad chavista es un señuelo, e insistir en ella favorece sobre todo a aquellos que se benefician con esta caricatura binaria. Una tradición latinoamericana de experiencias republicanas más o menos autocráticas ya había allanado el camino de la amalgama: Perón en Argentina, Fujimori en Perú, Hugo Banzer en Bolivia, por citar solo algunas.
El chavismo ha refinado la modernidad de esta tradición. El socialismo (autoritario) del siglo XXI permanece "democrático" entonces con una doble condición: (1) Asegurarse de que las transgresiones de la línea roja se perciban sólo ocasional o intermitentemente (2) Hacer caso omiso de la separación entre poderes en tanto principio político que ofrece garantías de libertad, independencia y justicia ¿Cómo entender entonces ese triple apego: al poder, al que lo encarna y al universo constituido por aquellos que han sido "tocados por la gracia" chavista? No olvidemos que, tratándose de un petro-Estado (y no de uno cualquiera: el primero en reservas mundiales y uno de los principales proveedores de los Estados Unidos, de Latinoamérica y el Caribe), la impresión de omnipotencia no será sólo simbólica. Ni la tentativa de golpe de Estado en 2002, ni la progresiva reducción de los que respaldan al gobierno al grupo de los incondicionales, ni los logros sociales, ni la economía incierta distraerán a los chavistas del objetivo principal que, además, federa: quedarse en el poder cueste lo que cueste. Según Moises Naim, autor de Ilícito y El fin del poder: "el patrón establecido por el presidente Chávez ha sido que una vez que se llega al poder no hay que dejarlo.
Y que es posible retenerlo durante décadas. Lo que está en juego es la lotería con el premio más gordo de América Latina".
Este desideratum no es de manera alguna una invención chavista, ni tampoco anti-chavista. Es práctica común en una región en la que la propensión a mantener el poder indica una pretensión patrimonial constituida históricamente sobre la base de la expoliación del dominio público. En Venezuela "lo público" se ha convertido progresivamente en la prerrogativa de "la comunidad", es decir la manera políticamente correcta de identificar su propio grupo.
Esta figura legitima las formas de acción colectiva y determina el ejercicio del derecho de ciudadanía. De los "círculos bolivarianos" a los "consejos comunales", la pop-política organiza la sociedad venezolana entre la milicia paramilitar y la "comuna" clientelar.
¿No sería entonces lo propio del chavismo practicar un utilitarismo rentista pop-politizado que tranquiliza las buenas conciencias con un packaging socialista? Para llegar a ello, se han utilizado, ciertamente, las numerosas elecciones ¿libres?* realizadas, la oportuna identificación con las carencias de los pobres y la comunión con la semántica popular. Pero ocurre lo mismo con el manejo de la amenaza como condicionante sociopolítico, el control de los medios, así como la utilización discrecional y sin control alguno de las riquezas petroleras. Los discursos más incendiarios contra el imperialismo norteamericano y el capitalismo se hacen paralelamente con medidas gubernamentales que garantizan el mercado estadounidense y aumentan las importaciones a niveles jamás alcanzados para provecho de ciertas transnacionales y de la "boliburguesía".
En el contexto actual de crisis del capitalismo, de anhelo de figuras líricas de la protesta y de carencias de modelos de lo "socialmente correcto", las anomalías democráticas se vuelven invisibles. Jean-Luc Melenchon ha puesto el toque final en Francia: "lo que es Chávez no muere jamás". La Venezuela Saudita del siglo XXI y su herencia popular sacralizada "bien valen una misa". Sin embargo, un "país comandado" sin su "Comandante" es como una religión sin Dios. Le ha tocado al sociólogo chileno, Fernando Mires, analizar justamente el fondo del juego de prestidigitación entre religión y política: "Para que siga viviendo en el pueblo, Chávez no debe morir del todo (...) Si no puede ser Dios, Chávez será al menos El Endiosado. (Pero) sólo Dios es suficiente; el humano será siempre insuficiente (...) La adoración a Chávez delata que a Venezuela le falta Dios.
Nada más". ¿En verdad ni más ni menos? Tanto esta hibridación de lo humano y lo divino, como su culto, ¿no representan el triunfo de la pop-política? O aun más: en vista de los resultados de las elecciones del 14 de abril y de sus consecuencias, queda en el aire una pregunta cuya respuesta puede ser tan pedagógica como temible: ¿qué quiere decir triunfar?
Profesor español de sociología en la Universidad París Oeste
NanterreLa Défense. Investigador en el laboratorio MosaïquesLavue UMR 7218
CNRS.
(Traducción: Luis Miguel Isava)
(Traducción: Luis Miguel Isava)
*Interrogantes
del EDITOR
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