TEODORO PETKOFF 16/05/2013
En
puridad, Chávez no construyó nunca un verdadero movimiento político semejante
al peronismo, orgánicamente vinculado a la sociedad. Cualquier cosa que pudiera
considerarse "chavismo" ha desaparecido.
La desaparición física de Hugo Chávez,
más allá de la circunstancia humana que envuelve, posee una singular
significación política. Con él desaparece también el proyecto que fue conocido
como "chavismo".
En puridad, Chávez no construyó nunca
un verdadero movimiento político semejante al peronismo, orgánicamente
vinculado a la sociedad. Pero ese sentimiento popular y la masa que le daba
cuerpo adquirieron la connotación de una suerte de partido, si bien informe y
carente de un pensamiento político que pudiera considerarse como doctrinario.
Pues bien, cualquier cosa que pudiera
considerarse "chavismo" ha desaparecido. El personalismo que
caracterizó el régimen del comandante mató ese movimiento. Todo giraba
alrededor de Hugo Chávez y faltando este eje, los restos del chavismo giran en
una suerte de vacío de liderazgo que sus herederos no son capaces de llenar.
El chavismo, pues, como tal, ya no
existe. Existen chavistas, pero dispersos, y pronto los veremos disputándose el
legado político de Chávez. Legado político, por cierto, en el cual no es fácil
distinguir características ideológicas que le den sustantividad.
El chavismo era Chávez y lo que Chávez
pensaba y decía, aunque no siempre de modo coherente. Pero su mera figura
llenó, a su manera, un espacio de la historia del país. Sin embargo, no estando
físicamente presente, tampoco hay chavismo, porque más allá de su figura no
había más nada.
Por otro lado, ninguno de quienes se
disputan su legado posee la envergadura, la contextura política e incluso
meramente humana que lo caracterizó y que eventualmente permitiría mantener
con vida al movimiento.
Sin duda que subsiste un sentimiento
afectivo y emocional chavista en una buena parte de la población, pero carente
de una estructura que lo mantenga organizado. Para todo efecto práctico, es
decir, políticamente válido y viable, el chavismo puede considerarse en vías de
desaparición.
Por otro lado, parece evidente que el
presidido por Maduro es un régimen distinto al de su antecesor. Por mucho que
Maduro se proclame como hijo de Chávez, la vida real lo irá colocando ante
dilemas y retos que se verá obligado a tramitar con sus propios recursos y la
imitación de Chávez, que con tanto empeño ensaya, de bien poco le servirá.
Porque, el mero fallecimiento de
Chávez, en ausencia de herederos de su talante, ha cambiado el país. Por
cierto, no necesariamente para mal. Maduro tiene una oportunidad para darle a
la política nacional un impulso nuevo, que permita recuperar la manera
civilizada y convivente de hacer política, por muy dura y conflictiva que sea
esta por su propia naturaleza.
Pero, si se empeña en imitar los
peores rasgos de su antecesor, como no pocas veces lo hace, tendremos una
repetición caricaturesca de un régimen que Chávez, mal que bien y a su manera,
hacía funcionar.
El gran desafío que se le plantea a
Maduro es ser él mismo. De lo contrario, a mediano plazo nos veremos envueltos
en una crisis que, de paso, se lo llevará en los cachos.
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