Por Lissette González, 16/05/2013
Uno no elige las herencias que le tocan. Mis
colegas seguramente pensarán que esto es una perogrullada porque, obviamente,
no elegimos nacer hombres o mujeres y lo que eso va a significar en nuestra
cultura, no escogemos el nombre que llevaremos toda la vida o el idioma que se
convertirá en nuestra principal vía de expresión. Todo eso está allí, nos
precede. Y precisamente por ello los sociólogos decimos, siguiendo a Durkheim,
que los hechos sociales se nos imponen de forma coercitiva. Pero en estas líneas
no intento referirme a esas nociones básicas de sociología general, sino a un
tema mucho más personal.
Por ejemplo, no elegimos a nuestros maestros.
A lo sumo elegimos un camino o varios y, si tenemos suerte, encontramos en
ellos un faro que lo ilumina y nos permite entender mejor los retos que debemos
superar para transitar por el sendero escogido. Para mi fortuna, en la Escuela
de Ciencias Sociales encontré no uno, sino muchos maestros, faros que con una
generosidad inmensa brindaron por largos años esa luz a los jóvenes inquietos
que llegábamos a la UCAB queriendo ser sociólogos, aunque en rigor la mayoría
de nosotros no teníamos la más remota idea de para qué podía servirnos esa
profesión.
Antonio Cova, uno de esos maestros, nos dejó
ayer. La sensación de pérdida que abruma a todos quienes compartimos con él
largos años, no solo como sus estudiantes, sino también como colegas en la
Escuela de Ciencias Sociales de la UCAB, es insondable. En mi caso particular,
no podría decirse que fui de sus discípulas directas; me dediqué a otras áreas
del conocimiento sociológico, me volví fanática de los estudios cuantitativos y
de los modelos estadísticos… podría decirse, en general, que fui construyendo
con los años una forma muy distinta a la suya de encarar la sociología como
profesión. Pero seguramente esta búsqueda del camino propio es también herencia
suya, en la medida en que nos invitó a todos a atrevernos a ser curiosos, a
hacernos preguntas, a mirar la realidad que nos rodea a partir de la teoría
sociológica. Por supuesto, frente a esta invitación cada unos buscó su vía
personal para abordar estas inquietudes.
En la conflictividad que caracteriza la vida
académica, una de las cosas que siempre me sorprendió de nuestro profesor Cova
era el respeto hacia sus colegas, su trayectoria, sus miradas, sus aportes.
Hecho especialmente valioso si consideramos que en estos últimos años, casi no
quedan en nuestra escuela profesores que no hayan sido también sus alumnos.
Sabía los intereses de cada quien, y tenía sus recomendaciones bibliográficas
personalizadas. Nunca dejamos de aprender a su lado.
Son muchas las herencias que nos deja en la
UCAB. La más importante es probablemente la menos conocida para las jóvenes
generaciones y fuera de la Escuela de Ciencias Sociales: la institucionalidad
que hoy tenemos (nuestro Estatuto Orgánico, la garantía de estabilidad de los
profesores en sus cátedras, la existencia de centros de estudiantes y de
representación estudiantil en los órganos de cogobierno de la UCAB, entre
otras) fue el producto de una serie de protestas –huelga de hambre incluida-
que se inició luego de la expulsión de un grupo de estudiantes y profesores
(Antonio Cova, entre ellos) en julio de 1972. Los esfuerzos de los estudiantes
y profesores de aquellos años dieron lugar al entorno en el que podemos
desarrollarnos las nuevas generaciones, con libertad de pensamiento y
autonomía de cátedra. Con la posibilidad de construir conocimiento y ser
universidad. Libertad y crítica que siguió defendiendo hasta su último aliento,
siendo un aguerrido representante de los profesores en nuestro Consejo Universitario.
También está, por supuesto, la herencia que
compartimos los colegas por la formación recibida en sus cátedras. Pero este
tema es harto conocido y no hace falta desarrollarlo aquí. Aunque ciertamente
leí y aprendí mucho gracias a sus cátedras, le debo más cosas. Por ejemplo,
haber leído La condición humana de Hannah Arendt que, sin ser
un libro de sociología, ha sido una referencia importantísima para mí. También
le debo mi primera incursión en la docencia. Era una pioja recién graduada
cuando me invitó a dictar una clase de Sociología III. Mi ansiedad fue tal, que
pasé tres días sin dormir, jajaja. A pesar del susto, creo que ese experimento
funcionó, luego de haber dedicado estos últimos 12 años a la docencia.
Lo más asombroso es que también me dejó una
herencia material: su biblioteca sobre estratificación, donde no solo están los
clásicos de la sociología norteamericana de los años 50 (su favorita), sino
también algunos textos que son curiosidades históricas en estos tiempos, como
uno titulado “Clases y sociedad en la Unión Soviética”. Solo quienes conocieron
su devoción por los libros pueden comprender el honor que significó para mí
haber recibido ese legado.
Un buen maestro, como era Antonio Cova, sobre
todo tiene fe en los que están llamados a tomar el testigo. En mi caso, siempre
agradecí su confiada apuesta por lo que podría llegar a ser, especialmente por
mi tendencia, aun no superada, a la inconformidad o a una suerte de “rebeldía
sin causa”. Espero no decepcionarle y honrar su legado formando con los mismos
estándares de excelencia a las generaciones de sociólogos por venir.
Prof. Lissette González
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico