Alberto Barrera Tyszka Octubre 3, 2014
@Barreratyszka
Cuando yo era un muchacho, apareció en
televisión una publicidad que logró un rápido éxito de audiencia. Un animador
promovía un detergente en polvo que lograba que un tobo plástico funcionara
como una lavadora. La fuerza del jabón, dentro del recipiente, lograba un
torbellino, un chasquido poderoso, digno de cualquier máquina de metal con
nombre gringo. Era la cuña del chaca chaca: una pieza engañosa, un espejismo
diseñado para estafar al público. Como el sacudón de Nicolás Maduro.
Sin proponérselo, de manera
involuntaria, Maduro logró diluir un poco la polarización que somete al país.
Por una vez en mucho tiempo, la mayoría de los venezolanos coincidimos en algo:
el sacudón fue decepcionante. Tanto así que el presidente tuvo que salir a
realizar una insólita faena: explicar sus amenazas. Esta semana nos advirtió:
“Hay gente que es demasiado sabionda y decía: ‘A Maduro le faltó profundidad en
el sacudón’. Sigan creyéndoselo, pues. Nosotros vamos con todo a demoler los
restos del Estado burgués”. Esa última frase me interesa. Ese adjetivo.
Desde hace tiempo, el oficialismo
viene apelando al calificativo “burgués” para definir una estructura que,
supuestamente, le ha impedido, durante década y media y más de 1 millón de
millones de dólares, hacer verdaderamente la revolución. Después de fracasar y
de arruinar el Estado, ahora descubren que el problema estaba en el Estado
mismo, en su naturaleza. Se bebieron toda la botella, se emborracharon, y a la
hora de la resaca vienen y dicen que el frasco es malo, que la bebida estaba
piche.
¿Fue el Estado burgués, amparado por
una nueva Constitución bolivariana, el que impidió el control de las
instituciones y del sistema judicial del país? ¿Acaso el Estado burgués no
permitió que hubiera expropiaciones y que se multiplicaran las llamadas
empresas socialistas? ¿El Estado burgués ha evitado el protagonismo y la
beligerancia de las FANB en la sociedad? ¿Acaso el Estado burgués ha sido un
obstáculo imbatible para la relación de sometimiento que tiene el país ahora
con Cuba?
Frente a todo esto, la publicidad
oficial ha lanzado otro adjetivo: comunal. Es una utopía trabucada en fetiche.
Dijo Maduro esta semana: “El pueblo tiene gobierno propio y tiene un presidente
que forma parte de ustedes mismos, un presidente comunal que tiene la
obligación de ser el receptor de las propuestas que la sociedad organizada va
formulando, para tomar grandes decisiones, responsabilidades y acciones que
influirán positivamente en la transformación, la vida política y espiritual de
todo un pueblo”. Haz el ejercicio de leer de nuevo estas frases. Regresa a las
comillas, lee pero, esta vez, elimina la palabra “comunal”. ¿No se trata acaso
de una simpleza absoluta, del decálogo básico que debería regir a cualquier
gobernante en cualquier lugar del mundo? ¿Cuál es la diferencia?
El gobierno reprime las protestas,
practica la censura, descalifica de manera sistemática a cualquier tipo
ciudadano que se atreva a cuestionar o a disentir. Todo depende, otra vez, de
un adjetivo: comunal. ¿De qué se trata? ¿Acaso es comunal el silencio oficial
con respecto a los 25.000 millones de dólares birlados por las empresas de
maletín? ¿Y los 334 millones de dólares del Banco del Alba, del que, por
cierto, también fue presidente Maduro? No se sabe muy bien dónde están.
¿También ese vacío es comunal? ¿Y controlar los medios de comunicación? ¿Y
despedir a Rayma? ¿Y prohibirle a una dirigente de izquierda de 21 años dar
declaraciones públicas? ¿Todo eso también cabe en el adjetivo comunal?
Es paradójico que el lanzamiento de un
supuesto nuevo modelo de “gobierno popular” siempre esté controlado por una
“comisión presidencial”. Más bien pareciera que se trata de un proyecto para
privatizar a la “sociedad organizada”. El gobierno no quiere resolver los
problemas. Solo desea aprovecharlos para seguir acumulando poder. El partido
pretende convertirse en Estado. Lo de burgués o comunal es un adorno. Los
adjetivos solo son su chaca chaca.
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