RAFAEL LUCIANI sábado 8 de noviembre de 2014
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
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Como seguidor de Jesús, el Papa está
llamado a anunciar valores, alentar prácticas humanizadoras y denunciar
problemas que afecten el desarrollo de las personas o las sociedades. Francisco
ha estado recordando tanto la necesidad de recuperar la dimensión ética de toda
acción política, como la acogida humana que debe seguir el discurso
y la presencia pastoral de la Iglesia.
Ya había insistido en la necesidad de repensar el poder desde el servicio, pero ahora profundiza esta noción desde lo que significa la solidaridad y la honestidad. Son realidades que deben existir en toda acción humana, especialmente para con los pobres y los rechazados. Pero advierte que los valores nunca son asistencialistas, como tampoco pueden favorecer el utilitarismo ideológico que usa a las personas y a sus necesidades como una excusa para sostenerse en el poder.
En su reciente encuentro con los movimientos populares dijo que «no se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos». Esto sería convertirlos en objetos, dependientes de una ideología, y no en sujetos libres y dueños de su propio futuro.
Francisco conoce la situación venezolana, como la de tantas naciones. Hace poco nos dijo que la seguía con preocupación, solidarizándose: «renuevo mi afecto por todos los venezolanos, en particular por las víctimas de la violencia y por sus familias. Estoy plenamente convencido de que la violencia nunca podrá traer paz y bienestar a un país, ya que ella genera siempre y sólo violencia». En voz de una persona como el Papa, esto significa que reconoce la gravedad de lo que vivimos y por eso nos insta a «encontrar las vías aún ausentes de la justicia y la paz».
Frente al desaliento y la necesidad de cambios, el Papa expresó, en ese reciente encuentro con los movimientos populares, algo que nos puede ayudar: «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y sobre ese pilar construir las estructuras sociales alternativas que necesitamos. Con coraje, pero con inteligencia; con tenacidad, pero sin fanatismo; con pasión, pero sin violencia». Pero para lograrlo, «la perspectiva de un mundo de paz y justicia duraderas nos reclama superar el asistencialismo paternalista y nos exige crear nuevas formas de participación».
Pero una práctica así debe estar inspirada en la «verdad», si pretende llevarnos a un cambio sincero; a una conversión estructural que promueva el «reconocimiento mutuo» y la búsqueda del «bien común», y nunca aprovecharse de las necesidades de los más necesitados, sea con fines ideológicos, económicos o electorales.
A estas alturas es claro que su invitación a un cambio sociopolítico, incluso global, no es fruto de un simple análisis social o económico, sino fruto de un mensaje evangélico que va en una doble dirección. Recuperar la dimensión ética que deben vivir los responsables del destino de las naciones; y tener como centro a la persona humana sin exclusión, porque está en juego el bien común y con ello la salud de toda una nación.
RAFAEL LUCIANI
Ya había insistido en la necesidad de repensar el poder desde el servicio, pero ahora profundiza esta noción desde lo que significa la solidaridad y la honestidad. Son realidades que deben existir en toda acción humana, especialmente para con los pobres y los rechazados. Pero advierte que los valores nunca son asistencialistas, como tampoco pueden favorecer el utilitarismo ideológico que usa a las personas y a sus necesidades como una excusa para sostenerse en el poder.
En su reciente encuentro con los movimientos populares dijo que «no se puede abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos». Esto sería convertirlos en objetos, dependientes de una ideología, y no en sujetos libres y dueños de su propio futuro.
Francisco conoce la situación venezolana, como la de tantas naciones. Hace poco nos dijo que la seguía con preocupación, solidarizándose: «renuevo mi afecto por todos los venezolanos, en particular por las víctimas de la violencia y por sus familias. Estoy plenamente convencido de que la violencia nunca podrá traer paz y bienestar a un país, ya que ella genera siempre y sólo violencia». En voz de una persona como el Papa, esto significa que reconoce la gravedad de lo que vivimos y por eso nos insta a «encontrar las vías aún ausentes de la justicia y la paz».
Frente al desaliento y la necesidad de cambios, el Papa expresó, en ese reciente encuentro con los movimientos populares, algo que nos puede ayudar: «tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y sobre ese pilar construir las estructuras sociales alternativas que necesitamos. Con coraje, pero con inteligencia; con tenacidad, pero sin fanatismo; con pasión, pero sin violencia». Pero para lograrlo, «la perspectiva de un mundo de paz y justicia duraderas nos reclama superar el asistencialismo paternalista y nos exige crear nuevas formas de participación».
Pero una práctica así debe estar inspirada en la «verdad», si pretende llevarnos a un cambio sincero; a una conversión estructural que promueva el «reconocimiento mutuo» y la búsqueda del «bien común», y nunca aprovecharse de las necesidades de los más necesitados, sea con fines ideológicos, económicos o electorales.
A estas alturas es claro que su invitación a un cambio sociopolítico, incluso global, no es fruto de un simple análisis social o económico, sino fruto de un mensaje evangélico que va en una doble dirección. Recuperar la dimensión ética que deben vivir los responsables del destino de las naciones; y tener como centro a la persona humana sin exclusión, porque está en juego el bien común y con ello la salud de toda una nación.
RAFAEL LUCIANI
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