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domingo, 8 de febrero de 2015

La Transición no será solo política…, sino también económica, por @ysrraelcamero

YSRRAEL CAMERO 07 de febrero de 2015

Mientras centenares de miles de ciudadanos hacen cola a la puerta de supermercados y farmacias, esperando encontrar algún bien básico otrora accesible y ahora escaso, una pequeña nomenklatura gubernamental, atrincherada en instituciones públicas, fortalece los múltiples controles políticos sobre producción, distribución y consumo, creyendo que la dependencia garantizará sumisión y control sobre una población que se empobrece rápidamente.

Al mismo tiempo se certifica que el derrumbe económico ha impactado negativamente en lo social. La CEPAL señaló en su último informe que la pobreza en Venezuela había aumentado en 2013 hasta alcanzar a 32% de la población. Pero eso fue antes de que la caída del ingreso petrolero en 2014 desnudará la pérdida de seguridad alimentaria venezolana, traducida en desabastecimiento primero y luego en escasez. Para finales de 2014, siguiendo una investigación realizada por equipos de la UCV-UCAB-USB, las fronteras de la pobreza superaban al 48,4% de la población. El discurso oficial de reducción de la pobreza se ha venido abajo, junto con la esperanza de futuro de millones de familias de las zonas populares de Venezuela.

A lo que hemos de agregar el impacto disolvente de la violencia cotidiana, impulsada por los altos niveles de impunidad, que no solo se tradujo en 2014 en más de 25 mil víctimas mortales de la delincuencia, sino que ha contribuido a desagarrar las redes cotidianas de la vida en comunidad en Venezuela, donde la desconfianza, el miedo, la incertidumbre han crecido día a día.

En cuanto a la correlación y al funcionamiento del poder también se refleja una terrible mudanza. La nomenklatura que controla al Estado decidió en 2014 atrincherarse en el poder, impedir cualquier tipo de apertura política en las instituciones, temiendo que todo el tinglado se viniera abajo. En diciembre se perdió una oportunidad de facilitar un ajuste en la correlación institucional del poder que le permitiera al gobierno ampliar su legitimidad para enfrentar la crisis. Prefirieron aislarse y esperar a que el temporal pasara. Esa abismal diferencia entre el poder institucional y la sociedad empobrecida se expresa en una crisis política profunda.

LA TRILOGÍA CRÍTICA

De esta manera podemos concluir que en Venezuela no se está viviendo simplemente una crisis, sino que interactúan al unísono tres procesos críticos que avanzan a velocidades distintas, y que nos acercan día tras día a un escenario posible de difíciles transiciones:

Una crisis económica que afecta nuestra capacidad de producir, transformar, distribuir, comercializar y consumir lo que la sociedad necesita, que se expresa en escasez, desabastecimiento, inflación y destrucción del valor de la moneda.

Una crisis social que afecta la manera en que nos organizamos, convivimos, construimos un entramado común, una comunidad, crisis que se expresa en la desarticulación de las redes humanas que mantienen la cohesión social, en el empobrecimiento vinculado a una mayor dependencia, en fin, a una menor autonomía vital, a menor libertad. La proletarización de la clase media profesional es particularmente grave en este sentido. Hemos de agregar a esto la crisis de servicios públicos vitales como la salud, el servicio eléctrico y el agua.

Y, por último, una crisis política, que se expresa en esa distancia entre la correlación institucional del poder y la realidad sociopolítica, con el consiguiente atrincheramiento de la nomenklatura, que afecta tanto representatividad como legitimidad del sistema. A lo que debemos sumar un funcionamiento interno del poder que lo incapacita para reconocer la legitimidad del otro.


Estos tres procesos avanzan a velocidades distintas, interactúan entre sí agravándose, en la medida en que la actuación gubernamental está marcada por una agenda que ha colocado en el centro de sus objetivos la preservación de un poder centralizado, desinstitucionalizado y permanente en manos de la nomenklatura militar-civil que creció alrededor de la figura de Chávez y de los múltiples negocios que su gestión de la economía venezolana propició.

La activación de los vasos comunicantes entre los tres procesos críticos estará marcada por la capacidad de movilización, por la organización de los actores sociopolíticos, y por la capacidad de aprovechar las coyunturas de 2015. Efectivamente la llave para revertir la degradación es fundamentalmente política, ya que las tres crisis descansan en un funcionamiento y una correlación del poder que no solo divergen terriblemente de la mayor parte de la sociedad sino que además le impiden a las fuerzas productivas desarrollarse plenamente.

La respuesta a las expresiones económicas de la crisis ha de ser fundamentalmente política, ya que en este modelo político la gestión de la economía se encuentra incrustada en el centro tanto del funcionamiento como de la correlación social e institucional de poder.

LAS TRANSICIONES QUE HEMOS VIVIDO

Se ha hablado mucho de transición a lo largo de esta década en Venezuela, pero bajo dos acepciones completamente distintas, una que planteaba el tránsito del “capitalismo” al “socialismo” y otra que hace énfasis en el cambio del autoritarismo a la democracia. Hemos de repasar ahora el primer acercamiento, el que se generó a partir del discurso y la práctica gubernamental.

A partir del momento en que Chávez acuño el término del “Socialismo de siglo XXI” y pretendió cambiar las relaciones de producción en la economía venezolana sectores oficialistas empezaron a hablar de la “vía venezolana al socialismo” o de la transición del “capitalismo al socialismo” en Venezuela.

En esta primera acepción el tema central es cambiar las relaciones sociales de producción, tomando progresivamente control de los medios de producción por parte del Estado, ahora transformado estructuralmente, para crear una lógica productiva nueva, que no se guiara por el lucro.

En la práctica la estructura económica de Venezuela efectivamente estaba cambiando, pero en un sentido distinto al proclamado. La persecución contra productores nacionales, la expropiación de tierras, silos, empresas, industrias, así como las invasiones de terrenos rurales y urbanos se convirtieron en acción cotidiana.

Pero la toma burocrática de las unidades de producción abandonó prontamente su carácter productivo, se convirtieron los invasores o “tomistas” en funcionarios de quince y último, en depositarios de una renta regular asignada por el gobierno para mantenerse “ocupando” sus puestos, cuando no simplemente en saqueadores de dichas empresas, en rematadores de los recursos de fincas y haciendas. No se preocuparon por mantener o incrementar el ritmo de la producción ya que los inmensos recursos provenientes de la venta de petróleo en el mercado mundial permitían subsanar con importaciones la destrucción productiva generada con el cambio.

No se puede negar que la economía venezolana ha sufrido cambios estructurales de importancia. La desaparición de sectores industriales enteros, incapaces de adaptarse a un entorno hostil, de muchas redes de comercialización privada, sometidas a controles burocráticos absurdos, la fuga de capitales o su volatización fruto de la devaluación continua de la moneda, la práctica desaparición de la inversión extranjera directa, la perpetuación del control de cambio, así como la toma de control por parte del Estado de sectores enteros de la economía, crearon una economía que acumula grandes distorsiones.

No se ha construido una economía socialista, pero se ha desestructurado la economía capitalista que existía antes en Venezuela. El populismo consumista pagado con la factura petrolera ocultó la realidad de la demolición de los sectores productivos, mientras mafias de importadores surtieron un mercado interno en expansión de consumo pero sin desarrollo. Es tan claro el fracaso productivo del modelo implantado en Venezuela que bastó la caída de los precios del petróleo para que la pobreza ascendiera nuevamente, evidenciado que, más allá del consumo, no se había trabajado en el desarrollo de nuestras capacidades.

La proletarización de la clase media profesional en el mismo momento en que una nueva boliburguesía ascendía a altos niveles de consumo refleja ese fracaso. Por una parte, sectores capacitados vieron desaparecer sus ahorros volatilizados por la devaluación, así como sus expectativas de futuro, emprendiendo muchos de ellos el camino del exilio económico. Mientras que, por la otra, los grandes negocios vinculados a la circulación de los petrodólares generaron nuevos ricos sin producción, importadores, negociantes, que aprovecharon los resquicios del poder para acumular riqueza fácil.

Esta transición económica que hemos vivido en Venezuela es un dato que no puede ser evadido. No estamos en la Venezuela de 1999, ni en la de 2002. El Estado tiene un control inédito en todo el proceso económico, desde la producción hasta el consumo final, desplazando al sector privado a la periferia, pero alimentando inmensas redes de corrupción. Ese es el desastroso resultado de la implantación de un modelo que nunca se planteó generar algún tipo de incentivo para producir porque la confianza en el recurso petrolero obnubiló a los decisores.

Por otro lado también hemos presenciado una transición en la estructura política venezolana. No sólo estoy hablando de la nueva Constitución de 1999 y de la construcción de todo un nuevo entramado institucional. Hemos pasado de una democracia social-liberal en crisis a un régimen autoritario competitivo, y a partir de éste nos hemos estado deslizando desde 2010 en un tobogán de cambios que nos conduce cada día más hacia un autoritarismo hegemónico.

La retórica contra la “democracia representativa”, postulando la “participativa y protagónica” como alternativa, condujo a la disolución institucional de la democracia liberal, vulnerando el Estado de Derecho hasta destruirlo. La campaña para construir el “Estado Comunal” dominado por un “Poder Popular” que no fuera representativo ha sido la última etapa que conduce a la disolución de los restos del Estado Liberal para que sea sustituido por esquemas autoritarios.

Entonces hace tiempo dejamos de ser una democracia pero, efectivamente, aún no estamos viviendo en una dictadura, nos encontramos en medio de la deriva de un régimen autoritario híbrido que, aunque conserva rituales provenientes de la democracia los vacía de poder real, reduce el impacto de transformación de los rituales democráticos en el cambio del poder.

La trilogía crítica, esa coexistencia de crisis económica, social y política que estamos viviendo hoy, golpeó al régimen en pleno proceso de destrucción de los patrones democráticos y de la economía capitalista moderna, sin lograr aún asentar una economía “socialista” ni un Estado “total” como parecía ser la intención de la nomenklatura gobernante. Partiendo de este diagnóstico económico y político es que podemos afrontar la buscada transición a la democracia en el contexto venezolano de hoy.

LAS TRANSICIONES QUE HAN DE VENIR: ¿HAY MODELOS?

Acá nos acercamos a la segunda acepción de la transición: la sustitución del autoritarismo por la democracia. La última ola de democratización en América Latina empezó en Ecuador y Perú entre 1978 y 1979 y se extendió hasta Chile en 1990. Tras la caída del Muro de Berlín se iniciaron otros procesos de cambio democrático en Europa central y del Este que tuvieron destinos muy diversos.

Muchos han tendido a usar modelos de transición para acercarnos a la comprensión de lo que se necesita en Venezuela. Se ha hablado del modelo español, una transición a la democracia construida desde el antiguo régimen, desde arriba, realizada a partir de modificaciones de las instituciones autoritarias, con una apertura política y social que permitió llegar a un sistema democrático como fruto de un ejercicio de ruptura con continuidad. Los Pactos de La Moncloa partieron del reconocimiento de la legitimidad de los actores, gobierno y oposición, para hacer frente a la crisis económica y al cambio político de la época.

Hay otros que han hecho énfasis en el modelo chileno, la creación de la Concertación Democrática, fruto de la unidad de una parte importante de la oposición democrática, aunque no de su totalidad, que permitió plantearle a la sociedad chilena una alternativa superadora, ganar un referéndum y ganar las elecciones presidenciales. En el caso chileno también pervivieron importante resabios de las instituciones autoritarias bajo el régimen democrático.

Apelar a estos dos ejemplos, más allá de sus méritos, tiene dos limitaciones importantes, si entendemos la transición a la democracia a partir de las circunstancias actuales del sistema, régimen y gobierno autoritario venezolano.

Primero, desde el punto de vista político, no estamos viviendo una dictadura tradicional militarista, como el caso de Pinochet, ni un régimen autoritario conservador, como en el caso del franquismo, sino un régimen autoritario competitivo (cada vez menos competitivo, cada vez más autoritario), mixto, híbrido, y eso tiene implicaciones estratégicas al momento de enfrentarlo.

Segundo, y esto es vital para afrontar la transición que hemos de construir en Venezuela, las transiciones a la democracia, en España, en Chile, en casi toda América Latina, fueron fundamentalmente transiciones políticas, así fueron concebidas y realizadas. Se pasaba de una dictadura a una democracia, de un régimen político a otro. Pero en Venezuela el trastorno económico, la acumulación de distorsiones económicas es consustancial con la implantación de un modelo político, por ende, así como decíamos hace unas semanas que la crisis económica es política, debemos decir ahora que la transición ha de ser no solo política, sino también económica.
TRÁNSITOS DESDE EL SEGUNDO MUNDO: EUROPA CENTRAL Y ORIENTAL

“Polonia, diez años; Hungría, diez meses; Alemania del Este, diez semanas; Checoslovaquia, diez días; Rumania, diez horas…”

Para llegar nuevamente a Occidente debemos mirar y aprender de la experiencia del Este. Es allí donde tenemos un ejemplo contemporáneo de la coexistencia temporal entre cambio político, cambio económico y cambio sociocultural, desde un régimen político autoritario a uno democrático, desde una economía socialista a una economía capitalista de mercado, desde una sociedad cerrada a una abierta.

La experiencia de estas transiciones, las “Revoluciones Gloriosas”, está aún sujeta a profundas polémicas. No voy abundar en los detalles, sino que intentaré ejecutar un acercamiento analítico. Lo primero que es necesario decir es que, salvo los casos de Rumania y Yugoslavia, fueron pacíficas, y la sociedad civil organizada y en proceso de organización fue clave por su presión democrática para hacer posible el cambio. Señalar lo pacífico del proceso no debe confundirnos, hubo rupturas y traumas, altos costos sociales, resurgimiento de antiguos temas como los nacionalismos étnicos, la cultura autoritaria no desapareció por completo y antiguas estructuras de poder sobrevivieron en la nueva economía.

Los cambios realizados durante la década de los noventa en Europa del Este pueden ser entendidos como una especie de secuencias en contrapunto entre democratización política, liberalización económica y cambio sociocultural, cuyo desarrollo y desenlace fue, en muchos casos, distinto de lo que los decisores hubieran deseado o planificado. El punto de llegada no siempre terminó siendo una democracia liberal plena con una economía de mercado moderna.

Para empezar, el legado económico comunista era un pesado fardo para las sociedades de Europa del Este. Economías cerradas, sin libertad económica ni productividad, con una planificación centralizada que había fracasado estrepitosamente, con empresas no-competitivas, con escasez de productos de primera necesidad, con alto nivel de endeudamiento, alta inflación, mercados internacionales colapsados, e inmensos déficit presupuestarios, en resumen, un escenario inicial que presentaba grandes dificultades y una inmensa cantidad de distorsiones acumuladas.

Se desarrollaron cuatro grandes procesos de cambio como parte de la transición económica, primero la imprescindible estabilización macroeconómica, en segundo lugar la liberalización, en tercer lugar las transformaciones en la propiedad de los medios de producción, es decir, los programas de privatización y, por último, el aspecto fundamental de la creación de las nuevas instituciones económicas.

El debate entre gradualismo y terapia de shock, el problema de las secuencias en las reformas, las derivaciones monopólicas de programas de privatización mal llevados, el traslado de las viejas estructuras de poder político a nuevas redes de poder económico derivado del acceso privilegiado a información, el descuido respecto al impacto social negativo que el retroceso del Estado generaría en una parte importante de la sociedad, que se había acostumbrado a la dependencia estatal y cuyas capacidades no estaban plenamente desarrolladas; todo esto nos lleva a aprender de las grandes discusiones críticas de los programas de ajuste de los noventa.

Quiero hacer énfasis en el tema institucional, el más político de todos, porque me parece clave para otorgar viabilidad y sostenibilidad en el tiempo a las reformas. Este cambio institucional implicó reformas legislativas, judiciales y administrativas, es decir en el funcionamiento del poder, y está profundamente vinculado al cambio democrático.

En el aspecto legislativo las nuevas instituciones debieron propiciar la creación de nuevas empresas, pero también permitir su disolución, facilitar la liquidación de empresas estatales deficitarias e improductivas, promover el ingreso de la inversión extranjera directa. Implicaba esto la realización de una reforma bancaria para terminar con los monopolios, al mismo tiempo que se adecuaba la regulación a las nuevas características de un mercado que debía hacerse más competitivo. Debieron redactarse nuevos códigos de comercio y códigos civiles, crear mercado de valores, así como leyes que obligaran a las empresas a ser transparentes, etc.

Sin Estado de Derecho no había posibilidad de que la economía volviera a florecer. Todo el aparato judicial tuvo que reformarse para resolver disputas comerciales y contractuales, así como ofrecer garantías efectivas de protección a los empresarios frente a abusos del Estado y de las nacientes mafias. Administrativamente fue necesario crear un sistema tributario que no fuera confiscatorio y un sistema de compensación para los desempleados, así como fue necesario modificar sustancialmente la administración bancaria.

Así, la reforma de la economía, para permitirle a estas sociedades volver a producir en libertad, implicaba también grandes cambios políticos, desde la instauración del Estado de Derecho, de tribunales independientes, de un Poder Judicial autónomo hasta la instauración de la soberanía popular democrática, dejando atrás al comunismo.

La democratización política, por su parte, pasaba por permitir el pluralismo, pasar del pensamiento único impuesto por Pravda a la proliferación de medios privados de comunicación, del dominio del partido único, como el PCUS, a la explosión de una diversidad de movimientos y partidos políticos nuevos. Era necesario crear nuevas reglas para que la soberanía popular se expresara efectivamente, con elecciones libres y plurales. No fue un proceso sencillo y la cultura autoritaria, con sus prácticas, siguió perviviendo.

La reforma política pasaba por permitir a la sociedad controlar la acción del Estado. El sistema autoritario hacía uso arbitrario y discrecional de la fuerza pública, de las policías secretas y la transición solo sería posible si se ponía coto a estas prácticas. Dividir los servicios secretos, afianzar el control parlamentario, garantizar el debido proceso para proteger al ciudadano fue necesario para avanzar hacia la democracia.

El rol de las Fuerzas Armadas también debió transformarse radicalmente, la despolitización, la creación de una nueva doctrina y misión, la afirmación de la supremacía del poder civil, la separación de la administración y del mando, propiciar una mayor integración con la sociedad, e inculcar valores democráticos en los militares fueron elementos fundamentales de este proceso.

Fueron emergiendo claramente patrones de transformación sociocultural, nuevas reglas, nuevas pautas de comportamiento en todos los ámbitos de la vida, desde el comunitario hasta el laboral, nuevas libertades que implicaron aprendizajes acelerados para una población que había estado sometida a esquemas autoritarios durante varias generaciones.

El puerto de llegada resultó distinto a lo planteado cuando se inició el viaje, los resultados fueron muy diversos. El caso más trágico fue el yugoslavo, Slobodan Milosevic pretendió usar el discurso nacionalista serbio para evadir su responsabilidad en el desastre económico. Se desató el monstruo de los nacionalismos étnicos, religiosos, lo que derivó en una terrible guerra civil y en la desaparición de Yugoslavia.

Rusia pasó por un importante período de recesión económica y retroceso, dejando de ser la hiperpotencia de otrora. Checoslovaquia se dividió, pero la economía checa logró recuperarse. Polonia y Hungría también salieron adelante con sus reformas, aupando la aparición de regímenes democráticos. La aparición de regímenes híbridos, crecientemente autoritarios pero con rituales democráticos, terminó siendo el resultado final en Rusia, Georgia, Bioelorrusia, Ucrania entre otros.

En ocasiones la mala gestión de las reformas derivó, tras un período de empobrecimiento, en la creación de una economía atrasada y penetrada por nuevas mafias. Pero muchos casos terminaron en un éxito para las sociedades y para las fuerzas democráticas: se instauró la democracia y se crearon las bases para una economía capitalista moderna. Por ejemplo, la República Checa, Estonia, Polonia, Hungría, Eslovenia son generalmente considerados casos exitosos entre quienes iniciaron las transiciones post-comunistas luego de la caída del Muro de Berlín.

ACERCAMIENTO A UNAS CONCLUSIONES

¿Qué podemos aprender de las transiciones en Europa central y oriental? Mucho, pero debemos prestar atención también a las grandes diferencias de base. Para empezar en Venezuela es legal el pluralismo político, las elecciones son regulares y competitivas, a pesar de que cada día son menos libres, menos limpias y menos abiertas. Sobreviven aún medios de comunicación social privados, aunque sometidos a grandes presiones que llevan a algunos a la autocensura, mientras otros son adquiridos por la nomenklatura gobernante a través de personas interpuestas.

La economía venezolana aún no ha pasado por un proceso completo de control de los medios de producción por parte del Estado, aunque parece claro que el objetivo gubernamental es reducir el sector privado autónomo a su mínima expresión. La planificación centralizada, al estilo soviético, no se ha instaurado por completo en Venezuela, a pesar de los esfuerzos gubernamentales. Nos encontramos en ese sentido también en un escenario híbrido, donde el sector financiero y bancario privado, así como una inmensa red de importadores, ligados a la nomenklatura gobernante, han resultado beneficiados.

Venezuela tiene una cultura democrática que era casi inexistente en Europa central y oriental, ese es uno de los factores que ha impedido que se imponga por completo el proyecto totalitario, y es una base importante para reconstruir un régimen democrático. La presencia de partidos políticos democráticos y de una sociedad civil activa es clave en el éxito de estos procesos de transformación.

De igual manera, es importante destacar que en la estructura económica venezolana hay una resiliencia organizacional importante en el sector privado empresarial, en productores, industriales y comerciantes acostumbrados a trabajar en un entorno hostil. La supervivencia de estos emprendedores es un aspecto vital para darle viabilidad a las reformas económicas.

Otro contraste salta a la vista, esta vez negativo, en materia de orden público el Estado venezolano ha venido retrocediendo de manera preocupante, no sólo hablamos de la delincuencia desbordada, sino también de la entrega de territorios, urbanos y rurales, a grupos armados organizados que amedrentan a la población, o de la presencia de cobradores de vacunas en poblaciones del interior del país. La fragilidad, el debilitamiento y la desinstitucionalización del Estado son un dato grueso que no debemos olvidar al momento de construir una transición a la democracia, porque ha de ser el Estado el que ejecuta y desarrolla el proceso de transformación institucional.

Este es un pequeño abreboca, desde Venezuela es necesario estudiar con cuidado los casos de Europa del Este porque allí encontraremos elementos de coincidencia en procesos de transición a la democracia desde un gobierno autoritario con el tránsito de una economía controlada por el Estado, sin iniciativa privada, hacia una economía capitalista moderna.

Comprender la coexistencia entre estos procesos y los vasos comunicantes entre sí es una necesidad de todos los demócratas venezolanos. Esto ha de estar claro para que se entienda que pretender que haya en Venezuela una transición política a la democracia sin dar respuesta al desmantelamiento económico sería un grave error a corto plazo. La transición en Venezuela será política y será económica o seguiremos hundiéndonos.

YSRRAEL CAMERO

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