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lunes, 9 de febrero de 2015

La unión hace la fuerza o que me corten un brazo, @Golcar1



Por Golcar Rojas, 8/02/2015

¿Será que de tanto manosear la frase, ésta ha perdido sentido?

¿Será que de tanto no ponerla en práctica perdimos el sentido de lo que significa?

¿Será que en un país tan dividido no tiene sentido intentar ponerla en práctica?

¿Será que en regímenes como el venezolano la frase es un sin sentido?

¿Será que en este socialismo la frase tiene un sentido que puede ser usado en tu contra?

En Venezuela está todo el mundo sobreviviendo por su lado. Tratando de salvar lo poco que nos queda a cada uno.

Vemos como vienen por el vecino. Y a pesar de sentir que cada vez están más cerca nuestro, parecemos impotentes ante lo que se avizora. Cada uno toma la medida individual que cree que lo salvará de las garras del lobo que se ceba con la carne de quien vive al lado.

Sentimos a través de los muros los dentellazos sobre el vecino y corremos a bajar la santamaría. “Cerramos por inventario”. Cooperamos. Colaboramos. Bailamos al son que nos tocan a la espera de pasar desapercibidos, pero a sabiendas de que nada de eso nos salvará y un día, en cualquier momento, cuando menos lo esperemos o aún esperándolo, vendrán por nosotros.

Uno lee la desoladora crónica de Tamoa Calzadilla sobre la rueda de prensa de Bernardo  Zubillaga, vicepresidente comercial de Farmatodo, Vicepresidente de Farmatodo: “No tienen idea de lo que es ser empresario en Venezuela”, y puede sentir la impotencia del empresario que trata a toda costa de proteger el centenario negocio familiar:

“No tienen idea de lo que es ser empresario en estos momentos en Venezuela. Deberían hacer algo sobre eso, las regulaciones, los dólares, las inspecciones. Debemos ser de las empresas más inspeccionadas por las instituciones del gobierno. Yo diría que a Farmatodo la vigilan más que a ninguna otra (en el comunicado señalaron que solo en enero de 2015 recibieron más de 60 inspecciones en sus tiendas).”

Es entonces cuando uno piensa ¿Y los otros empresarios? ¿Y los sindicatos? ¿Y los gremios? ¿Y los colegios profesionales? ¿Y los líderes políticos?

Está cada uno tratando de sobrevivir. Tratando de pasar desapercibido. Invisibilizándose. Retrasando la embestida como puedan. Farmatodo no es más que un paradigma. Como lo es Día a Día. Como lo es ese carnicero en Mérida a quien le llegó el Indepabis y lo obligó a vender en 100 bolívares el pollo que compró a 154, mientras observaba cómo los funcionarios llamaban a sus amigos y familiares para que se aprovecharan de la rebatiña.

Dice Calzadilla en su texto sobre la rueda de prensa, que Zubillaga “explicó que fue a hacer inmersión en una de sus tiendas en San Cristóbal y lo que vio “da como para hacer un libro”. Estaba convencido de que el mayor contingente era “bachaquero”, personas que se dedicaban a comprar a bajo precio y luego a revender, incluso más allá de la frontera. Mujeres con niños, “pacientes” en camillas y sillas de rueda que siempre estaban en cola y volvían a hacerla una y otra vez. Esa situación lo hacía pensar en que era cierto que más de 60% de quienes hacían colas era para revender, según les había revelado un estudio de una firma consultora que no mostraron”.

Y uno vuelve a preguntarse entonces ¿Desde cuando revender es un delito? ¿Por qué revender se ha hecho un negocio rentable? ¿En qué país normal y con economía sana comprar en un supermercado para revender en la puerta de la casa es un negocio? ¿Quién en un país normal va a preferir ir al porche de una vivienda a comprar un paquete de pañales al 300 por ciento más de su precio pudiendo ir a adquirirlo en un comercio regular al momento que lo quiera y lo necesite sin el temor de no encontrarlo? ¿Por qué la gente le compra a los revendedores al precio que sea? ¿Por qué en muchos casos es más económico adquirir un producto en un supermercado que comprarlo a un distribuidor para vender en tu negocio? ¿A qué se debe la perversión actual del comercio en Venezuela?

Entonces los empresarios, en su afán de supervivencia y por las amenazas directas o veladas de expropiación, asumen funciones de control que no les corresponden. Se sienten obligados a convertirse en “policías”, como dijo Zubillaga:

“…tomamos esa medida porque dijimos, mira, eso es como si te ocurre algo y el médico te pregunta: “te corto el brazo o pierdes la vida”. Nosotros nos estamos cortando el brazo. Entendemos que es una medida dolorosa, aunque no es el captahuellas exactamente, pero era eso o morir.”

Y los supermercados tratan de organizar el caos, también “se cortan el brazo” para sobrevivir. Ponen captahuellas, exigen documento de identidad, exigen colas, limitan la cantidad de productos que se pueden comprar, venden por terminal de número de cédula, marcan a la gente con números en el brazo, llaman a las fuerzas del orden público para que controlen a la gente en las colas…

Y uno vuelve y se pregunta ¿Por qué tiene un empresario que asumir esas funciones? ¿Por qué un comerciante tiene que limitar la cantidad de productos que puede comprar una persona? ¿Por qué son los comerciantes quienes tienen que ejercer las funciones de vigilancia y control que solo le competen al Estado?

Si una persona quiere comprar toda la existencia de un producto, no tendría por qué negarse el empresario a venderlo. En todo caso es el gobierno el que tiene que ver cómo hace para perseguir al que compró y ver con qué intenciones lo hace. En un país con economía sana, si alguien compra toda la existencia de pañales en un supermercado, la gente sabe que va al lado y conseguirá el que necesita. No hay temor de “desestabilización” por desabastecimiento. La abundancia de productos no hace de la reventa una opción rentable.

El problema no es el comercio. El problema está en que el régimen acabó con el aparato productivo y el excesivo control de la economía ha pervertido el mercado. Los revendedores -aunque los estigmaticemos- sólo son el resultado de una economía enferma. El comerciante que venda y el gobierno que vea a ver como resuelve el problema de producción y escasez que ha hecho que este país se llene de colas en todos lados.

Desde hace días uno no puede, en Maracaibo como en muchas otras ciudades del país, acceder a su supermercado habitual porque ya las colas de horas a pleno sol, todo el día, van por tres tipos simultáneos:

Una para quienes van a comprar solo productos regulados.

Otra para quienes van a comprar productos no regulados.

Y una tercera para las personas mayores o con discapacidades.

Eso si no hay pañales para niños o adultos. Entonces, la gente debe llevar la partida de nacimiento del recién nacido o el informe médico de la persona enferma que justifique que de verdad necesitan comprar los pañales.

Luego de acceder al supermercado vienen otras horas de cola para pagar. Y, como nunca hay de todo lo que uno necesita en un solo lugar, la gente pasa cuatro horas en una cola para comprar un champú y de ahí va a otro sitio por tres horas más para comprar dos kilos de Harina Pan.

Cierra Calzadilla la crónica sobre la rueda de prensa del vicepresidente de Farmatodo con este párrafo lapidario:

“Tres meses después están declarando en el Sebin, con amenazas del propio Nicolás Maduro de expropiación, condena pública  y “sugerencia” judicial de mano dura, durísima.”

Y es cuando uno recuerda la manida frase “La unión hace la fuerza”.

¿Seguiremos así, cada uno sobreviviendo por su lado, cortándonos un brazo, hasta que vengan por nosotros?

Algún día no nos quedarán brazos ni piernas que ofrecer en sacrificio.


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