Carlos Raul
Hernandez 08 de febrero de 2015
Parte
de las clases alta y media, semiintelectuales aficionados, managers de tribuna,
consideran la política un oficio vil, sin calificación específica, digna de
buenos para nada. En el triste pasado cuando las elites suicidaron la
democracia, se habló de que debía gobernar “un gerente” en vez de esos
infelices, pero cuando le tocó, duró 24 horas. Esos grupos con toda
superficialidad le adjudican a los políticos y los partidos las miserias de la
condición humana. Señores y señoras que ponen cuernos, mecánicos que cobran
repuestos sin cambiarlos, empresarios que viven del gobierno, profesores y
estudiantes que no trabajan ni estudian, dicen que “la política es sucia”. Hay
múltiples razones para esta ojeriza, entre otras que los políticos, a
diferencia de los ciudadanos en general que disfrutan de la privacidad de sus
vicios, están sometidos al escrutinio y sus defectos son de conocimiento
público. Pero hay otra de fondo. Un trabajo de hace un tiempo sobre la
teleaudiencia en EEUU, decía que cuando aparece un líder en pantalla, jefes de
familia de grupos educados y altos sienten competida su autoridad frente al
grupo y tienden a descalificarlo.
Entonces
se oye: “¡¡ese es un ladrón, un ignorante!!”. Isaiah Berlin es uno de los pocos
pensadores teóricos que entendió en profundidad la contradictoria substancia de
la política, la reina de la acción humana muy por encima de todas las demás.
Para explicar su naturaleza, pone este ejemplo: por razones de vida o muerte
alguien tiene que atravesar con un autobús un río furioso y el puente está a
punto de ceder. Un ingeniero hará cálculos sobre el empuje de la masa de agua y
la resistencia de los materiales. Los encuestadores enviarán unos muchachos de
la oficina a contar cuántas personas creen que deben pasar y cuántas no, y que
se haga lo que diga la mayoría. Un politólogo aplicará la teoría de toma de
decisiones para saber el mejor modo de resolver.
Se cae el puente… ¿Qué hago?
Mientras,
el puente se derrumba. Pero alguien había evaluado rápidamente los peligros y
las posibilidades, hizo la estimación general, decidió arriesgarse y pasó. Ese
es un gran dirigente. Se distinguen de los aventureros irresponsables porque
los “buenos” líderes aciertan más que se equivocan y cuidan la integridad de
sus fuerzas, con ayuda de una diosa esquiva, la Fortuna. Churchill chanceaba
que el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el
entusiasmo. Los políticos menores ocasionan grandes daños, tragedias, matanzas,
fracasos. Siembran el camino de oportunismo, mentiras y “viveza”, o se quedan
en él sin asumir responsabilidad. La diferencia irreconciliable entre la tarea
del político y la del científico la establece Weber y es la misma que hay entre
un boxeador y un crítico de boxeo, entre el campeón mundial peso pesado
Vladimir Klichtsko, y el inmortal manager y representante Don King.
A
King nunca se le ocurrió ni se le hubiera ocurrido subirse al ring, pese a
saber más que nadie de boxeo. Y más allá, el público siempre tiene ideas
geniales sobre lo que deben hacer entre las cuerdas: “¡en el hígado!”,
“¡búscale la ceja!”, “¡túmbale los brazos!” (algunas muy escuetas: “¡mátalo!”).
Y desdichado del boxeador o entrenador que les preste atención y abandone su
estrategia. Al final no importan los vítores a lo largo de los quince rounds,
sino ganar la pelea. Eso recuperará el amor de los fanáticos, como hizo Cassius
Clay en el combate de Suráfrica a partir del octavo asalto o Dicky Eklund, el
que tumbó a Sugar Robinson según cuenta la película El boxeador.
Sensación y sentimiento
Hay
una diferencia abismal, además, entre la “lógica ciudadana” y la “lógica
política”. La primera es emocional, episódica, pugnaz, sentimental y moralista.
Al contrario, la segunda es racional, estratégica, negociadora y pragmática.
Los políticos deben decidir sin pasión lo que conviene, conjeturar las
consecuencias, prefieren acuerdos en vez de conflictos, -como prescribía Tzun
Tzu-, y hacen a veces lo que escandaliza la moral convencional. Se escribió que
el comando aliado en la Segunda Guerra engañó a sus mujeres agentes en Francia.
Les informó que la invasión sería por Calais, ¡y luego propiciaron que algunas
cayeran en manos de los nazis! Como se sabía que las mujeres preferían morir en
la tortura que delatar, cuando algunas gritaban “¡Calais!”, en espeluznantes
suplicios, la Gestapo se convencía que la invasión sería por ahí. Así engañaron
a los nazis.
Hay
que dirigir lo más importante del esfuerzo hacia ese amplio desprendimiento
chavista que no se deja ganar por la alternativa. En situaciones parecidas de
deterioro y miseria, Chamorro, Havel, Walesa, Yeltsin y otros triunfaron
primero al crear optimismo y emoción sobre el futuro. Hay que avanzar hacia las
parlamentarias sin mirar a los lados. Un mensaje suicida se trasmite si grupos
de la MUD dicen que la cosa está muy fea para hablar de elecciones -ojalá Maduro
y Padrino no compren la idea. Eso explica por qué el proceso está paralizado.
Algunos siguen con la estratagema de buscar salidas sustitutas de las
parlamentarias, para que los partidos no sean los protagonistas del cambio,
sino personalidades escogidas por eventuales militares golpistas.
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