Laureano Márquez 03 de octubre de 2015
@Laureanomar
Es muy
común en lengua española el llamar “caradura” a las personas que -como dice el diccionario- actúan con
“descaro y sin vergüenza”. Establecer
una teoría general del caradurismo no es fácil. Lo primero que hay que decir es
que está emparentado con eso que se
denomina “cinismo”. Esta última palabra es la mutación en el significado del
nombre de una escuela filosófica de la antigua Grecia, cuyo comportamiento era
muy comprometido con la ética, cosa que no sucede en la acepción moderna de la
palabra. Un exponente de esta
escuela es Diógenes de Sínope y para dar
idea de su actitud basta con recordar una anécdota: una vez le preguntaron por
qué la gente daba limosna a los pobres, pero nunca a los filósofos, siendo que
estos también llevaban una vida cargada de miserias, a lo que él respondió:
“porque todo el mundo piensa que algún día puede llegar a ser pobre, pero nunca
a ser filosofo”. Los cínicos antiguos -a diferencia de los de hoy- eran emblema
de sinceridad y honestidad de vida, mientras que los actuales son expresión de
“desvergüenza en el mentir y de la práctica de acciones o doctrinas
vituperables”.
Una de
las grandes preguntas que uno se hace frente a los cínicos o caraduras, sea en
la cotidianidad de la cercanía o en las alturas del poder es si efectivamente se creen todo lo que dicen o mienten con
premeditación. No deja de ser curioso que uno llame “descarado” a un caradura, puesto que descaro
viene de no tener cara. ¿Y como no puede tener cara quien la tiene de piedra?
Cosas del idioma.
Veamos
algunos ejemplos de malos gobernantes: Nerón, para irnos bien lejos. ¿Sabía
Nerón que estaba destruyendo a Roma o pensaba realmente que todo lo que
acontecía era parte de una guerra religiosa desatada por los primitivos
cristianos? Lo que llamamos ideología en el fondo es convertir nuestra
particular visión del mundo en doctrina universal. Marx no mentía, creía que su análisis de la
sociedad era como el de Fleming de las bacterias, algo absolutamente científico
y objetivo. Parece que muchos gobernantes tienen que perseverar ciegamente en
la defensa de su discurso aunque este acabe con su patria. Naturalmente, en
este caso los adulantes o como llamamos nosotros ” jalabolas”, cumplen un papel
fundamental en hacerle creer al líder que nunca se equivoca. Stalin, para
venirnos mas cerca, cambiaba la historia a capricho. Trotsky, uno de los
grandes líderes de la revolución de octubre, termino siendo un traidor porque
así lo decreto “el padrecito” y hasta se dispuso que desapareciera de las fotos
en las que había figurado y que su vida fuese reinveintada con hechos en los
que no tuvo nada que ver. Por algo Orwell tiene a la URSS como fuente de inspiración
de sus novelas.
El
caradura puede ejercer su desverguenza conscientemente. En este caso también
necesita un ingrediente moral: un fin superior. Hitler culpó a otros del
incendio del Reichstag, pero lo hizo por la “superioridad” de su “raza”, que
para él era lo esencial.
Como
se habla tanto de fascismo en estos tiempos es bueno recordar los 11 principios
de Goebbels, el propagandista del fascismo:
1)
Establecer un único enemigo.
2)
Reunir diversos adversarios en una sola categoría.
3)
Culpar al adversario de los propios errores.
4)
Hacer de cualquier cosa intrascendente una amenaza grave.
5)
Asumir que las masas no son inteligentes
y pueden ser manipuladas con engaños hábiles y que creerán cualquier cosa que
se les asegure con determinación.
6)
Entender que la propaganda debe ser simple, de pocas ideas, fácil de captar
para el alma primitiva a la que le resulta mejor verlo todo en blanco y negro.
7)
Crear elementos de distracción permanente, para decirlo en criollo, trapos
rojos de forma que la gente tenga la mente ocupada en ellos y no sé de cuenta
de la miseria que padece.
8)
Armar falsedades a partir de la union de muchas medias verdades.
9)
Acallar la expresión de todo aquello de lo que no se tenga respuesta coherente
y creíble.
10)
Fomentar odio a partir de criterios primitivos. Por ejemplo: enemigos
fronterizos, xenofobia, etc.
11)
Crear sensación de unanimidad, de que el que piensa como el poderoso, piensa
como piensa todo el mundo.
Si
últimamente algo de lo descrito le suena familiar, seguramente es que algún
cínico caradura se ha atravesado en su camino. Se reconocen fácilmente porque
al escucharlos uno siente la sensación de que haber perdido la razón y por otra
cosa: huelen a azufre.
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