Por Brian Fincheltub, 17/10/2015
Las estrategias del discípulo de Chirinos todos las conocemos. No son
pocas las oportunidades en la que ha estado al frente de campañas electorales
en el país y ha repetido los mismos escenarios con el fin de obtener dividendos
políticos. Como su mentor, utiliza la proyección para describir a su enemigo.
Lo llama corrupto, tramposo, violento y golpista, pero no hace más que
reflejarse, se describe, se proyecta.
Al psiquiatra de la política le gusta más acusar y montar ollas que
gobernar. Sus electores solo lo ven en televisión, pero jamás en la calle
inaugurando una obra o atendiendo a los caraqueños que necesitan ayuda. En
Miraflores lo llaman experto, pero hace tiempo no pega una, por el contrario,
está cada vez más errático. Puro disco rayado y cartucho quemado. Pero que siga
así.
Quizás era buen asesor con los precios del petróleo altos, pero
sinceramente cualquiera podría serlo. Usted escoge a alguien que va caminando
por la calle, le da un maletín de real y lo pone detrás de la campaña de
perensejo, que no lo conoce nadie pero tiene plata para regalar. En la mayoría
de los casos terminará imponiéndose Perensejo, no por méritos, ni por
genialidad, por simple voto utilitario.
Pero se acabó la plata y se agotaron las excusas, son bien pocos los
que creen a estas alturas en las tácticas repetidas del famoso discípulo:
Guerras ficticias, historias de sabotaje, planes de magnicidio y otras leyendas
urbanas que se inventa el susodicho.
Una que lanza cada vez que hay elecciones es la firma de un supuesto
acuerdo para respectar los resultados. Unos resultados que no se han dado y que
como indican todas las encuestas, favorecerán a la oposición con amplia ventaja.
Pero el mensaje que intentan dar es que los sectores democráticos saben que van
a perder y no respetarán la decisión del árbitro. Pero en Venezuela
comprendemos de dónde viene la desesperación y la trampa.
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