Por Fernando Facchin B., 09/11/2015
El régimen se “sustenta” en una relación de poder escandalosamente
errada, como lo es el “chantaje político”, lo que ha roto los significados
sentimentales del chavismo y ha devenido en un lamentable “estado de decepción
ciudadana”.
El régimen construyó su propia anticultura política con reglas
contrarias a todos los criterios éticos que deben imperar en la conducción de
un estado; están sumidos en el más ominoso descrédito, basta hablar con el
ciudadano común sobre el régimen y ya todos sabemos sus respuestas.
El régimen ha pasado a ser una impostura política que ha destruido la
independencia civil y consiguientemente la condición de ciudadanía por la del
militarismo pernicioso en todas las esferas de poder de donde no escapan
gobernaciones y alcaldías.
Los tiempos de decepción crecen dramáticamente y las razones de tal
crecimiento son suficientemente conocidas por la sociedad en pleno, por cuanto
son acciones repetitivas un gobierno desprestigiado y en caída libre.
Bajo el estado de decepción ciudadana hay quienes insisten que se deben
romper los moldes de la vieja política, pero no es así, con lo que hay que
romper son las malsanas ideas politiqueras del legador y su sucesor, hay que
romper con la ficción política que nos coartó la libertad, hay que romper con
la manipulación chantajista del mito/culto a la personalidad y con el
manipulado sentimiento de miedo creado por el terrorismo oficialista; se
precisa destruir el discurso manipulador que deforma la realidad hasta
pretender convertir y posicionar en la sociedad la creencia de poseer el don
exclusivo de la verdad.
El tiempo pasa, las expectativas no cumplidas se transforman en
ansiedad y pasan a la decepción y de allí a la desobediencia civil ilegítima y
desorganizada, el “bachaqueo” es una evidencia inocultable. El chantaje
manipulador colma por un momento el sueño de los incautos, pero tan
inescrupulosa manifestación termina en pesadilla.
En la era nazi, estalinista y fascista la propaganda política, tal como
se hace hoy en nuestro país, se reducía a dos expresiones fundamentales, la
mentira descalificatoria y la voz de mando, el predominio de la imagen frente a
la explicación, de lo sensiblemente brutal a lo irracional, la exaltación de
las zonas más oscuras del inconsciente colectivo con la sola idea de “orientar
al soberano” en la perspectiva del momento, todo dentro de un discurrir
irracional y discontinuo, que termina en un “estado de decepción”. El antídoto
contra la decepción son las elecciones parlamentarias y el voto masivo de todos
los venezolanos.
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