CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 12 de octubre de 2015
Renegar
de la herencia hispánica y de un componente esencial de nuestra sangre, el
europeo, es línea del populismo revolucionario, el poscomunismo. El culto a un
falso pasado para negar el presente explica la manía cambiar el nombre al Avila
por Warairarepano, por ejemplo. Esa monserga de la resistencia
indígena como ideología se origina en falsificaciones de hace unos
lustros. Según ellas “no hubo descubrimiento de América”, sino “un encuentro”,
como si en medio del Atlántico se toparan las carabelas de Cristóbal Colón con
unos yates capitaneados por Huayna Cápac rumbo a Puerto de Palos. Los
indígenas, según la mentira, vivían en un Edén comunista de high
culture del que los arranca la invasión colonial. Lo grave es que
ahora no lo afirman unos intelectuales alumbrados, sino mandatarios que llevan
sus países por la senda de los estados forajidos.
Lejos
de tales maravillas, las comunidades precolombinas eran lo que Marx denominaba
“despotismo asiático”, abominables tiranías burocráticas. La estatua de Colón
en el paseo caraqueño que lleva su nombre desapareció, igual que la del parque
El Calvario y el “Colón en Golfo Triste” de De La Cova, ejecutadas por la barbarie.
La peligrosa jerga oficial rompe records de racismo e
ignorancia. Reniega de la substancia latinoamericana, para José Vasconcelos
“cósmica” por integrar europeos, indígenas y negros. Utiliza una historia
mítica de las depredaciones coloniales e imperiales y una epistemología del
rencor: el “eurocentrismo”. Cierto que los europeos cometieron terribles
crueldades en América, aunque jamás peores que las que los indígenas se hacían
entre sí. Pero el balance de la conquista arroja que con Iberoamérica surge una
nueva y poderosa rama de la civilización. Nuestro verdadero papel en el
planeta.
Los
humanos son crueles
Envenenar
el pasado es cosa de esa seudoizquierda descolgada del tiempo. No existe una
hectárea de territorio en el mundo que no fuera una vez o varias colonizada y
una o varias colonizadora. Las relaciones tribales eran y son de servidumbre.
La civilización democrática sabe y debe olvidar, mirar hacia delante -a veces
se le pasa el ojo-, precisamente para desentenderse de las serpientes de la inquina
histórica. Franceses, españoles, alemanes, británicos y belgas no están en
guerra con Italia por las tropelías del Imperio Romano, ni los ingleses viven
indignados por la violación de aquella reina celta y sus hijas. No se cobran
las facturas de la Primera ni de la Segunda Guerra. Su costo ya fue demasiado
alto. Hernán Cortés tomó Tenochtitlán, una ciudad de 250.000 almas y acabó con
el imperio con sólo seiscientos soldados, porque dirigió la primera guerra de
liberación nacional de América.
Fue el
levantamiento de decenas de tribus oprimidas contra el colonialismo de los
Aztecas. Enterado de que éstos sacrificaban periódicamente miles de indígenas
vecinos, preguntó a Moctezuma por qué derramaban tanta sangre. Según Anatole
France, el infeliz respondió: “los dioses tienen sed”. En su clímax con Huayna
Cápac, el Tahuantin suyo tuvo un millón de kilómetros
cuadrados y doce millones de habitantes. Los incas sometieron a sangre y fuego
las poblaciones desde Quito hasta cerca de Antofagasta en Chile y el norte de
Argentina. Los “hijos del sol” aplastaron con mano de hierro la cadena de
levantamientos de pueblos oprimidos y aplastaron chibchas, aymarás, cara,
pasto, panzaleo, cañarí, puruchas, chavín y muchos más.
Indígenas
asesinaban indígenas
Sí Europa
tuvo la Inquisición, los Incas no se quedaron atrás. Con la mitima secuestraban
todos los varones de los pueblos ocupados, desde niños hasta ancianos, y los
llevaban a trabajos forzados a miles que kilómetros de sus hogares, donde no
podían comunicarse. Nunca volverían a ver sus familias. Nada más cruel que el
tratamiento que dio Atahualpa a su propio hermano Huáscar. Luego de derrotarlo,
hizo eviscerar ante el prisionero uno por uno sus hijos, mujeres, cuñadas,
amigos, para que sufriera al presenciar el tormento de sus seres
queridos.
Luego
lo degollaron. Es probable que cualquier persona civilizada desestime necedades
como lo de la “resistencia indígena” y los “quinientos años de ignominia” por
extravagantes, pero el asunto es mucho más grave: ha sido una incitación en
tiempo real para que una parte de la ciudadanía se considere hostil y actúe
contra otra de piel más clara, lo que tal vez ayudaría a comprender el
incremento de la criminalidad y los casos “atroces” en Venezuela. Es la vieja
estrategia totalitaria de quebrar la sociedad en grupos enemigos, héroes y
villanos, ricos y pobres, destinados a enfrentarse. Un sicópata muy peligroso,
Frantz Fanon -entre él y el Che está el título de primer teórico
latinoamericano del terrorismo-, prologado por otro psicópata, Sartre, escribe
que “el oprimido” se “humaniza” cuando “asesina un opresor”.
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