Por Miguel Velarde, 28/09/2015
Pensar que el cambio pasa por las elecciones parlamentarias es ingenuo
Si en algo somos eficientes como país es en la generación de nuevos
problemas. No terminamos de solucionar uno para empezar otro. Muchas veces, un problema
deja de serlo no porque se haya corregido, sino porque aparece uno más grande.
Los países siempre deben afrontar retos. Lo que no es normal es que los
obstáculos para el desarrollo y la paz los generen quienes los gobiernan. En
Venezuela, los problemas más grandes que enfrentamos en la actualidad han sido,
de una u otra manera, generados por el propio gobierno.
El descalabro económico no se debe a un colapso de la economía mundial,
por ejemplo. Es simplemente consecuencia de la implementación de un modelo de
controles que no funciona y que tiene como resultado escasez, inflación y
pobreza. En materia de seguridad, grupos de delincuentes tienen arrodillada a
una sociedad llena de miedo. Pueden actuar a lo largo y ancho del país gracias
a la impunidad de la que gozan por culpa de instituciones que no hacen su
trabajo. No se puede dejar de recordar que, en algunos casos, han sido armados
por quienes deberían detenerlos. También podríamos mencionar los conflictos
internacionales, con Colombia, con Guyana, con Estados Unidos o con España.
Casi todos fueron provocados para obtener réditos políticos locales a corto
plazo.
Todo esto lleva a pensar que la crisis que hoy vivimos no es solo
producto de la falta de capacidad para manejar eficientemente el Estado, sino
más bien resultado intencional de una estrategia cuyo único objetivo es
mantenerse en el poder, incluso si esto amerita vivir en permanente crisis. En
este contexto, pensar que el cambio pasa por unas elecciones para la Asamblea
Nacional es ingenuo.
Las cuatro personas que hoy dirigen la Mesa de la Unidad Democrática,
han enfocado su estrategia en lograr la derrota electoral del gobierno en las
elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Prometen que, al hacerlo, se
solucionarán todos los problemas que hoy padecemos. Debemos ser justos: es
normal que en una campaña electoral se prometan cosas que no se van a poder
cumplir. Pero en un contexto tan complejo como el actual, de ausencia de
garantías democráticas y que bordea un grave conflicto social e incluso una
crisis humanitaria, hacerlo tiene dosis de irresponsabilidad.
La derrota electoral de un régimen como el que hoy gobierna a Venezuela
es imposible si no existe antes una derrota política. ¿Podríamos obtenerla
antes del 6 de diciembre? Es posible, porque ya hay síntomas de que está en
pleno desarrollo.
El primero de ellos, el externo, es que, ante una realidad tan
evidente, el cerco internacional se cierra y la presión para que el chavismo
acepte las reglas democráticas y deje de violar los derechos más básicos es
cada vez más grande. El segundo síntoma, el interno, es el desplome
de la popularidad de quienes ostentan el poder: 30 puntos porcentuales desde
que asumió Maduro, según la última encuesta de Keller y Asociados. Ambas
variables, probablemente irreversibles, junto a la profundización de la crisis
económica, podrían ser el inicio de un auténtico proceso de cambio.
Es por eso que es fundamental que la oposición no apueste todo a la
batalla equivocada. Las elecciones parlamentarias son un paso importante para
lograr el cambio en el país. Sin embargo, el punto de inflexión no reposa sobre
el día en el que se venza al gobierno electoralmente, sino sobre el instante en
el que se lo derrote políticamente.
Esa es la derrota que importa.
@MiguelVelarde
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