RAFAEL LUCIANI sábado 3 de octubre de 2015
En
sociedades tan fracturadas y polarizadas como la nuestra se desarrollan y
afianzan sendos procesos de deshumanización que no sólo afectan el modo como
vivimos la cotidianidad, sino también como pensamos y discernimos la
presencia del otro en nuestras vidas, cómo lo valoramos y tratamos,
cómo le hablamos y consideramos. El bienestar humano de una sociedad se mide
por su capacidad de promover relaciones recíprocas e incluyentes, pues como ha
recordado en varias ocasiones el Papa Francisco, «no sólo se salvan las
personas, sino también las relaciones». Y, en nuestro caso, nos estamos
acostumbrando a vivir con pesadez y sin esperanza, deshumanizándonos día a día.
La deshumanización es un proceso psicosocial por medio del cual se llega a percibir a otro ser humano como un mero objeto carente de dignidad. Esto acontece entre personas que descartan al otro sólo por pensar de forma distinta -social, política o religiosamente- asumiendo actitudes xenofóbicas, discriminatorias y excluyentes. El psicólogo Erik Erikson denomina a este fenómeno como una «pseudoespeciación». Se trata de una actitud que induce al aislamiento individual hasta el punto de no poder ya ver nada positivo ni racional en el comportamiento de las otras personas o grupos sociales a causa de la absolutización de las propias formas de entender la realidad. Esto es posible cuando se pierde todo criterio de vida compartida.
Según Erikson la pseudoespeciación lleva a que «la gente no se entienda más como una especie común y vea al otro como alguien que no cuenta, pues no lo considera humano», al punto que «pueden matar sin sentir que han matado a uno de su propia especie». Esta dinámica se alimenta de los propios miedos y genera una ceguera asfixiante que afecta a nuestra manera de hablar, pensar y actuar, aun sin darnos cuenta.
Falta recuperar el sentido del «bien común» a la hora de discernir y actuar. Para ello, urge no considerar a las propias posiciones como absolutas para entender que, de algún modo u otro, cada uno puede tener algo de razón en la propia lectura que hace de la realidad vivida. Al hablar acerca de esto, Francisco aporta dos criterios que pueden ser útiles hoy en día. Primero, debemos preocuparnos por lo que sucede y no vivir con indiferencia ya que «un pueblo que no mantiene viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva, es un pueblo muerto». Segundo, es necesario valorar al otro, pero a partir de su mundo de vida, porque «para buscar efectivamente el bien del otro, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona, valorarlos en su bondad propia. Pero una valoración real exige estar dispuestos a aprender de ellos».
El bien común es la expresión más cercana para entender lo que es la «fraternidad social». Durante su viaje por Sud y Norteamérica, el Papa planteó tres criterios que impulsan a los procesos de humanización o fraternización social. Primero, el deber de la solidaridad, que exige poner los dones propios al servicio de los otros. Segundo, el deber de la justicia social, que requiere corregir las relaciones de inequidad socioeconómica por el bienestar de todos. Tercero, el deber de la caridad social, que aspira institucionalizar el sentido de la responsabilidad para con los más pobres.
Como lo recordó una vez Nelson Mandela: «no se trata de pasar la página, sino de volver a leerla, pero esta vez juntos», sanando la historia. Leerla sin absolutizar el poder y la riqueza, sin humillar ni violentar al que piensa distinto. Y actuar con la firmeza de quien quiere restituir la senda perdida y recuperar el «bien común».
RAFAEL
LUCIANI
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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