Por José Guerra
Alguna polémica generó mi
artículo anterior y hoy me siento obligado a explicar mejor por qué la
Venezuela del 2015 es una economía socialista tal cual. No me refiero al
socialismo como eslogan político o franquicia romántica, sino estrictamente al
socialismo como sistema económico, tal y como lo entiende la Ciencia Económica
contemporánea. Lo primero que hay que aclarar es que un sistema económico
socialista no implica el monopolio estatal de la actividad económica, eso nunca
ha sucedido. De hecho, un rasgo característico del socialismo es la invariable
presencia de una “segunda economía”, sin la cual el sector estatal no podría
operar y que puede llegar a representar tanto como el 60% de la producción. Más
que un monopolio de la actividad económica, el Estado socialista busca el
control de los denominados puestos de mando (commanding heights) de la
economía, los cuales varían de una experiencia a otra.
En el caso venezolano, el
sistema económico socialista se monta sobre la base de cinco eslabones: (1) el
control directo de una masa crítica de activos, más allá de los llamados
sectores estratégicos, y la imposición de limitaciones arbitrarias al uso y
disposición de los activos privados; (2) la monopolización y asignación directa
del flujo de divisas a través del control de cambio; (3) la fijación de los
cinco precios claves que condicionan todo proceso productivo: gasolina,
electricidad, tasa de interés, tipo de cambio y salario marcador; (4) la
fijación del precio final de varios miles de bienes y servicios de todo tipo; y
finalmente (5) la imposición de controles directos al consumo, con lo cual se
cierra el círculo. Si esto no es socialismo, se parece bastante.
¿Y no será solo una mezcla
de populismo con exceso de controles? No camarada, ya hace tiempo cruzamos la
línea del “dirigismo” francés. Hoy el Estado venezolano controla, de una u otra
forma, qué se produce, quién lo produce y a quién se distribuye (que es
precisamente el nudo del problema económico), y es por ello que el tamaño de la
economía se va contrayendo a los límites de las capacidades administrativas de
la burocracia: según estimaciones del FMI, a dos tercios de lo que éramos hace
dos años. Tan completa ha sido la implantación del sistema socialista en el
país que, ante la caída en el precio del petróleo, el aparato productivo no
reacciona como una típica economía regulada frente ante un choque externo, sino
que muestra todos los síntomas propios del socialismo más rancio: estancamiento
económico, desempleo encubierto, inflación reprimida, escasez crónica, mercados
negros, racionamiento y colas para todo.
Tampoco es una cuestión de
gestión, de que el modelo es bueno pero no han sabido aplicarlo. Gracias a los
aportes de la teoría del diseño de mecanismos, reconocida con el Premio Nobel
de Economía 2007, hoy sabemos que el defecto de fábrica del sistema económico
socialista es que, a diferencia de una economía de mercado, no cuenta con un
mecanismo automático para cancelar los malos proyectos. Como no hay una
verdadera separación entre quien gestiona el proyecto y quien lo financia, los
emprendimientos socialistas están sujetos a la denominada restricción
presupuestaria blanda, que hace de toda mala idea un elefante blanco. Al final,
todo el aparato productivo se convierte en un gran proyecto inviable y los
países solo consiguen una mejoría cuando abandonan de plano el modelo. En eso
estamos.
18-10-15
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico