Por Alexis Alzuru
La cúpula oficialista es un
nido de sujetos parecidos al fiscal Franklin Nieves; delinquen, traicionan y
con la misma se escabullen del país para desde el exilio roer los frutos de sus
fechorías. Lo cual no extraña dado que esta pandilla comparte las creencias de
Nicolás Maduro. El presidente es de los que afirman que cuando se trata de
preservar sus intereses personales o los de su partido cualquier cosa está
permitida. Su frase: “Como sea ganaremos las elecciones” transparenta su terror
a la derrota; pero también demuestra el compromiso de este gobernante mantiene
con la maniobra y la actuación oscura. Cada vez que pueda echará a la basura
las reglas y los procedimientos jurídicos; los códigos políticos, los principios
y las normas morales. Maduro es un hombre de atajos; de medias verdades y
soluciones amañadas. Tal vez, su falta de escrúpulo fue la particularidad que
le reconocieron para elegirlo como sucesor de Chávez.
Que los beneficios
personales deben incrementarse como sea y al precio que sea es el mensaje que
mejor define la personalidad del presidente.Por eso, no sorprende que en su
mandato sucedan con mucha regularidad los escándalos de corrupción, crímenes y
felonías. Ahora bien, lo que preocupa es la sociedad que perfila este jefe de
Estado. En especial, inquieta que algunos jóvenes sigan sus pasos; pues esa
forma de razonar sobre la conducta del hombre es una de las causas que explica
el incremento de la criminalidad en el mundo.
Una nación administrada por dirigentes
comprometidos con el fraude no puede esperar un decrecimiento de su tasa de
criminalidad. Entre otras cosas porque el ser humano está programado para
actuar con reglas equivalentes a las que siguen sus semejantes. De modo que en
contextos dominados por el engaño y la deslealtad, el sentido común le advierte
que apegarse a la norma es costoso; mientras que en escenarios dominados por la
obediencia a las normas lo que resulta gravoso es la estafa y el crimen.
La visión moral que el
presidente verbaliza hace estragos en Venezuela. Basta pensar que muchos
jóvenes han comenzado a opinar que cualquier medio es legítimo para obtener
poder, dinero o reconocimiento. Un ejemplo es Francisco Medina Sivira, a quien
con 20 años se le atribuyen alrededor de 13 crímenes, y se convirtió en el pran
que organizó el último motín en el Rodeo II, o María Elena Eiriz, la joven de
21 años quien con tres de sus amigos adolescentes planificó el asesinato de su
hermano para robarlo.
La sociedad que Maduro
modela es una máquina de producir jóvenes que a temprana edad ya tienen una
vida marcada por el crimen; algunos ni siquiera alcanzan 18 años y se les
imputan más de 20 asesinatos y varios ingresos a retenes y prisiones. Los
estudios refieren que cerca de 70% de los homicidios que se reportan en el país
los cometen menores de 25 años. Ese dato ratifica lo que vienen diciendo
investigaciones recientes: que la conducta criminal está asociada con las
creencias que las élites y los políticos posicionan en la opinión pública.
En el caso de Venezuela es
su presidente quien simboliza y repite que todo es lícito cuando el asunto es
la defensa de su poder. De hecho, este noviembre Maduro pareciera que acaricia
la idea de tomar decisiones que contravienen lo que el sentido de justicia dictaría
a cualquier ciudadano. Sus palabras sugieren que se debate entre encarcelar al
mismísimo Lorenzo Mendoza o intervenir Empresas Polar; acaso, no descarta el
encierro de otro dirigente o aumentar la condena que paga L. López. Mientras
tanto no dejará de tensar la cuerda del desorden económico ni de la escasez. En
fin, intensificará el malestar y las injusticias hasta ver si algún evento lo
redime de la derrota que tanto teme.
Arreciarán las provocaciones
oficiales con la llegada de noviembre. Por cierto, ¿por qué Maduro tendría que
esperar que sus agresiones sean respondidas con respeto a la ley y prudencia?
El presidente debería calcular que sus golpes pudieran contestarse con golpes
iguales o peores. Sin embargo, los venezolanos entendieron que el ojo por ojo
es la respuesta que Maduro espera, no la solución que la república necesita;
por eso, el pueblo no apuesta por la violencia ni por la modesta victoria
electoral que la unidad de unos cuantos promete, sino que reclama un movimiento
de movimientos para transformar la Asamblea en la bandera del cambio que
Venezuela se merece.
31-10-15
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